No hay pieza o tesoro histórico de importancia para la humanidad que no guarde tras de sí una apasionante historia, y el Tesoro Quimbaya no es la excepción. Desde su descubrimiento, hace 130 años, han vendido, hurtado, perdido o fundido sus piezas, y la parte conservada de la colección ha protagonizado intríngulis políticos, diplomáticos e incluso sobrevivió a una guerra. En la actualidad, el tesoro (que poco conocen los colombianos) permanece expuesto en el Museo de América de Madrid, y una sentencia de la Corte Constitucional pide al Gobierno adelantar las gestiones para repatriarlo. La metamorfosis del oro, el nuevo libro del artista y antropólogo Pablo Gamboa Hinestrosa, revive esta historia, analiza la importancia del tesoro y argumenta por qué España debe devolverlo.
Cuenta el profesor Gamboa que la historia arranca en 1890 en un paraje sobre el río La Vieja, cercano a la población de Filandia (Quindío), llamado La Soledad. Allá, unos guaqueros que la historia describe como “guiados por rumores y supersticiones” encontraron dos guacas de grandes dimensiones. Corrían los días de la última fase de la colonización antioqueña, marcados por una fiebre desenfrenada por el oro y la guaquería, pues la zona del Eje Cafetero había sido densamente poblada por culturas prehispánicas. Toparse con algún entierro no era imposible. El saqueo de tumbas se había vuelto tan común que lo regulaba el Código de Minas. Era tal su sofisticación que los intervinientes hacían contratos para repartir de manera justa las piezas. En la operación participaban el guaquero, el que financiaba la excavación y el dueño del terreno, y todos esperaban sacar la máxima ganancia.
Así sucedió con el Tesoro Quimbaya, uno tan grande que, según las habladurías de la época, los supuestos propietarios donaron tres libras de oro en piezas para hacer las campanas de la iglesia de Filandia.
Para saquear el entierro formaron una sociedad el dueño del terreno; los guaqueros Macuenco y Casafuz; y Luis Ceballos y Rosa de Jaramillo, los financiadores y distinguidos pobladores de Filandia. Según Gamboa, más allá de la curiosidad histórica, estos datos demuestran que desde su descubrimiento el tesoro quedó dividido y que la colección expuesta en Madrid abarca apenas una quinta parte de lo encontrado.
Por esa época también el mercado de antigüedades históricas y del pasado indígena estaba en auge y, en ocasiones, era más rentable vender las piezas que fundirlas y venderlas como oro. Por eso, el tesoro, que se creía era la tumba del cacique pijao Calarcá, no terminó en una fundidora en Medellín. Por el contrario, lo dividieron en dos: llevaron la parte más pequeña a Pereira y la más grande a Manizales, y luego a Bogotá, con la esperanza de venderlo en el mercado internacional de antigüedades. Esa parte pesaba alrededor de 50 libras de oro y otras tantas arrobas en artefactos de cerámica y piedra. Lo conformaban pequeñas piezas de oro de figuras alegóricas a mariposas, aves, lagartos, sapos, caracoles. Y piezas grandes entre las que se encuentran ídolos, patenas, bastones y vasijas silbato.
Gamboa explica que el descubrimiento fue un golpe de suerte para el endeudado Gobierno del conservador Carlos Holguín (1888-1892). Este se había comprometido a participar en las exposiciones de la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento en Madrid y andaba en busca de dinero y de algo extraordinario que representara el país. Para esos efectos pidió un crédito de 100.000 pesos ante el Consejo de Estado para financiar la operación. Sin embargo, para Gamboa, en agosto de 1891, de manera secreta, se desviaron 70.000 pesos para comprar, sin autorización del Congreso, un poco más de 21 libras de oro del tesoro, casi el doble del precio por el que lo había adquirido el comerciante de Manizales que lo trajo a Bogotá.
Según la documentación revelada en el texto, desde un inicio Holguín tenía previsto regalar esa colección a la reina consorte de España María Cristina de Habsburgo-Lorena. Una carta del embajador del país ibérico en Colombia, Bernardo de Cólogan, fechada en octubre de 1891 es clara en expresar que el tesoro “figurará en nuestra Exposición y quizás sea llevada a Chicago, pero después será ofrecido a S. M. la Reina para nuestro Museo. Sobre este proyectado obsequio guardo la más absoluta reserva, pues me parece que no debo contribuir a que se desflore y divulgue este cierto propósito del Gobierno Colombiano”.
Tal y como afirmó el embajador, el día en que Holguín entregaba su mandato, el 20 de julio de 1892, le comunicó al país que había comprado el tesoro y que estaba a punto de llegar a su destino (para ese momento ya se sabía de su procedencia quimbaya y que no hacía parte del entierro del cacique Calarcá). La noticia no causó revuelo y la colección pasó desapercibida tanto en Europa como en Colombia.
Solo volvió a recibir atención durante la guerra civil española, cuando en 1936 los republicanos que dominaban Madrid, temerosos del avance de las tropas de Franco, decidieron seleccionar las obras y colecciones de los museos del Prado y de Arqueología, entre las que se encontraba el Tesoro Quimbaya. El 5 de noviembre el Gobierno republicano envió las piezas precolombinas a una fortaleza medieval en Valencia y luego a Barcelona. Ocho días después de la decisión, los nazis de la Legión Cóndor bombardearon Madrid.
Gracias a las gestiones de importantes artistas y arqueólogos y al apoyo de los museos del Louvre, la Galería Nacional de Londres y el Metropolitano de Nueva York, en 1938 firmaron un acuerdo para trasladar todas esas obras artísticas y arqueológicas a Ginebra. Con el fin de la guerra, las piezas fueron devueltas al Gobierno de Franco.
El Tesoro Quimbaya significa para Colombia lo que el busto de Nefertiti, en el Museo Egipcio de Berlín, significa para Egipto; lo que los frisos del Partenón, en el museo Británico, significan para Grecia.
En Colombia, el interés por el tesoro era casi nulo; solo en la década de los setenta el país tomó conciencia de su importancia y del error cometido al obsequiarlo. Esto sucedió cuando Colombia pidió prestadas diez piezas para exhibirlas en el país y el museo español se negó. El Gobierno de Alfonso López Michelsen empezó las primeras gestiones para su repatriación, pero no han tenido éxito. Para el autor, es indispensable continuarlas para que la colección regrese al país, pues hace parte de su identidad, como una pieza invaluable de las culturas prehispánicas. Para Gamboa, “el Tesoro Quimbaya significa para Colombia lo que el busto de Nefertiti, en el Museo Egipcio de Berlín, significa para Egipto; lo que los frisos del Partenón, en el museo Británico, significan para Grecia”.
Lamentablemente, ese deseo está lejos de hacerse realidad. En octubre de 2017 una sentencia de la Corte Constitucional confirmó la orden judicial que solicita al Estado colombiano realizar las gestiones necesarias para repatriar el Tesoro Quimbaya. Pero el Gobierno poco ha hecho al respecto.