En Los Escogidos Patricia Nieto cuenta muchas historias. Una de ellas habla de cómo la gente de Puerto Berrío va al cementerio, bautiza a los NN que allí están enterrados, los adoptan y rezan por sus almas. Se trata de una investigación de muchos años que hoy está plasmada en este libro de la editorial Sílaba, con el apoyo de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín. Pese a que se trata de la tragedia de la violencia en Colombia, no es una historia sobre la desesperanza. Como lo dice Cristián Alarcón en el prólogo, el libro: “rehúye la conmiseración, se deja llevar por la naturaleza de los deudos, de los huesos, de los pueblos. En esa posición compleja se entrega a la construcción de la memoria. Y lo singular es que de manera sorprendente aquí la memoria aún en la negación y el ocultamiento del desaparecido que ha sido enterrado sin nombre en un nicho de nadie, también puede ser sueño, expectativa, anhelo, especulación vital. La memoria de los que a pesar de todos esos muertos, a pesar del río Magdalena y su caudal siniestro, buscan con la mirada el horizonte: la memoria como la posibilidad, como futuro. “Los escogidos” no es un libro sobre la muerte. Es un libro sobre el futuro”.Esta es la entrevista con la autora. SEMANA.COM: ¿Qué la motivó a investigar sobre este tema? Patricia Nieto: En el año 2007 conocí algunos relatos según los cuales los devotos de las ánimas del purgatorio adoptaban a los NNs que el río Magdalena hacía visibles en Puerto Berrío. Me interesó conocer esa práctica pues creemos que en Colombia somos indiferentes frente al sufrimiento de los demás y yo intuí solidaridad y compasión en esas vivencias. SEMANA.COM: ¿Cuánto tiempo duró la investigación?P. N.: Desde el 2008 hasta el 2011 mantuve la atención en el tema, viajé en diversas ocasiones, entrevisté personas fuera de Puerto Berrío y leí materiales importantes sobre desapariciones y homicidios. SEMANA.COM: ¿Cómo la afectó personalmente estar de cerca ante toda esa realidad tan violenta?P. N.: Llevo veinte años trabajando el tema del conflicto armado desde la perspectiva de las víctimas. Y, pese a que he pasado por momentos de sufrimiento interior, sé que quienes verdaderamente padecen son las víctimas directas y sus familias.SEMANA.COM: ¿Qué explicación tiene para ese comportamiento de los vivos de no dejar solos a estos muertos desconocidos, darles nombres y rezarles?P.N.: Lo miro desde el lugar de la compasión entendida como acompañar al otro en el dolor; y también desde el deseo que sienten muchas madres y parientes, de que alguien, en algún lugar apartado, tenga un gesto de caridad con sus hijos y familiares desaparecidos. SEMANA.COM: El libro trae historias de personajes que han estado en contacto de alguna manera con los muertos del río. Después de hablar con ellos, ¿qué piensa que sucede cuando se está frente a un cuerpo sin vida y sin historia y sin posibilidad de contarla? ¿Que vio en esas personas, en el forense, el sepulturero, los que los rezan? ¿Tristeza? ¿Impotencia? ¿Miedo? ¿Respeto?P.N.: Ellos se sitúan frente al cuerpo de alguien que tuvo una historia que debe ser respetada, a una persona que sufrió lo indecible en el minuto final, y a una familia que busca con angustia al que salió un día de la casa y no volvió o que fue raptado y desaparecido. Conocen el valor social y político de su trabajo. Lo asumen con decisión, autoridad y dignidad.SEMANA.COM: En el prólogo, Cristian Alarcón dice que este libro no es sobre la muerte sino sobre el futuro. ¿Cómo interpreta usted esas palabras sobre el libro?P.N.: Pienso que Cristian lo dice porque, pese al miedo, la gente se moviliza frente a la desaparición de alguien