“El Prado es como una ciudad cuyas calles atraviesan el tiempo, atraviesan los siglos y recorren el mundo”, decía el escritor británico John Berger, al referirse a uno de los íconos del arte y la cultura en Occidente. El museo ocupa el quinto lugar entre los mejores del mundo, el tercero en Europa y el primero en España, según el ranking de Travellers’ Choice. Dos siglos después de su apertura, y a pesar del ruido y del afán propio del turismo, el Prado sigue siendo ese lugar de encuentro inagotable, de diálogo atemporal, de aprendizaje y emoción.

Recibe cerca de 3 millones de personas al año y, en lo que va de 2019, con la celebración de su bicentenario, las visitas han aumentado un 3,75 por ciento con respecto al año anterior. Por sus pasillos caminan estudiantes de arte, maestros, copistas, niños, ancianos, turistas, expertos, apasionados y desprevenidos. Hay quienes apenas se detienen frente a algunas de las casi 2.000 obras que hoy están en exhibición, mientras que otros se concentran en un solo cuadro, sin sospechar que, en su depósito, el museo guarda unas 29.000 piezas más entre pinturas, esculturas, objetos decorativos y dibujos.

"El museo guarda obras que responden no solo a la historia de España, sino de Occidente. Sus obras van más allá de una realidad estética, porque representan una realidad histórica".

“Este museo no es el más extenso, pero sí el más intenso”, decía el pintor y escritor español Antonio Saura, quien también aseguraba que el Prado tenía la mayor concentración de obras maestras por metro cuadrado del mundo. Muchos, como él, aprendieron el oficio entre sus paredes, desde Renoir y Toulouse-Lautrec hasta Picasso, Matisse y Dalí. Incluso Manet, uno de los padres del impresionismo, se fascinó ante la colección y escribió en 1865 al francés Fantin-Latour: “Cuánto me gustaría que estuvieras aquí, qué alegría habrías experimentado al ver a Velázquez, que por sí solo vale todo el viaje”.

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En sus paredes cuelgan pinturas inconfundibles: Las meninas, Los fusilamientos del 3 de mayo, El jardín de las delicias o Las tres gracias. Todas llenas de significados y protagonistas del arte universal. El doctor en Historia del Arte y Consejero Técnico del Museo, Matías Díaz Padrón, explica a SEMANA que, 200 años después de creado, las pinturas que se encuentran en el Prado reflejan la historia: “El público sabe que, aunque tiene carencias, el museo guarda obras que responden no solo a la historia de España, sino de Occidente. Sus obras van más allá de una realidad estética, porque representan una realidad histórica”.

Diego Velázquez acabó en 1656 su obra maestra, Las meninas. El cuadro es famoso por su composición, en la que se ve al pintor que retrata a Felipe IV y su esposa, quienes se reflejan en el espejo del fondo, mientras la infanta Margarita aparece tras bambalinas como protagonista.

Díaz Padrón se refiere a carencias, por ejemplo, relacionadas con la pintura francesa, americana o inglesa. Esto se debe a las preferencias de los reyes. Para cuando formaron la colección, las relaciones comerciales de la Corona española con Venecia y Holanda eran las más exitosas: no solo aseguraban la continuidad y el fortalecimiento del reino, sino que favorecían el intercambio cultural y artístico, como describe José Luis Sancho, investigador de Patrimonio Nacional de España. Eso explica que hoy el museo tenga las mejores colecciones del Bosco o de Rubens, ambos pintores de la escuela flamenca.

En conversación con SEMANA, el presidente de Patrimonio Nacional de España y vocal del Real Patronato del Museo, Alfredo Pérez de Armiñán, explica que “sin conocer el Prado no se puede hacer una historia del arte representativa”. Si hay un motivo para reconocer este museo como uno de los mejores del mundo, es precisamente ese: no exhibe lo que hubo en cada época de la historia del arte, sino lo mejor de cada una de ellas.

El 3 de mayo en Madrid o ‘‘Los fusilamientos‘‘. Francisco de Goya

El jardín de las delicias, del Bosco, es uno de los trípticos más misteriosos de la historia del arte. Tiene tantas interpretaciones como lecturas, su contenido simbólico representa las conductas permitidas por la Iglesia del siglo XVI.

Dos siglos de historia e intriga

El 19 de noviembre de 1819, Fernando VII inauguró el Museo Real de Pinturas de España. Lo hizo sobre el famoso Paseo del Prado, en un palacio que el español Juan de Villanueva había diseñado 30 años antes para Carlos III. Pero la reina Isabel de Braganza –fallecida un año antes de la inauguración– convenció a su esposo de que reuniera en él todas las pinturas que decoraban los palacios de las cortes reales desde el siglo XV. Por primera vez, más de 300 cuadros serían expuestos por fuera de los grandes salones. Esa iniciativa, herencia de la Ilustración, haría accesible a todos el patrimonio de la realeza.

Catorce años más tarde, la muerte del rey puso en peligro la que se había convertido en la colección de arte más importante de España. La nueva reina consorte, María Cristina de las Dos Sicilias, y sus hijas, la infanta Luisa Fernanda e Isabel II –quien lo sucedería en el trono–, esperaban recibir su parte de la herencia.

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Pero Isabel II era consciente del arte que había atesorado su padre y tomó una decisión histórica: le dio el dinero suficiente a su hermana para que le dejara conservar la colección completa. Luego, en 1865, la Ley del Patrimonio de la Corona desvinculó las pinturas de la propiedad real. Por eso con la Revolución de 1868 y la caída de la Reina Castiza, la colección se convirtió en patrimonio nacional. Además, se fusionó con las obras de algunos conventos desacralizados, que se encontraban en el Museo de la Trinidad, según explica José Luis Sancho.

Luego vinieron otros directores que, como el pintor Federico de Madrazo, se interesaron por llevar al museo las obras de los grandes artistas de su época. Hoy, en el Prado residen las mejores colecciones de pintura española, como las de Velázquez, Goya y el Greco, aunque sus salas también se llenan de observadores en busca de Rubens, el Bosco, Tiziano o Tintoretto.

La celebración de su bicentenario se extenderá por todo 2019. El museo ha preparado una serie de exposiciones como Museo del Prado, un lugar de memoria; Velázquez, Rembrandt y Vermeer. Miradas afines en Holanda y España; y Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia. Las muestras no solo cuentan la historia del Prado, sino que exhiben sus obras maestras y su trabajo de cuidado y restauración.

Las tres gracias, uno de los cuadros más conocidos de Peter Paul Rubens, el príncipe de los pintores flamencos. Su obra se alimentó de la mitología: las jóvenes son hijas de Zeus.

En el marco de la celebración, el museo también ha renovado su página web y digitalizado todas sus obras en altísima calidad, cada una con reseñas y videos en los que los expertos del Prado explican sus detalles. Y han desplegado una estrategia de redes sociales que acerca las pinturas al público contemporáneo.

El museo sigue adquiriendo obras, como los bocetos de Rubens o El triunfo de la muerte, de Brueghel. Cuenta con varios departamentos de conservación y uno de los mejores talleres de restauración del mundo; además, evalúa la posibilidad de ampliar sus instalaciones. Como afirma Pérez de Armiñán: “Dos siglos después de su creación, el Prado está en una de las fases más brillantes de su historia”.

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