Tríptico de la infamia, la novela que le mereció esta semana el Premio Rómulo Gallegos al escritor Pablo Montoya, iba a llamarse en un principio Los pintores. Bajo ese nombre Montoya presentó este proyecto de novela histórica a concursar en la beca de creación artística de la Alcaldía de Medellín y se llevó el premio. Corría 2007. “Cuando uno es jurado tiene que ser lanzado y decir ‘esta es mi carta ganadora’. Eso hice con los otros dos jurados, les dije ‘yo tengo la novela ganadora, se llama ‘Los pintores’, y ellos coincidieron en que les había encantado –cuenta el escritor Esteban Carlos Mejía, conocedor y admirador de la obra de Montoya–. La premiamos sin saber de quién era”. Montoya se dedicó a desarrollar su idea con lo que recibió del premio. Viajó a Alemania seis meses a investigar la obra de uno de los protagonistas (un pintor del siglo XVI), y en 2014 la editorial Penguin Random House la publicó bajo el nombre de Tríptico de la infamia. Según Mejía es una de las mejores novelas que se han publicado en este siglo en Colombia. Trata la historia de tres pintores franceses del siglo XVI (Jacques Lemoine, Francois Dubois y Théodore de Bry) cuyas vidas le sirven a Montoya para narrar los primeros años de vida de América, y los horrores que no fueron ajenos ni al viejo, ni al nuevo continente en esa conquista. “Lo mandamos a concursar porque creíamos que era una novela de gran aliento, cuidadosamente escrita y hecha”, dice Ana Roda, editora de Penguin Random House. Y Alba Inés Arias, directora de la Librería Lerner, anota que “lo que más me impresionó fue la erudición de Montoya”. ¿Por qué se la ha jugado Montoya en su obra por la novela histórica? ¿Qué hace a su obra ser tan elogiada? La claridad literaria, un exigente trabajo de escritura y una lectura placentera, contesta Mejía. “Lo que se está viviendo hoy es una puja, ni feroz, ni salvaje pero sí muy fuerte, entre el mercado y la buena literatura. Las editoriales se dejan llevar por el mercado pero la buena literatura termina imponiéndose y en la novela histórica eso se vive con más claridad: hay unas hechas a la medida de lo que quiere el público, tipo Ken Follet, que en los próximos 20 años habrán desaparecido de la historia. Y está la obra de escritores como Pablo Montoya, que ha sido menospreciado por algunas editoriales porque creen que lo que él produce es tan culto, tan fino, que el público no lo va a comprar. Y mire donde está”. La novela histórica es, entonces, un género de odios y amores. Y en ese primer grupo los principales detractores suelen ser las facultades de historia, que lo acusan de ser poco serio y de deformar la realidad. Sin embargo, Pablo Rodríguez profesor de historia de la Universidad Nacional señala que esa dualidad no existe “mientras haya calidad y una investigación juiciosa por parte del autor”. Esta es –según él– la única manera de lograr el fin de este tipo de novelas: enseñar el pasado de una manera agradable, digerible. “Hay crítica dentro del mundo académico pero no a la literatura histórica sino al tipo de literatura que no consulta el pasado, que inventa el pasado –recalca Rodríguez–. No se pide que en cada pie de página haya citas o una bibliografía, pero sí que haya sensibilidad y estudio”. Felipe Ossa Rodríguez, director de la Librería Nacional, resume esta puja así: “También hay historiadores muy malos. No se puede juzgar de esa manera tan arbitraria”. Dice que la historia y la novela histórica se complementan. Defiende que en ambos lados, así como en cualquier tipo de literatura, hay buenos y “no tan buenos” narradores. Los “no tan buenos”, entonces, no son un mal exclusivo de este género. A la bolsa de escritores de novela histórica cuestionados, el crítico literario Luis Fernando Afanador le suma dos nombres: el italiano Valerio Massimo Manfredi y su novela Alexandros: “Es una historia sin mucho rigor, que busca recrear épocas anteriores como cuando Hollywood crea una época en un estudio”. También al estadounidense Dan Brown, que se lanzó a la fama con la novela El código Da Vinci: “Son libros que se convierten en ‘best sellers’ y luego decaen. No buscan profundidad sino darle a la gente lo que más le gusta, sin mucho valor narrativo”. Ossa añade una más: la australiana Colleen McCullough: “Autores como ella pecan, generalmente, porque no saben reconstruir la época y el lenguaje. Se necesita una enorme capacidad y un gran conocimiento para recrear hechos y personajes históricos”. Y al otro extremo, en el bando de los ‘buenos’, los que han permanecido. Alba Inés Arias de la Librería Lerner no duda en situar a León Tolstoi; Ossa Rodríguez hace un recorrido por la historia para traer al inglés Walter Scott, al norteamericano Gore Vidal, a Charles Dickens y su famosa Historia de dos ciudades, y al francés Gustave Flaubert con Salambó; y Pablo Rodríguez menciona a Umberto Eco con El nombre de la rosa. Si el listado se suscribe a Colombia, el novelista Esteban Carlos Mejía habla de autores como Germán Espinosa y La tejedora de coronas, Miguel Torres y El crimen del siglo, y Enrique Serrano con La marca de España. También habría que mencionar a William Ospina, Juan Esteban Constaín, Silvia Galvis y Juan Gabriel Vásquez. Esto demuestra, según Ossa, que en Colombia la novela histórica está en un despertar. “Aquí el género histórico, no solo desde el punto de vista de la novela, ha sido muy poco tenido en cuenta; si ni siquiera se enseña en los colegios. Ha habido un desprecio por nuestra historia desde el punto de vista novelesco”. En la novela histórica el escritor tiene la oportunidad de recrear los hechos con ángulos más originales, imposibles de encontrar en los tratados de historia. Y el ejemplo que todos citan, y quizá uno de los más icónicos en la literatura, es Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, que consigue meterse en lo más profundo de la vida de este emperador romano. En esta obra Adriano deja de ser una simple referencia histórica para convertirse en un personaje humano, con el que el lector inevitablemente se identifica. “Usted lee esta obra y vive el personaje, cómo hablaba, cómo pensaba, y eso requirió una enorme documentación”, dice Ossa. Una ventaja más de la novela histórica es que puede retomar los mitos y leyendas que muchas veces la historia tradicional pasa porque son hechos que no se pueden confirmar. Con esto “el novelista recrea todo el panorama de una época de una forma más amplia y atractiva que un tratado de historiografía”, opina el escritor Rafael Baena, autor de ¡Vuelvan caras,carajo! De ese modo, muchos trozos de historia han quedado plasmados en este género: épocas como la antigua Grecia, el Imperio romano, las Cruzadas, la Edad Media, la conquista de América y la Segunda Guerra Mundial no dejan de inspirar novelas. Tampoco personajes como Napoleón, los papas y los dictadores; y en Colombia, las guerras de independencia, los próceres, la violencia de los años cincuenta y el conflicto de hoy. El premio que recibió Montoya confirma que la novela histórica puede ser un género de gran valor literario mientras el autor sepa conciliar la realidad con la ficción.