Nació en un barrio popular de Medellín y la violencia de los años ochenta, noventa y de comienzo de este siglo les ha costado la vida a amigos y familiares suyos y de sus allegados. En el colegio, donde llegaba gente de toda la ciudad, le llamaban Care’perro, pero antes que rechazar algo irreversible como un apodo, Germán Arango se lo apropió. Por eso es Luckas Perro. Así lo llaman su padre, su hijo y, según le cuenta a esta revista, “en las comunidades, cuando trabajamos en los barrios, se le queda a la gente”.

Antropólogo de formación, realizador de videos por vocación y director de cine por consecuencia, Luckas entró en contacto con el teatro a temprana edad y en esas producciones diseñaba los escenarios. Dibujó y planeó ambientaciones de las puestas en escena y una semilla quedó plantada. Con el paso del tiempo, su admiración por el rap lo llevó a incursionar en los videoclips, un medio fértil para la expresión, la exploración y la expansión de su lenguaje. En paralelo, sus estudios de antropología lo acercaron al documental etnográfico, y sintió la influencia de los realizadores (entre ellos Pasolini), que jugaban con la ficción en el documental. En Ecuador, cursando una maestría, confirmó lo que ya sabía: este era su camino.

“Soy un antropólogo que hace videoclips de hiphop. Y en la película –se refiere a Cantos que inundan el río, el obligado documental que estrena en Colombia el 21 de julio– se sienten esos dos juegos: una pasión por el cine etnográfico y la experimentación del videoclip, en el que mucho se juega y mucho se aprende”. En términos técnicos, Luckas añade que “lo que aprendí, lo aprendí haciendo”.

Entre Luckas Perro, Oneida Orejuela y la comunidad de Pogue hubo comunión y respeto. Saulo, el marido de Oneida, un líder querido en todo el pueblo, murió, pero aquí es inmortalizado.

Entró en contacto con el Chocó, con Bojayá y con su gente gracias a una invitación de Natalia Quiceno, colega de estudios e intereses y madrina de su hijo. En 2014, Quiceno, quien publicó en 2016 la resonante tesis Vivir sabroso: luchas y movimientos afroatrateños, en Bojayá, Chocó, preparaba dicho trabajo en Brasil y quería ilustrarle a la gente de allá de qué hablaba. Invitó a Luckas a hacer unas imágenes, y así empezó la historia de Cantos que inundan el río. Luckas nunca había ido al Chocó, y ese primer periplo los llevó por el río Atrato desde Quibdó hasta Bellavista, en la cabecera municipal de Bojayá, donde sucedió la masacre en 2002. Luego, cuando se adentraron por Bojayá hasta Pogue, la última parada, Luckas quedó sin palabras y sin ladridos.

“En Quibdó indagamos mucho por esas poblaciones que migraron por la violencia. Mucha gente no retornó a sus ríos de origen. En Bellavista, nos encontramos con lo que había significado la masacre para la gente, y luego llegamos a Pogue. Quedé fascinado. Era casi asistir a un mito, como cuando te hablan de las amazonas: un pueblo de cantaoras”. Y entró en contacto con ese montón de señoras, todas hábiles en su canto y dotadas de una notoria capacidad de narración: “Uno se quedaba hipnotizado escuchándoles sus cuentos”, dice Perro.

En esos días, la delicada salud de su abuela y su eventual partida lo llevaron a conectar puntos. “Mi abuela es negra, y hay una cosa en mi familia con lo negro. Y cuando ella murió, sentí que la vida me había regalado a estas mujeres”. Se propuso entonces realizar el corto Las musas de Pogue, del que hizo sonido y cámara. En ese trabajo ya había algo que Perro quería formalizar, una película. El tiempo, el contacto y la confianza construida con esta población de cantaoras lo fueron llevando a la idea de contar la historia de una sola de ellas que hablara de todas y a abandonar su idea inicial, muy antropológica, de contarlo todo.

Oneida y Saulo, una pareja que la muerte separó pero quedó registrada para siempre.

