Un grupo de jóvenes de Buenaventura aman bailar. En sus tiempos libres, y con música que mezcla los ritmos tradicionales del Pacífico con el género urbano, se reúnen para mover su cuerpo e inventar coreografías. En medio de la pobreza, la falta de oportunidades laborales y la violencia del microtráfico, que se ve de forma cotidiana en todas las esquinas de sus barrios, quieren salir de pobres gracias a lo que les gusta hacer. Para eso participan en campeonatos locales de baile y esperan, con ansias,  el campeonato nacional que se realizará en su ciudad. El problema es que a su alrededor está la tentación del dinero fácil, que llega para quienes se unen a las bandas criminales. Esa, en términos generales, es la trama de Somos calentura, la nueva película del caleño Jorge Navas (un icónico del cine colombiano, el mismo de La sangre y la lluvia), que muestra una radiografía de Buenaventura con todos sus contrastes: el baile, la alegría, la música y el sabor versus la violencia, la pobreza y los conflictos sociales. El retrato perfecto para una ciudad que a pesar de ser el puerto por el que pasa la mayor cantidad de mercancía y de riquezas del país, es uno de sus puntos más abandonados. En video: "El cine es un gusto que se adquiere", Cristina Gallego, codirectora de Pájaros de verano Una idea que nació hace muchos años, cuando Steven Grisales, el productor, conoció a Julio Valencia, un bailarín de Buenaventura que estuvo como actor secundario en El páramo y en La sangre y la lluvia. Sus historias sobre los bailarines del puerto y la forma en la que viven en medio de un contexto violento, llamaron su atención y terminó armando un proyecto al que más tarde se vinculó Navas.  SEMANA habló con él sobre la película y todo lo que aprendió del Pacífico colombiano mientras la filmaba. SEMANA: Esta película nació cuando Steven Grisales, el productor, conoció a un bailarín que venía de Buenaventura, ¿cómo es esa historia? Jorge Navas: Julio Valencia es el bailarín que detonó toda la idea. Un chico que vino a Bogotá desde Buenaventura con sus amigos, para tratar de guerrearse la vida y de sobrevivir haciendo imitaciones de Michael Jackson. Cuando yo hice La sangre y la lluvia, mi anterior película, lo encontramos en un casting de actores naturales, en una discoteca del barrio Santa Fe, de Bogotá. Él quedó seleccionado como actor de reparto y le fue bien, por lo que luego lo llamaron para El páramo. Allí, en medio de los descansos, Julio le contó a Steven Grisales todas las historias de supervivencia a través del baile en Buenaventura: cómo a los bailarines los respetaban y los dejaban cruzar las fronteras invisibles, cómo eran las competencias de baile, lo importante que era el tema para ellos, etcétera. Steven vio la oportunidad y dijo “aquí hay una historia muy interesante”. Así empezó a trabajar en la película.

Jorge Navas (con los papeles en la mano) da instrucciones a un grupo de actores durante el rodaje de la película. Foto: Cortesía SEMANA: ¿Cómo llegó usted a dirigir el proyecto? J.N.: Él llamó a Alejandro Blanco, un guionista con el que ya había trabajado antes, para hacer el guion y, posteriormente, me buscó a mí. A él le había llamado la atención cómo en La sangre y la lluvia yo había logrado un retrato muy interesante de Bogotá, jugando al documental. Y además él sabe que soy melómano y DJ. El proyecto me interesó desde el principio, juntamos esfuerzos y así salió la película. SEMANA: En ‘La sangre y la lluvia’ mostró una Bogotá oscura e hizo énfasis en los hilos ocultos del crimen que muchas veces  se mueven en la ciudad. En este caso, ¿qué tipo de Buenaventura quería mostrar? J.N.: Esa ciudad llena de contrastes: un lugar en donde hay mucho dinero, pero también mucha pobreza; o donde hay muchas situaciones complejas, pero  una cultura pacífica y afro con mucho potencial. La idea era mostrar la situación de quienes vive en esos barrios con mucha dignidad, casi como si fueran superhéroes, y que Buenaventura se viera bella y digna, en medio de su complejidad social y de su marginalidad. SEMANA: Muchos de los cineastas que hacen proyectos en lugares como Buenaventura, con una situación social tan compleja, sienten la tentación de enfocarse en lo violento o lo pobre, ¿le pasó lo mismo? J.N.: Era muy fácil caer en la pornomiseria. Estábamos rodando en barrios marginales, en lugares construidos sobre la basura, en casas de palafito, en lugares en dónde se veía una pobreza bastante extrema y compleja. Pero al mismo tiempo nosotros nos enamoramos de la ciudad y de la gente que vive en esos barrios por su alegría, su fortaleza, su lucha diaria, su amistad sincera. Desde el primer momento nos recibieron con los brazos abiertos  y con un plato de sancocho. Así que también quisimos mostrar esa otra parte, esa energía tan bacana y tan fuerte que nada tiene que ver con el estigma de la ciudad. También le puede interesar: Cinco películas colombianas que vale la pena ver SEMANA: Usted es de Cali y vivió siempre cerca al puerto, ¿cambió en algo su percepción luego de filmar la película? J.N.: Siempre he tenido un vínculo muy fuerte con el Pacífico, pues mi papá y mis abuelos viven en Tumaco y desde pequeño fui a pasar vacaciones con ellos, así que la situación para mí era relativamente cercana y ya había vivido esa cotidianidad. Aun así, cuando íbamos a empezar a rodar era imposible no pensar  cosas como “¿cómo nos vamos a meter allá?, ¿vamos a llegar allá de parche?, seguro nos vamos a meter en problemas”.  