Aún mucho cuentan esta historia como quien recita la alineación de un inolvidable equipo de fútbol. Jorge Luis Borges, durante la final del Mundial de Argentina 1978, cometió una de las más grandes ‘herejías’ que recuerden ese deporte y aquel país: organizó una conferencia sobre la inmortalidad en pleno partido. Y en Buenos Aires, aquella tarde del 25 de junio de 1978, se llenaron tanto el estadio como su biblioteca, lugar de la charla. El escritor no ocultó así su odio hacia un deporte sobre el cual él explicó de forma memorable la razón de su éxito: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.Este acontecimiento, desde entonces, marcó visiblemente una frontera entre aquellos intelectuales que odian el fútbol y entre los que lo idolatran, una separación que revive cada cuatro años, cuando se realiza la Copa del Mundo. En algún lugar del planeta, por esta fecha, siempre habrá una resistencia encarnada en un escritor o en un pensador diciendo cosas como que el fútbol es enajenación, mercantilismo, agresividad, mafia, una forma de fomentar lo peor de los nacionalismos. Pero en la otra orilla estarán sus defensores que hablan de un mundo unido, de identidad, de héroes y de sublimes epopeyas. De este lado, los adjetivos y la pasión no se ocultan, como lo hace Eduardo Galeano, el uruguayo autor de Las venas abiertas de América Latina, quien cada vez que comienza un Mundial pega un cartel en la puerta de su casa que dice “Cerrado por fútbol”.Pero a veces la disputa pasa de la provocación al enfrentamiento, que no va más allá del papel. Hace unos años el diario La Razón de España reunió a un grupo de intelectuales (el escritor Fernando Sánchez Dragó, el historiador Román Gubern y el filósofo Salvador Pániker) que declararon por qué no quieren al fútbol y de paso arremetieron contra aquellos eruditos que lo veneran. “Casi todos los intelectuales son ahora animalillos domésticos y apesebrados”, sentenció el escritor. El filósofo, por su parte, recalcó en que el balompié en una época fue denostado en ambientes cultos; ahora, en cambio, hay muchos intelectuales que presumen de sus camisetas. Y el historiador concluyó que la pasión de los intelectuales por el fútbol forma parte de un esnobismo generalizado.Nunca hubo señalamientos, nombres en particular, tampoco respuestas, pero sí unos sospechosos de siempre: Juan Villoro, Javier Marías, John Carlin, Nick Hornby y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. Todos ellos han visto en el fútbol inspiración, arte y cultura, como dice el escritor colombiano Juan Esteban Constaín, autor del libro Calcio: “Para algunos escritores el balompié llega a tal adoración que se vuelve tema de sus creaciones. El fútbol es cultura y menospreciarlo sería también menospreciar a la cultura”.Cuando nadie lo esperaba, del propio fútbol brotó un filósofo, el exgoleador argentino Jorge Valdano, que saltó de las canchas a la máquina de escribir. Y uno de sus propósitos ha sido zanjar esa brecha. Su idea es que el fútbol estuvo alejado del pensamiento porque los intelectuales dejaron solo a este deporte. “Ahora empieza a dar la sensación de que ellos le perdieron el miedo al futbol, a reflexionar sobre el tema, al menos para intentar entender por qué mueve a tanta gente y por qué mueve tantas emociones”, le dijo este año al diario La Jornada de México. La otra víaAsí como Borges es el lado más radical de los que odian el fútbol, Albert Camus, el autor de La peste, nobel de literatura francés, lideró el grupo de los devotos. A los 16 años, cuando como arquero anunciaba una carrera profesional exitosa, tuvo que dejar el fútbol por una tuberculosis. Se perdía así a un deportista, pero se ganaba a un excepcional escritor, uno de los primeros en reflexionar sobre fútbol, en llevarlo a la academia y en dejar varias sentencias que se retoman hoy como referencia, como esa que dice que “un país es su selección de fútbol” o “lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Antes de Camus, entre intelectuales, con pena se ocultaba el aprecio por el fútbol, era tan mal visto como seguir hoy un melodrama. En fin, esos años en los que el fútbol era despreciado por los intelectuales parecen haber quedado en el pasado. El escritor y columnista Ricardo Silva Romero asegura que ya ha sido probado hasta la saciedad que el fútbol es una de las ocho artes.Aun así, hay pensadores a los que el balompié jamás conquistará, como el periodista Antonio Caballero, quien considera muy monótono a este deporte y del cual no le interesaría escribir. “Los intelectuales –dice el columnista– lo miran porque está de moda, como en su momento lo fueron las carreras de carrozas bizantinas”.Amor, odio, indiferencia, pasión, el fútbol es como la vida: nunca logrará que a su alrededor todos se pongan de acuerdo. Ni los más ilustrados han podido.