Oneida Orejuela

“Cuando nos conocimos hubo un clic. Ahora que pongo en palabras lo vivido, siento que nuestras personalidades se parecen. En apariencia, extrovertidos, pero nos cuesta a veces estar en el colectivo. Y esa apatía, que no es apatía, viene de pensar un poquito más allá. Según el manual, Oneida no era el personaje con el cual embarcarse en un documental, por ese mismo muro que ella le pone al otro. Para mí, ese muro era la seducción que tenía, una especie de negación”, explica Luckas. Su rostro, serio, su mirada, única, esta chocoana ha visto la oscuridad de frente y ha sentido el dolor desgarrador que produce a tantos niveles la violencia, pero, con el apoyo y los aportes de sus comadres, convirtió cicatrices profundas y calladas en arte catártico, en clamor y en memoria.

Su rostro, serio, su mirada, única, esta chocoana ha visto la oscuridad de frente y ha sentido el dolor desgarrador que produce a tantos niveles la violencia, pero, con el apoyo y los aportes de sus comadres, convirtió cicatrices profundas y calladas en arte catártico, en clamor y en memoria.

Al respecto, en marzo, Oneida le dijo a SEMANA: “A veces uno quiere decir la verdad, pero le da miedo pararse en público y señalar a alguien y decirle ‘¿Usted por qué me hizo esto que yo no quería que me hiciera?’. Pero si nosotras somos dos, tres o muchas más, y lo hacemos en una voz talentosa, tenemos la esperanza de que no nos va a pasar nada y de que la prensa y el Gobierno nos van a escuchar”. Para Luckas esta película tiene una regla por debajo, “Oneida, canta tu historia”. Y trabajando con ella entendió que era necesario ponerse en el lugar de ella para respetarla al narrar su historia, pero también para interpelarla. Y si la película es profunda, es resultado del espacio común entre ellos. Ese clic se extendió además al equipo de producción y a la población entera, que cuidó en extremo al equipo, advirtiéndole cuándo era prudente ir a filmar y cuándo no. Porque se fueron las Farc-EP al proceso de paz, pero llegaron el ELN y otros grupos en este “tiempo de paz” sin paz.

Esa confianza también llevó al pueblo a pedirle a Luckas registrar el durísimo proceso de exhumación de víctimas de la masacre en 2017, donde no aceptaron la presencia de medios de comunicación. “Todo había sucedido hacía 15 años, pero parecía que hubiera pasado el día anterior. El dolor era muy fuerte”, cuenta el realizador.

Desde los ocho años, Oneida perdió su pierna, pero nadie en su pueblo sabía cómo había sucedido. En la película lo cuenta. Esta imagen suya en el platanal refleja la fuerza tremenda de la protagonista de la vida real de 'Cantos que inundan el río'. Foto: Pasolini en Medellín / Briosa Films | Foto: Pasolini en Medellín / Briosa Films

Alabaos eternos

La película se hace trascendental al reflejar la resignificación del alabao. Hasta el siglo XX fue el canto fúnebre ancestral usado por los pueblos negros para acompañar a las ánimas en su tránsito al más allá, pero, en este siglo violento, las musas de Pogue le dieron un giro. Al respecto, Luckas cuenta: “Tengo una conexión muy fuerte con el rap. Me impresionan mis amigas y amigos poetas de la calle y cómo logran contar lo que viven. Y para mí, esta reconfiguración que ellas hacen del alabao es como un rap más primitivo, en el mejor sentido de la palabra. Es maravilloso que, para contar su historia, Oneida decidiera partir de esas melodías, que son muy místicas. La melodía y las letras perduraron por siglos entre mujeres que probablemente no sabían leer o escribir. Cuando uno escucha esas canciones, uno está entrando en un eco en el tiempo”.

La película refleja el espíritu de un pueblo lleno de mujeres cantaoras, de su talento impresionante y de una resiliencia sin par que la violencia sigue poniendo a prueba a diario.

