Semana: ¿Hay alguna razón particular para que 17 años después haya vuelto a las historias cortas?Juan Gabriel Vásquez: Después de publicar La forma de las ruinas, una novela que explota las posibilidades del género como nunca lo había hecho antes, sentí la necesidad visceral de volver al relato. Había escrito una docena en los últimos 10 años; escogí los cuatro mejores y escribí otros cinco. Descubrí que lo hacía con una libertad extraordinaria, que todos los maestros del cuento que había estudiado en esos 17 años –de Chéjov a Alice Munro– se acumulaban de repente y me susurraban las soluciones a todos los problemas. Fue la experiencia más gozosa que he tenido en 20 años de publicar libros.Semana: ¿Qué le permite el relato distinto a una novela?J.G.V.: Tal como yo lo entiendo, el cuento es una máquina capaz de capturar una emoción, una revelación sobre nuestra vida, que se perdería si el género no existiera. Una novela es incapaz de atrapar la emoción que Joyce nos regala en Los muertos u Onetti en El infierno tan temido.Puede leer:Juan Gabriel Vásquez gana premio en Portugal por ‘La forma de las ruinas’Semana: Cada vez Bogotá aparece no solo más nítida, sino frecuentemente en su obra. ¿Hay alguna razón?J.G.V.: Es que cada vez es más nítida. No sé si es el hecho de vivir aquí, no sé si es el resultado de años y años de leer y oír historias sobre Bogotá. La ciudad es inagotable: en cada esquina hay un secreto, cada vida esconde mil historias. ¿Qué hacemos con eso? No vamos a dejar que se pierda sin que nadie lo cuente.
Semana: ¿Si sumáramos varios de sus libros, tendríamos otra versión de la historia de Bogotá?J.G.V.: Me encantaría que eso fuera cierto. Del siglo XIX en Costaguana hasta el siglo XXI en Las reputaciones o La forma de las ruinas, mis ficciones son un canto a la ciudad. No un canto de amor, pero es que uno a veces le canta a lo que menos quiere, a lo que no entiende, a lo que lo desequilibra.Semana: En el relato ‘Las ranas’ aparece un tema que parece inquietarle: la guerra de Corea. ¿Por qué?J.G.V.: Me inquieta porque he hablado con gente que estuvo en Corea y su experiencia me sigue pareciendo extrañamente significativa. En esa época y en esa guerra hay algo de lo que somos como país que todavía no he logrado identificar. Y tampoco dije en este cuento todo lo que tengo que decir, pero sí me parece una de las mejores cosas que he escrito.Puede leer:“Álvaro Uribe, un populista descarado”: Juan Gabriel VásquezSemana: En ‘El doble’ hay ciertas críticas y pareciera haber una muy soterrada hacia el servicio militar…J.G.V.: No, yo no escribo para criticar nada. Escribo para entender, y este cuento quiere entender varias cosas: lo que la muerte de un hijo provoca en un hombre maduro, por ejemplo. Quiero entender algo de mí mismo que nunca he entendido, algo que tiene que ver con una memoria de adolescencia. Nada más.Semana: En algunos de estos relatos, como en otros de sus libros, el dolor está muy presente. ¿Por qué?J.G.V.: Entre las muchas preguntas de que puede ocuparse la ficción, dos siempre me han preocupado especialmente: por qué hacemos daño a otro y cómo lidiamos con el daño que nos hacen. En esas preguntas hay un problema moral inagotable, y deben de ser difíciles de contestar, porque ya Sófocles las hacía. Será por eso que no me parece superfluo volver a hacerlas.Semana: Usted ha sentado posición frente al tema del conflicto y la violencia en sus columnas. ¿Cómo un novelista debe (o puede) hacer memoria de un conflicto que duró 52 años?J.G.V.: Una guerra tan larga es, entre muchas otras cosas, un tejido de historias. La guerra contada por unas víctimas no es la misma historia que la guerra contada por otras. Y como la política es en buena medida el intento por imponer una versión única de los hechos, la literatura puede convertirse en el espacio donde quepan todas nuestras historias, donde todas tengan derecho a existir para que alguien las recuerde. Esta es una posible definición de una democracia saludable: un lugar donde versiones distintas y opuestas del pasado pueden existir sin violencia.