El tiple es el instrumento musical más colombiano de todos, con una historia que ha resistido al paso de los siglos, desde que campesinos del país lo inventaran, inspirados en un instrumento de cuerdas que llegó a América de la mano de los españoles.
Desde Europa, los conquistadores arribaron a este rincón del mundo con un guitarrón que hicieron sonar especialmente durante la conquista y el virreinato.
Quien lo cuenta es Pedro Nel Martínez, un músico y fotógrafo que heredó la tradición de su padre, un reconocido tiplista con 65 años de carrera, que fue declarado como ‘Gran maestro patrimonio de la música colombiana’ por el Ministerio de Cultura.
Ambos llevan a cuestas no solo el mismo nombre, sino el amor por una música escrita a punta de guabinas, bambucos, torbellinos, bundes, joropos y sanjuaneros, y que ha servido de banda sonora de grandes momentos de la historia colombiana.
Pedro Nel hijo hace memoria. “Se dice que Gonzalo Jiménez de Quesada bajó por el río Magdalena y atravesó la selva hasta llegar a un punto que se conoce como Chipatá. Allí dejó a Martín Galeano, fundador de Vélez, y a González Suárez Rendón, fundador de Tunja, mientras Quesada avanzaba hacia la sabana de Bogotá. Todos traían un instrumento que se llamaba el guitarrón, que es más pequeño que la guitarra española y solo tenía cuatro cuerdas”.
Ese sería el origen de este cordófono de la familia de las cuerdas pulsadas, que se caracteriza por una particularidad: tener un total de 12 cuerdas, mientras que la guitarra tiene solo seis.
Y que además, ha robado los titulares de la prensa, recientemente, por la particular disputa que libran santandereanos y antioqueños, pues las dos regiones se consideran ‘padres’ del bello instrumento.
Lo cierto es que el tiple forma parte desde hace siglos del paisaje de la región Andina y parte de los Llanos Orientales. Pero su huella cultural ha sido amplia y resuena con fuerza por Antioquia, Caldas, Quindío, Risaralda. Y también se extiende por Tolima, Huila, Boyacá, Valle del Cauca, Nariño y, por supuesto, Santander, la tierra de los Martínez.
En Boyacá ha sido cómplice de amores, de la mano de la Guabina chiquinquireña: “Por ti, mi única ilusión, la calma perdí, tengo enfermo el corazón”. En los Llanos es venerado con canciones como la del maestro Orlando ‘el Cholo’ Valderrama, que lo hizo sonar en su muy llanero Quitarresuellos #2: “El lunes estuve de luto con un guitarro en la mano y el martes a buscar otra porque solo no me amaño”
En Bogotá, es famoso por temas como La gata golosa y Los cucaracheros. Sin embargo, un grupo de antioqueños acudió al Ministerio de Cultura para registrar al tiple, pese a ser de todos por tratarse de un bien inmaterial de la nación. La polémica está servida y suena alto.
Su huella en la historia
Más allá de su lugar de origen, en lo que unos y otros están de acuerdo es en el inmenso valor histórico del tiple. El escritor José Caicedo Rojas reseñó un hecho que para Pedro Nel describe bien la esencia y trascendencia del tiple: “En Colombia tuvo lugar la Guerra de los Supremos, que se desató después de que el presidente de la época eliminara los conventos menores en Pasto. Eso hizo que José María Obando, que sería después presidente, desatara esa guerra. Se cuenta que un teniente de cuadrilla y sus soldados entraron a una población cerca a Socorro y hallaron un tiple colgado en una tienda; lo arreglaron y le pusieron cuerdas, y alegres por tener con qué amenizar el desastre, acabaron en una noche bohemia”.
Pero sucedió que la melancolía que les producía el sonido de los tiples los conmovió tanto que los hizo desertar de la guerra y de las armas. El teniente temió lo peor: “Vamos a perder la guerra porque en cada casa campesina de Santander hay un tiple”, se dijo.
Otros autores documentaron que después de ganar la Batalla de Boyacá, en 1819, “Simón Bolívar entró triunfante sobre su caballo Palomo, mientras detrás de él venía el general Francisco de Paula Santander tocando un tiple en medio de esa alegría”, relata Pedro Nel.
De hecho, historiadores como Pilar Moreno de Ángel sostienen que el primer tiplista que dejó oír su música en Bogotá fue el mismísimo general Santander. Y documenta además que la tonada favorita del hombre de las leyes era El aguacerito.
Por eso, subraya Pedro Nel, no es extraño que el tiple haya sido declarado como instrumento nacional y en parte también como un elemento esencial de la vida campesina en Santander. “El hombre de campo no se comunica fácilmente, es una persona ensimismada, pero comunica sus emociones con un tiple y con coplas que componían con doble sentido”, dice Martínez.
Y pone ejemplos. Hay una copla famosa que dice: “No se vaya comadrita / por la mañana se va. Me amanezco y le hago un caldo, le echo un huevo y ahí se va”. A lo que la mujer responde: “No se preocupe, compadre, pa’ onde voy no llevo fiambre. Madrugate a hacer el caldo y échele el huevo a su madre...”.
Pero, pese a su riqueza, la lucha del tiple ha sido dura para resistir a las músicas de moda y a generaciones recientes que poco se han acercado a la riqueza musical de este instrumento, que hace muy poco rompió un Récord Guinness que fue noticia en todo el mundo.
El pasado 14 de septiembre, sobre el Viaducto Provincial de Bucaramanga, que une el centro con el occidente de la ciudad –y que todos conocen como Puente de la Novena–, más de 650 tiplistas se dieron cita para rasgar sus cuerdas al unísono, en una suerte de serenata que le recordó al país el valor de esta tradición musical, arraigada en lo más profundo del alma de los santandereanos.
“Para quienes nos hemos dedicado a preservar esta herencia musical no ha sido fácil, porque a muchos jóvenes les puede parecer que la música que se hace con el tiple es asunto de viejos. Pero hemos sabido reiventarnos. Y de hecho, artistas tan reconocidos como Andrés Cepeda lo han incorporado en sus agrupaciones y hasta ha incursionado en ritmos como la salsa. Así que lo que hacemos va más allá de canciones como Pueblito viejo”, asegura Pedro Nel
Y habla con emoción del XXIII Concurso Nacional de Tiple, que se celebra en honor a su padre y que tendrá lugar en el municipio de Charalá, del 1 al 3 de noviembre próximos. “Creo que estamos en deuda con los jóvenes. Hemos dejado que se expongan a géneros como el reguetón y el vallenato, sin antes enseñarles a amar lo propio, lo de su tierra, sonidos como el del tiple. Son jóvenes que van por ahí desconociendo que Colombia es conocida por ser el país de los mil sonidos, justamente por la inmensa riqueza musical que tiene”, reflexiona Pedro Nel.