Por varias razones, entre ellas su desprecio por esas películas musicales sin nada qué ofrecer entre las canciones, Perro siguió desbaratando su idea. Y luego de que les dijera: “Ya le cantaron a la masacre, y es muy importante lo que han hecho. Pero, ¿por qué no mirar a esas otras cosas?, ¿por qué no cantarle al río?”, le respondieron que para ellas había sido “fácil” cantar la masacre porque había sido un golpe muy marcado en el corazón, mientras que el río está siempre ahí. Y si algo se sabe al escribir es que suele ser más difícil hablar de lo que está muy cerca. Debajo de esta respuesta, el director leyó una distancia para hablar de la subjetividad, y en ese momento abandonó la idea de contarlo todo para enfocarse en Oneida. “El río que realmente había que interrogar eran ellas, como mujeres”. Muy bonitas todas, aceptaron, y como parte de ese pacto también aceptaron que Oneida fuera el medio para contarlas a todas. Luckas se alejó del cine directo (en el que Jorge Caballero marcó pauta) para enfocarse en un retrato. Desde ese retrato de Oneida, sin ataduras de género, asumió una exploración poética para la cual su experiencia en videoclips resultó reveladora. Le sirvió especialmente a la hora de transmitir que para estas mujeres y estas poblaciones las ánimas y los muertos tienen presencia en el mundo de los vivos: en su mundo, lo onírico no hace parte de la fantasía porque los sueños tienen efectos en lo real.

Tengo una conexión muy fuerte con el rap. Me impresionan mis amigas y amigos poetas de la calle y cómo logran contar lo que viven. Y para mí, esta reconfiguración que ellas hacen del alabao es como un rap más primitivo, en el mejor sentido de la palabra. Es maravilloso que, para contar su historia, Oneida decidiera partir de esas melodías

“Tenemos la esperanza de que por toda parte se vea”, le dijo en su momento Oneida a esta revista, y eso ha sucedido. Completada en tiempos pandémicos, la película hizo parte del festival de documentales más importante del mundo: Hots Docs (si bien fue virtual). Pero, desde entonces, se ha proyectado presencialmente en festivales de Medellín, Cartagena, Guadalajara y Toulouse, donde se llevó el premio a mejor documental. La respuesta de la gente ha sido orgánica y muy sentida. Y claro, también se proyectó en Pogue, donde la risa inicial y comprensible de muchos al verse en pantalla dio pie a un silencio profundo (que conectó al pueblo entero) cuando Oneida reveló a su pueblo, por primera vez, por medio de la película, cómo perdió una pierna. Le llegó la hora a Colombia de conectar con ella, con ellas, y con los impresionantes efectos de sus cantos inigualables, que si bien están al servicio de la vida, no les dan la espalda a los muertos.

Luckas Perro, sin edición

Compartimos apartes relevantes de nuestra entrevista con el director antioqueño.

Cantos que inundan el río / Detrás de cámaras | Foto: Pasolini en Medellín / Briosa Films / Raúl Soto

SEMANA: Mencionó una pausa por cuenta del ELN, ¿qué otros retos de producción enfrentó? ¿Cómo fue hacer esta película allá?

L.P.: Primero, es un asunto ético: ¿qué cuenta uno? Porque uno se va y ellos se quedan. Entonces, en la construcción ese fue el primer reto, definir qué contar, qué decir. Ya en términos de la movida allá, de la logística, siempre nos movíamos bajo la tutela de la gente. Ellos nos decían, “No vengan”. Ellos se preocupan. Eso es muy propio de la cultura del río, de la cultura chocoana. Hay una cosa: cuidan mucho del invitado; ellos sufren con la idea de que nos pueda pasar cualquier cosa. Eso fue muy bonito, y había confianza y se respetaba eso.

Es un asunto ético: ¿qué cuenta uno? Porque uno se va y ellos se quedan. Entonces, en la construcción ese fue el primer reto, definir qué contar, qué decir

No soy un director que le guste filmar lo emergente, lo que está ahí aconteciendo. Me causaría mucho terror, no sé, filmar un momento después de un temblor, o de una bomba, No podría. Mi estilo es arqueológico, me gusta llegar tarde. Me gusta cómo la gente lo narra y cómo se reconstruye, y eso se nota. Las imágenes de live action que hay, las de cine directo, son las del entierro de la señora Rosario. Esas imágenes son mías, y se siente el pánico en el que yo estoy y un poco de vergüenza de estar filmando algo tan privado.

