En Colombia le dicen elepé, vinilo, pasta o acetato. Pero llámese como se llame, para un coleccionista puede ser un tesoro. En el mundo fue la principal forma de publicar música de 1950 a 1980, cuando apareció el casete. A finales de los ochenta, el CD comenzó a barrer con todo: sus 12 centímetros de diámetro comparados a los 30,5 del vinilo lo hacían más portátil, y su capacidad de 80 minutos de sonido frente a los máximo 50 del LP volcaron a la industria musical hacia el disco compacto.Entonces la gente comenzó a regalar o a descartar sus tocadiscos (o tornamesas) y a comprar reproductores digitales. Pero el mundo fue más allá, hasta entrar a la onda del sonido digital en la que surgieron reproductores como el iPod, los smartphones y páginas como Deezer, Spotify o YouTube, donde ni siquiera es necesario descargar la música o, incluso, pagar por ella.Pero ahora, curiosamente, muchos quieren revertir el fenómeno y regresar a la época en la que la música estaba asociada a un objeto.Desde 2009, en Europa y Estados Unidos las generaciones que nacieron con el casete, el CD o el iPod comenzaron a comprar tocadiscos y vinilos de bandas como Los Beatles, Pink Floyd y Ramones, entre otros, además de vestirse con ropa retro. Los jóvenes ‘hipsters’, a quienes los sociólogos denominan ‘los bohemios modernos’, impusieron la nostalgia por épocas pasadas como tendencia.Musicalmente, en Colombia el fenómeno tardó un poco más y apenas reventó el año pasado: Sony Music, la disquera que maneja el 70 por ciento del mercado musical en el país, vendió casi 20.000 unidades en este formato, 16.000 más que el año pasado. Por la misma fecha, en Reino Unido –el país que marca la tendencia en el mercado del vinilo– la venta de este formato alcanzó 3,2 millones de unidades, una cifra que desde 1991 no se lograba.Lo que pasa recientemente en el país no es nada despreciable. En tiendas de música tradicionales como Tango Discos, las ventas de vinilos crecieron un 100 por ciento y su propietario, Álvaro Roa, le contó a SEMANA que en diciembre vendió 400 tocadiscos. Tornamesa, un negocio que desde 2010 incursiona en los vinilos, sumó hace cuatro años a su oferta los tocadiscos, lo que la convirtió, como su nombre lo indica, en la tienda más popular de estos reproductores. En varios almacenes la muerte de íconos musicales como David Bowie o Prince aumentaron las ventas, y se agotó Blackstar, el último título de Bowie. En el centro de Bogotá, entre las carreras Séptima y Novena y las calles 19 y 22 –el lugar donde históricamente han estado los negocios de compra y venta de acetatos y tocadiscos– la tendencia también se sintió: “Si bien tenemos nuestros coleccionistas que no dejan caer las ventas, es cierto que ahora los jóvenes vienen más”, dice Sergio Álvarez, dueño de La Musiteca.De ahí que en los últimos años hayan nacido tiendas de vinilos y tornamesas como La Roma Records y RPM o algunas mucho más especializadas como Sonus Entia Av, un distribuidor de equipos de audio de alta fidelidad ubicado en el parque de la 93, donde el tocadiscos más barato cuesta 1.750.000 pesos.Sin embargo, la tendencia ha sido tan fuerte que los precios de estos equipos son cada vez más accesibles. Ahora un tornamesa nuevo puede costar 300.000 pesos y uno usado, 150.000. Pero se venden más los nuevos porque se pueden conseguir hasta en las grandes superficies. Ese es para los coleccionistas el mayor indicio de que el regreso del vinilo no corresponde al deseo de los jóvenes de disfrutar del sonido análogo de antaño: “De lo contrario no tendría sentido que compren ‘picadiscos’ de 300.000 que destruyen el vinilo a las cinco posturas y que incluyen un sistema de sonido lamentable”, dice Julián Baquero, un melómano aficionado al sonido, que insiste en que el verdadero amante del vinilo compra el amplificador y los parlantes por aparte para que el tocadiscos suene como debería.A eso se suma que la mayoría de artistas comerciales están sacando su música en CD y acetato, pero grabada en sonido digital, no análogo, por lo que parece que comprar un LP de Lady Gaga o Coldplay, por ejemplo, obedece más al deseo de tener el objeto y exhibirlo que al de oírlo y disfrutarlo. “Es loco invertir 100.000 pesos en un vinilo que suena igual a un CD de 30.000”, cuenta el periodista Eduardo Arias, que lleva 40 años coleccionando vinilos. No es muy distinta la mirada de los académicos que han estudiado el tema. Luis Fernando Marín, filósofo y profesor, encuentra una contradicción: “El mundo está en medio de una ambigüedad donde la tendencia por regresar a lo pausado y material del pasado se alimenta de la eficiencia y virtualidad del capitalismo –cuenta–. Los jóvenes quieren ser retro, pero consiguen lo del mundo retro en las tiendas de moda”.Pero no todo es por glamur. Hay jóvenes que sí llegaron al vinilo por el ritual que implica detallar su carátula, el folleto que algunos traen por dentro, limpiarlo, sacarlo, ponerlo sobre el tornamesa, ajustar la aguja y disfrutar del scratch, ese particular chirrido que suena mientras la aguja sintoniza. Desde septiembre de 2016 la librería bogotana Santo & Seña hace ‘sesiones de vinilo’: encuentros gratuitos donde 20 personas –la mayoría jóvenes– se reúnen, apagan la luz, presentan el disco que van a oír, lo ponen y hablan de la historia del título y de los equipos donde lo reproducen, generalmente tornamesas y amplificadores de tubo. Todo con el fin de escuchar un disco sin distracciones y completo, algo que en la era del streaming difícilmente pasa. Eso es para el guitarrista y productor discográfico británico Phil Manzanera un punto que hay que abonarles: “Ellos descubrieron que detrás hay todo un ritual que los obliga a tener disciplina y a oír todo el disco”, le dijo a SEMANA.Los artistas independientes también están virando a este formato, no como estrategia comercial, sino por amor al sonido de antaño. Diamante Eléctrico, la banda de rock colombiana, grabó en cinta B, su último disco, y lo lanzó en vinilo, es decir, con sonido análogo. “Nosotros celebramos la imperfección del sonido viejo, grabamos en vivo, como se hacía antes, y lo hacemos por el simple ritual, no porque las ventas en CD vayan en declive”, dice. Los artistas colombianos que lanzan su música en este formato prensan los vinilos en el exterior, en tirajes de aproximadamente 500 ejemplares, porque en Colombia no hay fábricas desde 1995. Producir cada acetato les cuesta mínimo 80.000 pesos y los venden en el mercado por 90.000 o máximo 130.000 pesos, así que la ganancia no es mucha.Que el CD vaya en declive tampoco es cierto, por lo menos en Colombia, un país donde el nivel adquisitivo de las personas, especialmente el de las de áreas rurales, no da para entrar en el formato digital.Ya sea por la nostalgia de épocas pasadas, por el ritual que implica el tornamesa, por el deseo de volver a respetar la música y de hacer de ella la protagonista y no el telón de fondo como pasa con las listas de reproducción, el vinilo está de vuelta en Colombia. Si no, Sony Music no calcularía que en 2017 se vendan 60.000 LP en el país.