En La Roya del director antioqueño Juan Sebastián Mesa, Jorge es el que se queda. Todos tienen una razón para irse, él tiene las suyas para quedarse, y en el espectador radica musitar sobre por qué (y muchas cuestiones más en el camino). Sabemos que este joven campesino quiere cuidar de su tierra y de su abuelo viejo y enfermo, su compañía y su desvelo en esa finca de la familia. De esta tierra, Jorge también quiere recuperar la mucha que su padre (ausente, muerto) perdió a manos de quienes se la quitaron. Pero hay algo de él ahí también, propio.

En esos montes empinados y en esos cafetales olvidados por todos nosotros, a Jorge lo acompaña Rosa, la joven mujer que responde sus silbidos, con la que a escondidas tiene sexo. Ella, que también habita estas veredas con su padre y madre; lo quiere a Jorge, pero no puede agitarse una verdad incontestable y no puede evitar que la amargue: no la quiere de la misma manera. Algo de él está ahí, con ella, pero mucho de él no.

La roya va llegando a los cultivos que Jorge cuida en su finca, los que le dan poco o nada de dinero y casi que evita vender para no regalarlo, pero parece ya estar ahí de otras maneras: la roya en los cultivos, la roya por dentro, que lo ancla a un pasado que no sabe cómo dejar ir y se lo parece estar tragando vivo. Pero no tiene que hundirse, no hasta el final. Y si bien en un principio se apela a padresnuestros, si bien se alcanzan a hacer limpias y a apoyarse en amuletos, son otros estados de consciencia los que terminan operando aquí para ratificarlo en su sitio.

Jorge se quedó, los otros jóvenes se fueron. Pero, por una temporada, todos sus compañeros de clase regresan al pueblo a una especie de reunión. Y tremenda “fiesta” que se arma, un rave rural y ritual como pocos vistos en pantalla nacional.

En este, Jorge (que sigue con su ‘greña‘ de siempre) encuentra a amigos entrañables (que visitan, tatuados y con aretas), y también vuelve a conectar con Andrea, esa mujer que siempre miró distinto porque quiso profundamente y quiere todavía. Ella sabía que no estaba hecha para quedarse, por eso se fue intempestivamente, pero eso no le evita esa noche darle a Jorge su cercanía, su verdad y llevarlo directa o indirectamente a cambiar de perspectiva.

La mirada

Una imagen distinta del campesinado joven colombiano es la que deja en esta película el director Juan Sebastián Mesa, llena de reflexiones, llena de preguntas por responder en ese choque entre las maneras de antes y las de ahora, entre las creencias y la fuerza que le dan las personas, entre lo que observa quien se queda y nota quien se va al volver... sin que tengan que chocar.

Es también (hecho no menor) una cinta visualmente impactante, inmersiva, de fotografía espectacular y un sonido que presenta su propio paisaje variable y profundo. La actuación de Juan Daniel Ortiz Hernández es nada menos que rotunda, y carga en sus espaldas el peso de la tierra y de la película.

El debutante actor no cabía de la alegría tras el estreno, con justa razón, y sobre sobre ver la película en pantalla por primera vez, nos dijo: “Es una experiencia maravillosa, como lo he dicho, lo repito y lo seguiré repitiendo. Me siento muy orgulloso del trabajo que logramos todos junto. TODOS, porque me apoyaron mucho, nunca me dejaron solo, siempre estuvieron ahí”. En cuanto a lo más retador de un rodaje claramente complejo, hizo alusión a una escena en la que tuvo que echarse a unos chorros helados seis veces (en una escena que ni quedó en el filme). Los gajes del oficio...

‘La Roya’ es una reflexión para cada uno, profunda, sobre el campo colombiano, sobre el territorio, sobre las raíces y las costumbres

Ese esfuerzo de muchos trabajando en equipo que menciona el protagonista es notable desde las muchas aristas del cine, y notablemente desde las dos actrices principales. Paula Andrea Cano entrega un melancólico pero enorme rol en Rosa (qué lágrima se lanza) mientras que Laura Gutiérrez Ardila entrega a la Andrea franca y sensible que une pasado, presente y futuro, la catalizadora del cambio.