SEMANA: Es una frontera compleja, sobre todo en Colombia...

L.P.: Todo puede ser motivo de una cosa dramática muy fuerte. Para mí, un momento muy bonito en este proceso en estos años fue cuando se dio la exhumación, en 2017. Ellos decidieron que no hubiera medios de comunicación en todo el mes que duró el proceso. Y me llaman a mí y me dicen, “Luckas, nosotros queremos que tú estés haciendo todo el registro con el equipo de comunicación”. Y ahí estuvimos un mes haciendo eso. Era muy fuerte, todo había pasado 15 años atrás (2002) pero parecía que hubiera pasado el día anterior. Era muy fuerte para la gente. Y había que apelar a la delicadeza, al cuidado. Cualquier otro hubiera podido sacar un reality de todo esto, algo muy escabroso. El dolor era muy fuerte.

Un sentido de comunidad y de futuro posible empieza por reconfigurar los dolores, hacerlos algo más... | Foto: Pasolini en Medellín / Briosa Films / Raúl Soto

SEMANA: En una audiencia reciente de la JEP sobre la memoria histórica, Gonzalo Sánchez hablaba del río como ese cuerpo dual que da vida pero que también sirvió para borrar cuerpos y barbarie. Las mujeres de Pogie, imaginamos viven esas dos dimensiones en la piel...

L.P.: Hay muchas secuencias que yo imaginé y escribí con base en las conversaciones con ellas que nunca se pudieron dar. Algo pasó con la guerra. Una regla que se impuso y se quedó impuesta. No se puede navegar de noche. Y entonces ahí, el río, que es el puente de comunicación se vuelve un muro, se vuelve un límite, una frontera. Eso, por un lado. Por otro, con Oneida, en un pedazo que no quedó en el corte final, ella le habla al río y dice que “es como un hombre, un hombre celoso. Me da, pero cuando se emborracha y se enloquece me lo quita todo”. Para ellas ha sido muy difícil pues luego de que las FARC-EP entraran al proceso de paz, otros grupos ocuparon ese territorio.

Oneida, en un pedazo que no quedó en el corte final, ella le habla al río y dice que es como un hombre, un hombre celoso. Le da, pero cuando se emborracha y se enloquece se lo quita todo

SEMANA: Se estrena la película pronto..

L.P.: Si, estamos asustados... (ríe).

Detrás de cámaras de 'Cantos que inundan el río'. | Foto: Pasolini en Medellín / Briosa Films / Raúl Soto

SEMANA: Ya ha tenido reacciones del público extranjero y del público de Pogue, ¿qué espera de esa recepción del colombiano en este momento en el que la verdad parece volver a cobrar importancia?

L.P.: Yo quiero llegarle a la otra parroquia. Hablando con Consuelo Castillo (DOC:CO) y Briosa (productora dirigida por mi esposa Yira Plaza), sobre distribución, mencionamos la película de Simón Mesa (Amparo) y la mía. Nos pareció importante que fuéramos nosotros, desde Antioquia y desde Medellín, los que pusiéramos estos temas en el centro de la discusión porque Chocó siempre ha sido nuestro vecino. Y es una relación muy loca, a veces muy dañina. Es muy dañino tener a un antioqueño de vecino (así como en El vuelco del cangrejo).

Me pasó desde los primeros ejercicios que hice y que le mostraba a mi familia. Mi familia es de condición popular, y pasó que se “uribizaron” no sé cuándo, no sé si después de que la violencia narco nos dio tanto palo, y todas las violencias en los ochentas y noventas. Y lo más teso era sentir que compartíamos algo, una cosmogonía judeocristiana muy fuerte. Que mi mamá con lo primero que vibró, así como otra gente, fue con las canciones a Cristo. Con ese fervor que le tienen a la Virgen María. Y a ese que siempre han excluido, que es negro, pues ese es el que sabe cantar y que tiene un poder y un legado que ha sabido cuidar.

