Almudena Grandes (Madrid, 1960) tiene una obsesión: narrar, desde distintas perspectivas y personajes, los años más cruentos de la Guerra Civil española y los primeros años del franquismo. Por eso decidió crear uno de los proyectos más ambiciosos de la literatura contemporánea española: “Episodios de una guerra interminable”. Compuesto por un total de seis novelas, Grandes ha publicado en Tusquets (su editorial desde el comienzo de su carrera) cuatro de ellas, en las que está Los pacientes del doctor García, su más reciente publicación. Esa novela, que presentó en distintas ciudades de España el año pasado, desenvuelve una historia compleja y oscura: una red nazi en España que buscaba ayudar a criminales de guerra del Tercer Reich. De igual manera, la novela explora los diversos caminos que tomaron los nazis después de que Adolf Hitler perdió la guerra, por lo que la narración se mueve constantemente entre Europa y América. Grandes confiesa que la investigación histórica de este texto fue exigente, pero se siente satisfecha con el resultado. Esta columnista del diario El País ha abogado desde hace años por una verdadera democratización del sistema político español y por un proceso de memoria histórica que logre sanar heridas abiertas desde la guerra y la posterior dictadura. En repetidas ocasiones, la escritora ha afirmado que su activismo político seguirá hasta que su país se convierta en una “democracia normal”. Grandes estuvo en Bogotá invitada por el VII Festival de la Palabra (organizado por la Asociación de Amigos del Instituto Caro y Cuervo). En su breve estadía en una ciudad que asegura disfrutar, Grandes habló con SEMANA sobre su proceso creativo, su vida al lado del poeta (y actual director del Instituto Cervantes) Luis García Montero y las deudas históricas que el Estado español tiene con sus ciudadanos. SEMANA: En su estadía en Bogotá, usted y su esposo, el poeta Luis García Montero, clausuraron el Festival de la Palabra del Instituto Caro y Cuervo. ¿Qué significó para usted hacerlo? Almudena Grandes: Haber participado en la clausura del Caro y Cuervo fue un honor y una alegría, pues es una institución colombiana muy importante. Además, me encanta Bogotá, soy una visitante de la ciudad bastante entusiasta, cosa rara porque no tiene buena fama. Estoy acostumbrada a esa situación porque soy madrileña y mi ciudad tampoco cuenta con buena fama, pero me gusta porque, al igual que Bogotá, es una ciudad que no se termina nunca. SEMANA: ¿Cómo ha vivido con su esposo esa relación no solo personal sino literaria? A.G.: Los dos, Luis y yo, llevamos juntos 24 años compartiendo vida y literatura. Somos una pareja singular porque cultivamos géneros distintos. La poesía y la novela tienen distintos premios, intereses y aproximaciones comerciales. Pero por eso mismo, podemos compartir la literatura sin competir. En general, para mí es muy fácil convivir con un escritor. SEMANA: La memoria y la identidad son dos temas capitales en su prolífica obra. ¿Por qué? A.G.: Desde mis primeras novelas elaboré el tema de la memoria como ficción al construir personajes de mujeres en crisis, pues tenían que indagar quiénes eran, qué pasaba en sus vidas. En esa escritura, entendí que nosotros nos inventamos nuestra memoria. Solemos decir, “me acuerdo de memoria”, o "te puedo recitar de memoria", pero realmente los recuerdos los seleccionamos. Los que nos gustan los agrandamos, los que no los empequeñecemos, los que no soportamos los eliminamos y los que nos encantan se los robamos a los demás. Además, he trabajado bastante sobre la memoria colectiva, uno de los pilares de la identidad. Tengo un proyecto de una serie de seis novelas en las que pretendo contar 25 años de la dictadura de Franco desde la perspectiva de los resistentes. Es un tema, aunque parezca mentira después de tantos años, muy poco conocido. SEMANA: Algunos españoles mencionan que en su país, después de la dictadura, no hubo un verdadero proceso de transición para esclarecer todo lo que pasó, sobre todo en cuanto a violación de derechos humanos. Parece inconcebible… A.G.: Es que es inconcebible, yo comprendo esa incomprensión. A lo largo de los 40 años que llevamos de democracia tampoco se elaboró ese relato. No se recuperó la memoria democrática en ningún momento. La transición española es como una escena de Mary Poppins en la que la niñera va con los niños al parque, llueve mucho y hay un señor pintando con tiza en el suelo. Se cogen de las manos y saltan a un país de dibujos animados donde todo es precioso. Eso fue un poco lo que nos transmitieron. A los