En “I Against I”, inolvidable canción de Massive Attack, pone su voz y sus letras Mos Def, que en su irrepetible ritmo, dispara: “I Against I, Flesh of my flesh and mind of my mind, two of a kind but one won’t Survive; My images reflect in the enemies eye and his images reflect in mine the same time”; algo así como “Carne de mi carne, mente de mi mente, dos de la misma clase pero solo uno sobrevivirá, mis imágenes se reflejan en el ojo del enemigo y sus imágenes se reflejan en el mío, al tiempo”.
La tonada no suena en The Substance, no tiene nada que ver con esta producción ni con su estética “en tu cara”, pero lo que expresa encapsula una parte importante de esta, la segunda y tremenda película de la francesa Coralie Fargeat (quien en 2017 estrenó su ópera prima Revenge). Hace pocos meses se llevó el premio a mejor guion en el Festival de Cannes 2024 y ahora llega a algunos cines del país, donde vale la pena vivirla, claro, si tiene el estómago y el gusto por lo retador, por lo descabellado, por lo pertinente. La película también llegará en pocas semanas a MUBI (y tuvimos la oportunidad de verla en el estreno del MUBI Fest 2024).
Es una droga que solo se entiende cuando se pierden sus efectos, la juventud; son drogas, mientras duran, el éxito y la notoriedad mediática. Es una sustancia terrible, la presión social, de la que se desprenden un rechazo al paso del tiempo y una negación propia por fuerza de prioridades internas y presiones y validaciones externas. Todo esto lo sufre Elizabeth Sparkle (Demi Moore, expuesta, absolutamente entregada, tremenda), una reina de la televisión de fitness que siente los pasos del tiempo como los de un elefante.
Ella lo nota al mirarse al espejo, pero es el hombre que firma su cheque y la pone en pantalla, Harvey, quien se lo hace saber. Dennis Quaid retrata al ejecutivo televisivo desde una caricatura del asco sin vergüenza, y la cámara le ayuda (no pasan desapercibidas las alfombras del canal de televisión, muy reminiscentes del Overlook Hotel). Harvey le busca reemplazo joven a Elizabeth, así tenga un cuerpo que la mayoría de mujeres de su edad “matarían” por tener. Pero así es la televisión, y todo tiene su final, ¿no?
No, porque en el camino de Elizabeth se cruza una opción que promete cambiarle la vida con un salvavidas a la medida de sus angustias. Se trata de una especie de mitosis a gran escala, un proceso fisiológico que la duplica para darle vida a una versión joven de sí misma. Es otro nuevo cuerpo, pero es ella misma (Sue, se bautiza, y la interpreta la hermosa Margaret Qualley, siguiendo el paso a la entrega absoluta de Demi)… Para funcionar, el plan tiene instrucciones precisas. Bien dosificado, siguiendo las indicaciones, manteniendo el balance, Elizabeth podrá ser un cuerpo increíble, que nació de ella, el de Sue.
Duda al principio, pero Liz llama al número, busca la sustancia, la aplica. El plan arroja resultados. Lo vemos funcionar desde una reproducción corpórea que algo de la saga Alien evoca, y una idea debería darles esa referencia en lo que a fluidos se refiere. Sí, lo que la película muestra, en contraprestación a esa belleza impecable, es mero body horror, un código que puede retar a muchos, pero que se hace interesantísimo en este contexto de denuncia de los estándares de belleza. Y no se guarda mucho desde el principio, la película, pero aún así se lleva a un crescendo y un clímax impensables.
La propuesta visual de The Substance impacta desde los primeros planos, que sigue desde lo cenital la construcción de la estrella en el Paseo de la Fama (estilo Hollywood) de la protagonista, y que siguen también a un huevo duplicándose. Se percibe una intención, y decir que la lleva a los límites es quedarse corto. La historia lo exige, y Fargeat lo hace suceder con ayuda de un gran equipo y reparto.
Cada plano por el cual se puede babear impulsivamente (en un principio, dados los muchísimos y deliberados planos de culos y tetas, con una estética que hace pensar en el video de “Satisfaction”, del dj italiano Benny Benassi), luego se paga. Esta belleza forzada, esta juventud mal habida, tiene un precio. El sonido acentúa esta espiral hacia la demencia. La música también. El arte es plástico y tremendo, los colores y los encuadres impulsan. No hay detalle que no sume a esta sinfonía visual y demente.
A las drogas, se dice, hay que dejarlas respirar. O mejor, al cuerpo. De no hacerlo, o pierden su efecto, o sacan más y más de la persona hasta drenarla y dejar muy poco. Como toda sustancia, entre más se quiere vivir del lado de los efectos, más se consume y más se pierde el balance. La sustancia que toma Liz, que da nacimiento a Sue, no es la excepción. El cuerpo de la joven se enamora de la vida y quiere más, y por eso rompe el balance, y es el cuerpo de Liz el que lo sufre.
Y entonces Liz empieza a combatir a Sue, y Sue a combatir a Liz... “Flesh of my flesh, mind of my mind”. Y en ese duelo interno hecho carne, la directora parece cruzar algo del tono frenético de Requiem for a Dream con el retrato de Dorian Grey, con muy agradecido lugar para el absurdo.