Mi mamá con lo primero que vibró, así como otra gente, fue con las canciones a Cristo. Con ese fervor que le tienen a la Virgen María. Y a ese que siempre han excluido, que es negro, pues ese es el que sabe cantar y que tiene un poder y un legado que ha sabido cuidar.

Tengo una expectativa con la otra parroquia. Espero qué podamos llegar a cierta clase media, clase alta, a tocarlos con la película. E igual tenemos un público que, digamos, es el que ha alzado las banderas con todo esto del paro, con el proceso del Pacto Histórico. Y estuvimos ahí, de nuestro lado, lo expresamos. Somos un aporte cultural, filosófico, un deseo que tenemos hace mucho tiempo.

Y siento que, de nuestro lado con Pasolini en Medellín (casa productora de la película), es un sentimiento muy original. Venimos trabajando hace mucho en la periferia, y muchos de nosotros somos de la periferia. Este dolor y este sufrimiento que ha tenido la gente de Bojayá, también lo vivimos. Sigue siendo muy fuerte volver la mirada atrás y saber que muchos de los amigos de mis primos, muchos de mis amigos, no están, porque nos tocó una violencia fatal. A mí me tocó esa cola de ochentas/noventas y, a principios de siglo, la incursión paramilitar fue muy fuerte. Yo estoy encerrado entendiendo qué fue el 2002 en este país. En el 2002 sucede la masacre, en el 2002 sucede la Operación Orión y todas esas operaciones militares aquí en Medellín...

Tengo una expectativa con la otra parroquia. Espero qué podamos llegar a cierta clase media, clase alta, a tocarlos con la película.

Y la película con la que sigo está pensando ese asunto. Estoy ad portas de rodar una película algo más personal, que se llama “El hombre de la trompeta”. Y es mi tío menor. Un trompetista de mariachi que fue asesinado cuando yo tenía trece años. Y estoy dando vueltas sobre eso. Me parece importante que la gente entienda esto cuando eleva un reclamo sobre los temas sobre los que hacemos películas: necesitamos el tiempo. Yo necesité estos veinte años para entender un poquito de lo que pasó.

La productora Ana María Muñoz, el director Luckas Perro y una mujer de la comunidad de Pogue, cuidando de la Virgen. | Foto: Pasolini en Medellín / Briosa Films / Raúl Soto

SEMANA: Sobre el cine colombiano actual, Simón Mesa nos mencionó una incomodidad en que el cine sea un caso de mostrar para algunos en posiciones de poder...

L.P.: Muy a pierna suelta, lo diré. Tuve la oportunidad de escuchar a Santos dos veces, en el FICCI, y yo decía, “Qué bueno”. Sin saber quién le armaría el discurso, uno sentía que había algo propio de un tipo al que le gustaba el cine. En esta ciudad hay gente muy tesa pensando en la cultura, y hemos tenido oportunidades, a diferencia de lo que pasa en otras ciudades, y nos sentimos privilegiados, pero todavía hay cierta élite que tiene un pensamiento de Sanandresito, para la cual la cultura no tiene un lugar central. Y cuando hablo de Santos, preferiría esa élite intelectual, no la élite que está pensando en la finca, ¿Cierto? Y es desafortunado que otro vaya a recibir bendiciones con milagros ajenos.

Del otro lado, siento que lo que hay que reivindicar y señalar siempre de quién ha sido el trabajo. Aquí, y lo hablo desde lo local, en Medellín está el asunto de muchas alcaldías que dicen “Hemos llegado y somos el cambio”... cuando muchas de las cosas, como el presupuesto participativo y todas las cosas que abanderaban esas políticas, pues se inventaron y pensaron por la gente de las comunidades de base, en los proyectos comunitarios.