españoles nos dijeron "no hay que pensar en el pasado, solo hay que mirar hacia el futuro. Cojámonos de las manos, saltemos y todo será estupendo". Claro, esa es una operación absolutamente ridícula porque 40 años de dictadura moldean las conciencias, el espíritu de todos los que viven en un país. Y eso no desaparece porque no quieras mirar hacia ahí. Sigue estando y pesando en la conciencia de los españoles y por tanto de país. Entonces para mí ese ha sido uno de los temas de los que más me he ocupado en mis libros y he sido muy activista en mis artículos. Creo que es fundamental que España se convierta en una democracia normal. Le puede interesar: España dividida frente al mausoleo de Franco. Se deben exhumar sus restos SEMANA: ¿Hay señales que muestren algún cambio? A.G.: Ahora parece que por fin hay un gobierno que está dispuesto a sacar a Franco del Valle de los Caídos, y que está dispuesto a abordar el tema de las fosas comunes, pero hasta el momento no ha pasado nada. Es importante elaborar un discurso democrático para en un país se consolide la democracia. Hay que hacerlo reconociendo los errores de los dos bandos, pero diferenciando muy bien a los verdugos de las víctimas, y eso es algo que en España no se hizo. Es una fragilidad congénita para nuestro sistema democrático y es algo que hay que abordar, y eso tiene mucho que ver con mi obra literaria de los últimos 12 o 14 años. SEMANA: Hoy en día, las personas construyen sus identidades dentro de un ambiente altamente marcado por el consumismo, sobre todo en las grandes ciudades. El género de la novela busca construir personajes complejos, atravesados por diferentes dilemas, ¿las novelas pueden ofrecer otro tipo de identidades? A.G.: Ese es el sueño de los novelistas. Escribimos para lograr cambiar la vida de los lectores, para que al menos una persona después de leer un libro nuestro decida que su vida es distinta antes y después de esa lectura. La literatura tiene que ver con la identidad porque su territorio es el de la emoción, hay milagros que solo ocurren en las páginas de un libro. Podemos leer lo que alguien escribió hace muchos siglos, y si nos gusta, comienza a contarnos nuestra propia vida, sin importar distancias temporales o geográficas. Esa identificación es mágica y ocurre entre el espíritu del lector y del libro. SEMANA: En su más reciente novela, ‘Los pacientes del doctor García’, hay una serie de juegos de identidades bastante recurrente en la temática de espías e infiltrados, todo enmarcado en los años previos al franquismo. ¿Qué retos se le presentaron en el proceso de creación al construir unos personajes con diferentes tensiones identitarias? A.G.: Es una novela de impostores. Fue muy complicada de escribir, por su extensión tanto textual como geográfica y argumental. Con respecto a ese último punto, es una novela que abarca muchas cosas: Guerra Civil, Segunda Guerra Mundial, las dictaduras latinoamericanas. Además, hay personajes históricos y reales que interactúan constantemente con los de ficción, con el añadido de que esos personajes reales eran criminales de guerra, y ellos son como manejar nitroglicerina. El reto es darle verosimilitud a un criminal y, al mismo tiempo, tratar de comprenderlo, porque yo creo que la novela es un espejo de la vida y la obligación de un novelista es comprender lo que se puede y lo que no. Le sugerimos: Estados Unidos y Rusia nuevo juego de espías con María Butina y Steven Seagal SEMANA: ¿Qué tan difícil fue la documentación para esta novela? A.G.: He tenido que estudiar muchísimo y documentar tampoco ha sido fácil, porque esta red nazi en España fue muy clandestina, a ninguno de los actores del conflicto les interesaba que se supiera de ellos. Había que escarbar mucho, fue complicado encontrar datos. Pero a mí me gusta mucho documentar las novelas, yo no trabajo con documentalistas porque me gusta hacerlo a mí. Volví muy locos a amigos míos, argentinos, alemanes, sin los cuales la novela no sería tan precisa como es. Fue complicado pero es lo que me gusta hacer. SEMANA: ¿Cómo es su proceso de escritura para estas novelas tan complejas? A.G.: Puedo escribir estas novelas porque tengo un sistema de trabajo peculiar. Mucho antes de escribir la primera palabra de la novela empiezo un cuaderno: me cuento el argumento, construyo los personajes, me los cuento a mí misma, hago cronologías y al final me centro en la estructura que nunca me sale a la primera, siempre a la tercera o a la cuarta vez. Cuando tengo clara la lista de lo que voy a contar en cada capítulo, entonces ya estoy en condiciones de