querido. Y también porque en Colombia, algunos habitantes de Puerto Berrío, toman la iniciativa de cuidar y acoger a un NN, cuando el cuerpo de un desconocido llega a las playas o es rescatado del río Magdalena. Hay gestos espontáneos en contra de la corriente de la indiferencia y esa es una señal de esperanza. SEMANA.COM: ¿Por qué contar estas historias hoy? P.N.: Porque ocurren delante de nuestros ojos. SEMANA.COM: Desde el año 65 se veían bajar cadáveres. En ese sentido el río es un testigo del conflicto armado colombiano. ¿Qué pasa hoy en sus aguas? Sigue siendo un cementerio de víctimas de ese conflicto?P.N.: Dice don Francisco Mesa Buriticá, director de la Funeraria San Judas que atiende una gran zona del Magdalena Medio, que el Magdalena es la gran fosa común de Colombia. Todavía. SEMANA.COM: ¿Cuál historia le entristeció más de todas estas y cuál, en medio de toda esta tragedia, es la más esperanzadora?P.N.: Detenerse un rato frente al pabellón de los olvidados de Puerto Berrío y contemplar la sucesión de tumbas marcadas con las iniciales NN es desolador porque es saber que cientos de hombres y mujeres fueron asesinados en la clandestinidad y arrojados al río para que se perdieran hasta sus huellas. Por otro lado, regocija ver el trabajo de médicos, antropólogos, odontólogos, investigadores judiciales tratando de encontrar pistas para devolver los nombres a esos muertos anónimos; y es conmovedor conocer lo que puede llegar a hacer una madre por recuperar el cuerpo de un hijo, o, hablar con un muchacho que dedicó siete años a buscar, identificar y llevar de nuevo a casa a su mamá. SEMANA.COM: ¿Qué pasa en una población donde conviven con este tipo de cosas tan duras, tan violentas. Cómo impacta todo eso que vio a una comunidad?P.N.: Puerto Berrío es un pueblo amado y recordado por muchos colombianos porque estaba en la ruta de los viajes en barco, porque era escenario de orquestas de todo el Caribe y porque por allí pasaban, de gira, los más famosos futbolistas del continente. Así que para muchos es el recuerdo de una infancia feliz. Después acamparon en la región grupos armados de toda índole y dejaron su impronta trágica y muy dolorosa representada en miles de muertos. Hoy existe un movimiento de víctimas que intenta alcanzar la verdad, la justicia y la reparación. Pero las aguas son muy turbulentas.A continuación uno de los relatos del libro: Volver a nombrarte Capitulo de Los escogidos. Patricia Nieto.Sílaba Editores Vuelvo a ti, Milagros, esta tarde de lunes. Repaso tus letras. Sacudo el polvo de los pétalos con mi índice rígido convertido en palanca para fuerzas menores. No me acerco a la araña que se ha quedado inmóvil, ni al mosquito que lima sus patas, ni al caracol diminuto que trepa la muralla. No perturbo la vida que persiste en este pueblo de muertos. Caigo en el vacío de tu nombre falso, sin apellido, sin fecha, sin código. No te encontrarán nunca Milagros, te digo. Pero no respondes. No vas a contestar tú que vives solo en el recuerdo del que te espera. Tu voz se extinguió el día que te mataron y será solo por obra de los vivos que tu madre te lleve a casa en su regazo. Tendrías que decir palabras a borbotones si pudieras presentarte bajo la luz de este atardecer. Pero no lo harás porque ésta que te interroga no sabe escuchar a los muertos. Siento ganas de sacarte del silencio, Milagros, pero no tengo fuerzas. No es cosa de remover la lápida, arrastrar la madera cansada y observar el polvo que ha quedado de ti. A la luz de la mañana estarías más silente que ahora. Escucharte es buscar los cristales rotos de lo que fue tu vida y recomponerlos como a flores de jardín después de una tormenta. Y mi tiempo