No deja de ser interesante que otros se lleven cierto crédito con las cosas porque no se sabe hasta donde tengan claro lo que están promocionando. Nuestras películas están haciendo una crítica vertical a las mismas maneras que ellos han tenido

Ahí es cuando uno dice, “Todo bien, llévate tu champú”, pero nosotros estamos celebrando. No deja de ser interesante que otros se lleven cierto crédito con las cosas porque no se sabe hasta donde tengan claro lo que están promocionando. Nuestras películas están haciendo una crítica vertical a las mismas maneras que ellos han tenido. Eso, creo igual, que es muy difícil de ver en el presente. Eso se entenderá en el tiempo.

SEMANA: ¿Qué recomienda a nivel de libros?

L.P.: Yo vivo un momento muy loco con la literatura. La quiero mucho y escribo cuentos porque son películas más baratas. No tengo que esperar seis años a ganarme el FDC y levantarme todo ese billete, y no tengo que limitarme en lo que hago. Y en mi formación empecé como al revés.

En las bibliotecas todo está dividido por categorías, y estas por números. Hay una categoría que es el 890, y corresponde a Europa del Este, Asia y África. Y me dediqué mucho a esa, me dediqué mucho a los africanos. Y me llaman mucho la atención los afganos, los iraníes. De los afganos me gusta mucho Atiq Rahimi. Ese tipo (creo) escribe todavía en afgano, vive en Francia, y lo que él hace que yo envidio es que escribe sus novelas y luego las hace películas. Es famoso por “La piedra de la paciencia”, pero tiene otro libro soberbio, una relectura de Dostoievski, que se llama Maldito sea Dostoievski. Y relata un crimen esa gran novela, en el marco de la invasión rusa a Afganistán. Ese tipo me despeluca. Y hace poco, por un amigo, me llegó un trabajo del mozambiqueño Mia Couto. Estoy leyendo “Tierra sonámbula” y me impresionó por cómo establece el vínculo de estas culturas primigenias con el agua. Me gusta mucho.

La comunidad les indicaba cuándo ir a grabar. No se hubiera perdonado que algo les sucediera. | Foto: Pasolini en Medellín / Briosa Films / Raúl Soto

SEMANA: Ya se ha proyectado la película en muchos lugares del mundo, y nos contó que ya se mostró en Pogue. ¿Cómo se recibió en el pueblo?

L.P.: Nosotros queríamos alinearnos mucho con los veinte años de la conmemoración de las víctimas de la masacre. Y se dio. Antes de que se presentara en la cabecera, en Bellavista, que fue donde sucedieron los hechos, primero la presentamos en Pogue.

Fue muy bonito. Había una ceremonia particular por las víctimas, las dos décadas de este asunto. Y llegó el momento de la proyección. Es normal que haya fiesta y picós. Y les pedimos parar la música para la proyección. Todos un poco pasados de tragos se vinieron. El pueblo es pequeño, y estaban todos ahí. Empezó la película, y hubo una reacción entre la gente y preguntarse sobre de qué se reían o no, pues a todos les causa mucha risa verse en pantalla, escuchar la voz de los otros...

Pero de un momento a otro, cuando Oneida cuenta el asunto de la serpiente y por qué ella no tiene la pierna, algo que uno pensaría que sabe todo el mundo, se quedó el pueblo en silencio (respira profundo). Eso fue así como un momento de sintonía de la gente con Oneida muy teso. Y para ella era eso, contar lo que no había contado. Para nosotros, se trataba de poner a prueba lo que la gente, la confianza que habían puesto en nosotros.

Y, un elemento que está en la mitad. El año pasado se murió el esposo de Oneida, Saulo. Y ese hombre es un personaje muy importante en la película, muy importante en el pueblo, un líder que todo el mundo quería. Fuimos al entierro y fue una cosa de locos. Lloraba desde el más chiquito hasta el más grande. Y en la película quedó para siempre. Y eso siempre nos pidió él. Desde las primera veces que fui, el Saulo me decía: “Luckas, quiero que vuelva aquí porque uno se muere y la película queda”. Fue muy teso que él haya dispuesto eso.