A su particular manera, poniendo el foco en un campesino joven en un territorio cafetero del que Colombia habla mucho pero que suele echar para un lado cuando su cruda realidad incomoda, la película hizo eco de muchas de las palabras de los discursos de bienvenida del icónico festival, que abrió ayer sus actividades. En estas, se habló del cine como creador de democracia, como dinamizador de inclusión y de conversaciones humanas necesarias. Hay que ver para pensar, para hablar, para reflexionar, y este fue un gran inicio, uno que no dejó nada masticado. Aquí, reflexión es lo que queda después del fuego.

Este campo cafetero recodificado de Mesa, sin duda, constituye un segundo paso firme en una filmografía de largometrajes que ya había empezado robusta con un fenómeno como Los Nadie.

“Recoger la cosecha”

A la salida de la función, en medio de la algarabía de un estreno tan esperado, hablamos con José Manuel Duque, uno de los productores de la película. Compañero de aventuras de Mesa en aventuras de vida como la productora Monociclo Cine y amigo desde los salones de la Universidad de Antioquia, esto nos dijo el productor sobre la cinta y su relevancia actual.

SEMANA: Juan Sebastián ya había estrenado la película en Europa, pero usted y Alexánder Arbeláez la acaban de ver por primera vez. Cuéntenos de lo que fue realizar esta experiencia y ahora verla en pantalla.

JOSE MANUEL DUQUE: La verdad es una experiencia muy bella. Nos sumergimos en un territorio agreste, difícil, durante muchos años (más o menos cuatro, contando desarrollo e investigación, y la producción de unas cinco semanas muy difíciles en lugares complicados).

Para mí, este es un momento muy emotivo, es muy satisfactorio, es como recoger la cosecha, es como ser un poco ese campesino que se esforzó por sembrar, por hacer crecer la planta, y finalmente tener su fruto. Eso es un poco la metáfora. Nosotros hicimos ese gran esfuerzo y todo el equipo, y estar acá esta noche es eso. Es la cosecha del esfuerzo, del trabajo, y ese privilegio y honor de ser la gala de un festival como el FICCI, que ya nos había abierto las puertas antes.

SEMANA: ¿Cambió mucho la experiencia de abrir FICCI 56 a abrir FICCI 61?

J.M.D: No, el susto es el mismo, los nervios son los mismo, las ansias de uno saber cómo el público va a recibir la peli, cómo las personas la van a asimilar, qué preguntas les va a dejar. Hace seis años fue una gran sorpresa, no teníamos ni idea de pa’ dónde íbamos ni cómo, y también nos cayó por sorpresa. Y este año fue lo mismo, fue una noticia loca que no esperábamos.

El país se hace llamar cafetero pero, en el fondo, tenemos olvidadas esa raíces y esas costumbres cafeteras. O se han destruido por la guerra. O sea, el campo que nosotros encontramos para la producción era un campo fragmentado, prácticamente en ruinas de lo que había dejado el conflicto armado, o de lo que todavía dejan los rezagos de ese conflicto armado.

SEMANA: ¿Por qué es importante esta película hoy?

J.M.D: Yo creo que esta película deja muchas preguntas abiertas para todas las personas que la han podido ver, creo que es una reflexión para cada uno, profunda, sobre el campo colombiano, sobre el territorio, sobre las raíces y las costumbres. Somos un país que nos hacemos llamar cafetero pero que, en el fondo, tenemos olvidadas esa raíces y esas costumbres cafeteras.

O se han destruido por la guerra. O sea, el campo que nosotros encontramos para la producción era un campo fragmentado, prácticamente en ruinas de lo que había dejado el conflicto armado, o de lo que todavía dejan los rezagos de ese conflicto armado. Es importante que todos y cada uno de quienes ven la peli se pregunten por eso... por el campo, por el campesino, que cuando vayan a la tienda la esquina, a comprar la papita, pues piensen en ese esfuerzo que hay detrás de cada una de esas personas que se levantan a las 5 de la mañana.