En medio de los arduos momentos por los que pasa la negociación de un acuerdo de paz, la voz de Carlos Pizarro Leongómez cobra relevancia para un país que no ha podido salir de la guerra. Semana.com reproduce la presentación al libro De su puño y letra (Ed. Debate), escrita por su hija María José Pizarro. La publicación ya está disponible en librerías y el próximo 26 de abril a las 4:30 p. m. será lanzado en la Feria del Libro en el salón Álvaro Mutis, donde María José conversará con Margarita Vidal. En el texto de la presentación, María José adelanta algo de lo que contienen las misivas y relata los recuerdos que tiene de su padre. A continuación sus palabras: Las cartas de mi padre Por: María José Pizarro Han sido muchos los obstáculos que han tenido que sortear estas cartas para que hoy existan las que permanecieron, muchas otras desaparecidas y destruidas jamás podrán contar su historia. Algunas, víctimas de allanamientos de los servicios de inteligencia, duermen quizás para siempre o al menos por un largo tiempo en oscuros archivos, silenciadas por ser voz de ideas y pensamientos tildados de subversivos. Otras, pasando las censuras de las cárceles y de la militancia, se filtraron en escondrijos inimaginables para sobrevivir. Y solo algunas pocas, recorrieron de mano en mano los caminos clandestinos en tiempos oscuros hasta que lograron llegar a su destino. Después de los tiempos de la cárcel, viajaron por años de un lado para otro entre equipajes, o permanecieron celosamente ocultas en lugares amigos que las protegieron con cariño. Un día regresaron a casa y, ya a salvo, fueron confinadas en cajones durante años, hasta  que me fueron entregadas. Desde el día en que mi madre y mi abuela Margoth me las confiaron, las he leído mil veces, grabándolas en mi memoria como una huella indeleble, buscando encontrar siempre en ellas al padre que me fue  arrebatado por la guerra. Durante muchos años fueron lo único que conocí de mi padre y  hoy son mi más preciado tesoro.  Esa conjunción de letras ha significado ese rincón cálido donde renacer en las horas de desconsuelo y el faro para no perder el camino. En estas palabras he encontrado las enseñanzas que nunca me pudo dar, pero que dejó escritas para que yo nunca las olvidara, también he encontrado los sentimientos que pocas veces me pudo transmitir y ese compromiso con la libertad que él evocó para mi alma. Son estas palabras el camino que el amor encontró para sobrevivir a la muerte y el olvido. En ellas hallé la certeza de que, a pesar de su ausencia, siempre me guardó en su corazón, porque yo representaba esa esperanza en el futuro que le permitió sobrevivir a los horrores de la guerra. Gracias a que estas cartas fueron escritas entendí cómo su amor por la vida fue el cordón umbilical que me trajo a este mundo, y es precisamente en reconocimiento a este amor que he iniciado el camino de la memoria, donde es la hija quien pare al padre para entregárselo de nuevo al mundo, renacido y libre. Es entonces cuando se cumple el ciclo de un amor que camina sobre el olvido y el tiempo, gracias a esa semilla que él sembró escondida en el lugar más seguro, mi corazón. ¿Quién fue mi padre? Tengo muy pocos recuerdos de él, tan solo tengo imágenes fugaces como bocanadas de aire. No puedo recordarlo riendo junto a mí, no puedo recordar su rostro, ni la forma como, dicen, dibujaba el aire con sus manos; no recuerdo su voz dulce y llena de esa fuerza capaz de movilizar a los hombres en busca de sueños. No recuerdo su mirada limpia y su sonrisa cálida. Solo puedo recordar lo que experimentaba cuando estaba junto a él y siento que mi corazón se inunda de un amor inmenso cuando evoco un pasado que soy incapaz de recordar. Recuerdo el tamaño de su manzana de Adán, cómo subía y bajaba cuando tragaba algo. Durante años he mirado miles de cuellos masculinos y no he podido ver una igual. También los pasos de sus piernas firmes bajando las montañas. Mi cabeza apoyada en su pecho y la dulzura de su abrazo infinito y, sobre todo, recuerdo esa quietud demasiado tranquila para un rostro sin vida. En estas cartas entregaré al hombre que sobrepasó mil veces mis expectativas, por ser tan solo eso, un hombre, pero uno perseverante en la construcción de sus sueños, un hombre que,  enamorado de la libertad, se le rebeló a la misma rebeldía y fue capaz de romper sus propios esquemas. Ese es el padre que descubrí. Hacer públicas estas cartas tiene profundas  aspiraciones, por un lado, a través de mi padre habla una generación inconforme y rebelde. Una generación que no se acomodó a la rigidez de unas costumbres sofocantes, a unas prácticas limitantes y excluyentes, una doble moral expresada en todos los estamentos de la sociedad y en las que se afincó una forma de hacer política. Una política que se opuso siempre a ideas renovadoras, evoluciones y cambios. Colombia ha sido una sociedad antidemocrática en medio de pregones de democracia, en la que mentes y espíritus libertarios, no caben. Hoy en algo ha cambiado el país, es cierto, pero no podemos desconocer que estos avances han sido fruto de innumerables luchas sociales, que armadas o pacíficas, han costado muchas vidas humanas. Sin duda, a través de estas cartas, habla una generación de la que no se ha contado ni se ha escrito lo suficiente. Por otro lado, más allá de recuerdos de terceros o de juicios sobre el papel de Carlos Pizarro en nuestra historia, en estas cartas él está vivo y presente, quien habla es Carlos Pizarro, conocido y recordado por muchos desde la distancia de los tiempos, quien a pesar de despertar odios o simpatías, pocas personas conocen. Aquí podrán encontrarlo luchando en su empeño por darle un nuevo sentido a su país, intentando cambiarle el rumbo, enfrentando sus fantasmas y demonios, tratando de interpretar al ser humano, de retornarle dignidad al humilde, al desposeído y, en su oficio, mitigar las desdichas del prójimo, sufriendo por los perseguidos, para convertirse finalmente en uno de ellos. Está dedicado especialmente a los hijos e hijas de la insurgencia armada porque de nosotros  poco o nada se conoce, de cómo hemos podido asimilar experiencias como la clandestinidad, la persecución, el desarraigo de la separación, la orfandad, las vivencias de una vida simulada, oculta, de la que pocos hemos podido hablar y en estas cartas se encuentran razones y respuestas que hemos estado buscando y solo nuestros padres podían dar. Para los victimarios también ha sido trascrito este libro, porque terca y ciegamente no se puede insistir en que la solución de un conflicto es borrar las ideas con pólvora y que las raíces de estas guerras que tanto tiempo han permanecido, son la obstinación necia de no admitir cambios. En ellas, la otra orilla habla y revela la cara humana de ese enemigo que se ha eliminado sistemáticamente. Con algunas pocas reseñas que he introducido para orientar a los lectores sobre los momentos en los que las cartas fueron escritas, encontrarán al hombre que fue mi padre, al hombre que aportó en la construcción de una nación grande y diversa, pero que fue condenado a morir a los treinta y ocho años cuando dispararon quince balas contra su cuerpo, apenas cuarenta y cinco días después de haberle apostado a la paz. El poema de Pablo Neruda, Tu risa, fue uno que mi padre le leyó a mi mamá en repetidas ocasiones, diciéndole que, por sobre todas las dificultades, siempre rescatara su risa porque, a través de ella, para él sería más fácil reconstruirse. Paradójicamente, el día de su muerte, cuando entrábamos a la Caja Nacional de Previsión Social, donde fue conducido en un intento por salvar su vida, encontramos las gotas de sangre manchando las piedras del camino…