poder escribir. Gracias a ese trabajo previo no me pierdo. Es como un mapa, mis cuadernos son mis mapas (tengo dos por novela). Ese sistema me funciona para escribir estas novelas que tienen varias voces narrativas y más de un eje argumental. SEMANA: Durante su corta estadía en Bogotá recibió la noticia de haber sido galardonada con el premio Liber 2018. ¿Qué significa para usted recibir este reconocimiento que viene precisamente de un círculo compuesto por editores? A.G.: Tiene mérito porque yo solo he tenido un editor (risas). Yo creo que a menudo prevalece la imagen de que el editor y el autor son enemigos, y en gran medida es verdad. Algunos autores se sienten maltratados o a los editores les sienta fatal que los abandonen los autores para irse a editoriales más grandes. Pero aparte de esos casos, los escritores y los editores somos cómplices totales, sin remedio. En condiciones normales, es una simbiosis perfecta, sobre todo en mi caso que soy muy amiga de mi editor, Juan Cerezo. SEMANA: Vivimos en tiempos marcados por la opción de que Amazon edite los libros de escritores nóveles. ¿Peligra en algún sentido el oficio del editor tal y como lo conocemos? A.G.: Yo creo que no. Y la prueba es ésta: los libros que en Amazon tienen éxito su autor no vuelve a publicarlos allí. En España, por ejemplo, Amazon se ha convertido en un escaparate de escritores nóveles, pero estos autores no vuelven a publicar ahí: para el siguiente libro trabajan con una editorial tradicional, pues sigue siendo una garantía de calidad. Es un drama que la figura del editor se esté perdiendo en muchos lugares, porque te anima, te escucha y, sobre todo, es un compañero. Cuando un escritor descubre las ventajas de trabajar con un editor, no vuelve a Amazon. Yo creo que esa profesión sobrevivirá, soy optimista. SEMANA: En una reciente columna de ‘El País Semanal’ comenta a grandes rasgos cómo transcurre su verano: entre la playa y la escritura. ¿No existe un choque entre el descanso y la escritura? A.G.: La vida que me gusta tiene que ver con la playa y largos paseos, pero incluye estar escribiendo en zapatillas y pasar todo el tiempo posible cociéndome en la novela. El año pasado estuve haciendo la promoción de Los pacientes del doctor García hasta junio, terminé agotada y me fui a la playa y pensé: ¿cuáles son las vacaciones ideales? Bañarme mucho, dormir, andar y ponerme a escribir. Ha sido un verano espectacular porque empecé la novela en unas condiciones óptimas: en verano no me llama nadie porque saben que ya no acepto más citas. Lo que es incompatible para mí sería el descanso y la promoción. Lo que no me gusta, lo que me agota y es un trabajo para mí es lo de promocionar los libros. Andar viajando, hacer mucha prensa, tener mucha agenda y lío. Me gusta presentar los libros porque el contacto con los lectores me gusta, pero cuando llevas 20 presentaciones en dos meses ya ni sabes lo que dices, te das como cuerda y te sale de golpe lo que te sabes de memoria. Esa es la vida que no me gusta. Me gusta estar escribiendo, en verano o en invierno, en Madrid o en la playa. Le puede interesar: El trabajo del escritor es enorme ímprobo y brutal Rosa Montero. SEMANA: El escritor Antonio Muñoz Molina sostiene que escribir es un oficio en el sentido de que se puede aprender a hacer y por el hecho de que, literalmente, se hace con las manos. ¿Usted entiende la escritura desde esta perspectiva del oficio? A.G.: Yo creo que la literatura es un oficio en el sentido de que es un trabajo. Por eso me la tomo tan en serio. No creo que la literatura venga de un don divino; tampoco creo en la inspiración. Es un oficio porque requiere esfuerzo, trabajo, disciplina (sobre todo si escribes novelas). En ese sentido, sí creo que es un oficio. También creo que vas perfeccionándote con el tiempo, yo no creo que sea mucho mejor escritora que cuando era más joven porque se me ocurran historias mejores o sea más famosa, sino porque tengo mucho más control sobre el trabajo. Y eso se aprende con el tiempo, la experiencia. Cuando yo empecé, la novela se iba por donde se le daba la gana. Ahora, empiezo la novela y va por donde yo quiero, pues controlo muchísimo más la potencia fundamental para escribir. Sin embargo, si una persona no tiene nada qué contar, no le sirve para nada lo que le puedas enseñar de escribir bien. ¿Es un oficio como puedes enseñar a soplar vidrio? Ahí no estoy tan segura. Antes de la técnica y la destreza, tienes que tener algo qué contar y sentir la necesidad de contar historias. Tener un mundo de donde puedas sacar las historias que cuentas.