Todo eso es culpa del prejuicio, uno escucha noticias sobre las casas de pique o lee titulares como el del New York Times, que alguna vez dijo que Buenaventura era el infierno en la tierra, y se llena de preconcepciones, pero cuando llega allá ve otra cosa. SEMANA: Pero la violencia y la pobreza son reales… J.N.: Sí, pero apenas llegamos a sus casas, a las puertas de esos barrios complejos, la gente nos empezó a mostrar una cara que no nos imaginábamos, una cara amable. Y a uno le empieza a dar es rabia de haberse comido ese cuento de la pornomiseria, de la prensa amarilla, que a fin de cuentas es una mirada muy racista. Y si bien es cierto que pasan cosas muy tenaces, ellos tienen mil capas adicionales a esas con las que los estigmatizan constantemente. A mí, por ejemplo, me asombró esa alegría en gente que ha sufrido por tantas décadas. Eso me transformó a mí y estoy seguro que le pasó lo mismo a todo el equipo. SEMANA: Usted, precisamente, muestra en la película esos dos lados de la ciudad: el baile, la alegría, la música y las ganas de salir adelante, enfrentados a la violencia y la pobreza, ¿cree que allá ambas cosas van de la mano? J.N.: Para ellos el destino es blanco o negro. Si no terminan como un deportista de alto rendimiento o un artista, terminan como delincuentes. El trabajo es escaso, no hay muchas oportunidades para la educación y la delincuencia se ve por todo lado. De hecho, es muy fácil ganar dinero si se meten con esos grupos. Así que los chicos deben escoger entre un camino fácil e inmediato, pero violento, o un camino complejo, tortuoso y sin apoyo de ninguna parte, que es el del deporte o el arte.

Los protagonistas de ‘Somos calentura‘ en una de las escenas de la película, en pleno puerto de Buenaventura. Foto: Cortesía SEMANA: ¿Por qué apostó por actores naturales? J.N.: Porque no existen actores profesionales que cumplan con las características que buscábamos: chicos afro entre los 18 y los 25 años que bailaran como los dioses. Nosotros decidimos buscar a los mejores bailarines a través de un casting y después de seleccionarlos, los entrenamos con unas nociones de actuación. Fue un proceso relativamente largo y complejo, pero no había otra opción. SEMANA: Las coreografías en la película son impresionantes, ¿cómo fue el proceso para prepararlas? J.N.: Trabajamos con Rafael Palacios, un bailarín muy importante de Quibdó que actualmente vive en Medellín y tiene un grupo que se llama Sankofa. Lo que él hizo fue entablar un diálogo con los actores, escuchar lo que ellos proponían y darles luego como unos toquecitos, para que entendieran la cámara y se movieran libremente. Fue un proceso muy especial, porque él respetó lo que ellos querían hacer, los empoderó con sus propios bailes. Todos estos chicos son bailarines profesionales y vienen de escuelas, entonces fue relativamente fácil para ellos organizarse. SEMANA: La música también es muy importante, casi que es otra protagonista de la película. La banda sonora incluye salsa choke, marimba, hip hop y fusiones urbanas como las de ChocQuibTown, ¿cómo escogieron las canciones? J.N.: Hicimos la selección musical con Iván Benavides, un productor que ha sido muy importante para la música colombiana, la música marginal y la música afro. Yo ya venía trabajando en el tema incluso antes de entrar a la película porque como soy DJ y melómano, cada que iba a Cali me pasaba por el San Andresito a comprar música underground,  compilados de grupos y bandas de los barrios marginales de Cali, como Aguablanca. Yo me enamoré de esa estética, de esa música, de los videos que filmaban, y comencé a hacer una investigación sobre el tema. En ese momento fue que Steven Grisales me propuso entrar a la película, así que los astros se alinearon. Sugerimos también: ‘La mujer de los 7 nombres’, un documental sobre las secuelas de la guerra SEMANA: Mucha de esa música ‘underground’ de la que usted habla también está en la película… J.N.: Es que apenas Steven me llamó, hablamos con Iván Benavides y comenzamos a buscar lo que estaba pasando musicalmente en el Pacífico urbano y contemporáneo. Ni el mismo Iván, que es un especialista, conocía bien la escena, así que nos tocó hacer trabajo de campo y meternos a los barrios para tratar entender cómo eran los géneros, las subdivisiones y cómo eran los bailes. Nos metimos al gueto, hablamos con todo el mundo y así fuimos descubriendo esta música. SEMANA: De unos años para acá el Pacífico está de moda: el Petronio Álvarez es un evento de trascendencia mundial y la música de grupos como Herencia de Timbiquí o ChocQuibTown suena por todos lados. ¿Cómo aprovechar este momento para apoyar a las comunidades que aún viven situaciones de pobreza y de violencia? J.N.: En estos días, durante el estreno que hicimos en Buenaventura, un señor nos dijo al final de la película que ojalá esto sirviera para que el gobierno le prestara más atención a este tipo de manifestaciones culturales, como la música y el baile que mezclan ritmos tradicionales del Pacífico con géneros urbanos. Y tiene toda la razón, eso es en parte lo que queremos hacer con esta película. Ahora que está de moda hablar de la ‘economía naranja’, debería haber una manera de abrirles las puertas a estos chicos para que a través del baile consiguieran ingresos y pudieran tener un modo de vida digno. Hoy no tienen el apoyo de nadie y es muy triste, porque la cultura del Pacífico tiene mucho potencial.