Los dragones son apasionantes, más aún como metáforas en intrigas políticas, sociales y de guerra. No hay noticia ahí. Eso lo probó Juego de tronos en las últimas de sus ocho temporadas, en las que, a pesar de las numerosas quejas, estas bestias fueron siempre admirables.
Cuantos más dragones haya, mejor, por más devastación que signifiquen, o, quizá, por eso mismo. En House of the Dragon se los ha visto crecer, y en la segunda temporada, que MAX estrena el 16 de junio, los habrá en mayor número y tamaño. Se ven espectaculares, asombran, aterran, elevan la adrenalina, combaten, rompen el corazón y las expectativas. Los dragones, claro, pero también los seres queridos, los hermanos, los tíos, las madres, los pillos interesados y los ágiles conspiradores, que causan, protagonizan y perpetúan una guerra nacida de un malentendido.
La herencia de su serie gestora (la gente odió el final apresurado de Juego de tronos, pero la siguió por los millones mientras se produjo) y el enfoque en la familia Targaryen, destinada a regir por ser la capaz de controlar a estas majestuosas y terroríficas bestias aladas, permitían inferir que este spin-off retro tendría éxito. Escrito con una sensatez llena de filo, actuado con enorme talento y filmado con factura, lo tuvo. House of the Dragon sumó hasta 10 millones de televidentes las noches de domingo en las que se emitió en 2022. En ese sentido, la expectativa es elevada por lo que se logró: restaurar el interés y el entusiasmo en este universo de George R. R. Martin.
Curiosamente, la crítica y el público no esperaban que las señales tempranas más positivas ignoraran a los dragones y a los personajes en el poder y se enfocaran en las dinámicas entre dos muy jóvenes actrices (interpretaron a Rhaenyra Targaryen y a Alicent Hightower). Ellas cimentaron la relación magnética en el centro de la serie. Esto es eventualmente trágico para la trama, pero benéfico para los televidentes, pues, de adultas, a ambas mujeres se las vio reñir de lados opuestos de un conflicto mortal. Y si bien con la llegada a la adultez de los personajes las intérpretes cambiaron, el nivel se mantuvo. El casting fue perfecto en la primera temporada (Paddy Considine como el conciliador rey Viserys I Targaryen fue increíble, conmovedor) y lo es aún en la segunda, que da más pista a las cabezas calientes.
Trono en fuego
La espera se hizo larga. Los ocho nuevos episodios llegan dos años después de su estreno, en 2022, cuando riñó por la atención del público (y salió victoriosa) ante otro estreno, como Los anillos del poder, de Prime Video (gran producción que estrenará su segunda temporada a finales de agosto).
Antes de darle la bienvenida a lo nuevo, vale desempolvar que, al final de la primera temporada, el florero de Llorente cayó. Un gesto de diálogo entre bandos opuestos (negro y verde, Targaryen y Hightower) fue recibido con un ataque de venganza y agresión: un joven príncipe murió y esto desató los vientos de guerra. Ambos lados, y sus lazos consanguíneos con el fallecido y sabio rey Vyseris, tienen herederos con la sangre Targaryen y claman ser legítimos aspirantes al trono. Ambos tienen la capacidad de montar y domar dragones, estas criaturas de destrucción masiva, para luchar por su derecho. Y después de mucho embotellar tensiones y de sumar actos de mala fe de parte y parte, eso sucede para un espectacular y devastador efecto.
Extrañar algo vale la pena especialmente cuando termina la espera por volverlo a ver. La promesa del conflicto que vendrá siempre está en el centro de esta historia (y, si se piensa bien, en el mundo de este lado de la pantalla pasa igual). También forman parte de la ecuación las estratagemas, los diálogos con dobles intenciones, las informaciones sensibles y las lecciones aprendidas a la fuerza. Todo suma en pro del clímax, que sabe llegar, respirar incluso para desplegarse en su gloria y dejarnos boquiabiertos.
Menos morbosa que Juego de tronos, pero no menos brutal, ‘House of the Dragon’ siembra momentos de los que se hablará por siempre.
Sobre esta temporada de House of the Dragon, su showrunner y productor ejecutivo, Ryan Condal (quien confirmó que ya se escribe la tercera), aseguró a los medios que el de George R. R. Martin es un mundo profundamente inmersivo y por eso ofrece mucho más que los momentos explosivos: “Aunque puede ser emocionante y espectacular en ocasiones, espero que sean las conexiones de los personajes las que motiven al público a seguir viendo”. Reconoció que su serie es más sombría y solemne que Juego de tronos; en efecto, deja lugar para el sexo y el deseo, pero mucho menos que su antecesora, escogiendo dedicarle ese tiempo al conflicto. Y se toma su tiempo en establecerlo, incluso exaltando emociones muchas veces reprimidas, como las del duelo materno.
La ola que quiebra
SEMANA tuvo la oportunidad de ver cuatro capítulos de la serie en avanzada y, sin necesidad de espoilear, da fe de su virtud sostenida. La serie va hilvanando sus pasos en su tono sombrío y calculador, como lo hacen sus más agresivos personajes, hasta que inevitablemente llena todo de candela.
La nueva entrega adquiere su personalidad desde algo en apariencia irrelevante pero icónico, como su secuencia de presentación. Esta mantiene la legendaria banda sonora de Ramin Djawadi, pero, como nunca antes, apela a recrear Westeros desde tejidos y bordados y resulta visualmente espectacular. Narrativamente, la serie sigue expandiendo el universo de este universo desde sus orígenes y los bloques de su mitología, del invierno que viene, de los ires y venires entre clanes y familias que aspiran al gran poder.
Entre las profecías y los hombres que las empujan a la fuerza, entre los momentos de dolor, dudas y duelo, House of the Dragon entrega inclementes puntos de giro, en los que los dragones son fuerzas de cambio. A lo largo de capítulos enteros siembra secuencias que quedarán tatuadas en el consciente colectivo.
Una serie así, que en el centro tiene a mujeres que evitan el conflicto hasta que no les queda más alternativa, despliega fuerzas masculinas clásicas e irrefrenables. Principalmente, lo hace apelando a dos figuras casi calcadas, dos Targaryen de bandos distintos y generaciones diferentes, pero de pelos blancos, que tienen que apoyar a su reina y a su rey, y creen que ellos deberían ser reyes. Daemon (Matt Smith) y Aemond (Ewan Mitchell), dos caras de la misma moneda inestable y dramáticamente irresistible, llevan la locura a otro nivel y le cambian el curso a la historia.
¿Cuándo empezó realmente el conflicto?, se pregunta Rhaenys, una de las mujeres sensatas envueltas en esta trama, solo para anotar lo poco que eso importa una vez que se desatan las agresiones. Esa es una cuestión fundamental de estos nuevos episodios que van llegando lenta pero seguramente al punto sin retorno, cuando lo digno se comienza a hacer borroso. Así, parece que aún hay espacio en las noches de domingo para sumergirse en la oscuridad de las luchas de poder y en televisión de alta calidad.