no alcanzaría para eso porque voy de prisa, Milagros. Y no te amo, Milagros.Solo por amor a alguien hallará el camino para llegar al paredón trasero de este cementerio. La guerra convierte el destino de los hombres en laberinto. Y los únicos que no se rinden frente a los paredones ciegos, a las lenguas monstruosas de las gárgolas, a los cañones fríos de los fusiles son las madres y los hijos. Eso pienso cuando me reconozco carente de la compasión suficiente para enfrentar la tarea de averiguar quién eres para llevarte a casa. Por dónde empezaría la tarea si, después de la fatiga de día de muertos, decidiera descargar mis pesos y levantar solo el de encontrar tu nombre. Tal vez la primera pregunta vendría del último momento: ¿Quién te dejó en este pabellón de los olvidados? Al pronunciar esa sentencia tendría que alistar mi reloj de muñeca para que anduviera hacia atrás. El relojero de mi pueblo lograría que a las seis les siguieran las cinco y a éstas las cuatro y luego las tres. De ese modo después de enero sobrevendría diciembre y después noviembre. Y del 2012, caería yo al 2011 y luego al 2010 y así hacia atrás hasta dibujar un caminito hasta tu cuna. En las leyes de ese nuevo universo, las preguntas serían manivela para el paso de los segundos. Y ellas se verían como las hormigas que van ahora por el ribete de tu tumba. Una detrás de otra, sin pausa, con apuro: ¿Llegaste en carreta, bestia o coche fúnebre. Qué dijo el médico cuando exploró tu pupila. Fue Pacho, el dueño de los muertos pobres quien recompuso tus facciones. Alcanzaste bendición del cura. Alguna mujer te rezó un responso? ¿Quién divisó tu cuerpo detenido en un recodo del río. A qué horas se sorprendieron los niños con tu cuerpo como toro desollado. Cuántas horas permaneciste en ese pozo oscuro. Se alimentaron los peces de tu carne. Sorprendiste a los pescadores cuando emergiste del lecho frío. Sabe a hierro la tierra después de la lluvia. Te acompañó la luna? ¿Ya se ponía el sol cuándo te mataron. Viste la cara del asesino. Cómo se llama aquel que ordenó tu muerte. Suplicaste piedad. Percibiste el sudor oxidado del que te tapó los ojos. Buscaste compasión en el rostro feroz que te apuntaba. Te hirió las muñecas el alambre dulce con el que las amarraron. Rasgaron la piel de tu cuello cuando te enlazaron como si fueras una fiera. Se quebraron tus dientes con el primer culatazo. Oíste el quejido de tus costillas cuando se partieron. Te obligaron a caminar sobre leña encendida. Te ataron a la cola de un caballo. Le dieron fuete al caballo para que volara. Te negaron el tiro de gracia antes de cortar tus carnes. El pánico te secó las lágrimas. Llamaste a tu mamá en el último minuto? ¿Y tu alma? ¿Abriste la boca para que se fuera? ¿Sentiste cuando cayó en tus manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a tu corazón? ¿Dónde quedaron tus ropas y tus alhajas. Ha salido tu hermano mayor a buscarte. Dónde se quedaron tus hermanos niños. Sigue en pie tu casa. Ha florecido tu jardín. Era dulce el perfume de tu padre. Te gustaba la leche recién hervida. Cómo se llamaba el perro que te meneaba la cola. Eran azules tus días. Jugabas en el regazo de tu madre. Cómo te nombró ella? Prolongo las preguntas como se encadenan las perlas de la camándula que repasan tus devotos. No se detendrá la marcha hacia atrás de mi reloj porque una vida no se rearma como se ordenan las estaciones. No a todos no llega la primavera. Ya te dije Milagros que voy de prisa, y no tengo la vida entera para buscarte. No sabré quién eres si no me hablas al oído, Milagros. Estaré alerta para aprender a escuchar a los muertos. Dime, por favor, como llamarte para volver a nombrarte.