Rosa Montero (Madrid, 1951) se muestra optimista ante el futuro. Autora de más de una decena de novelas y libros periodísticos, la española sabe muy bien que los cambios históricos toman tiempo y que las batallas se ganan una a la vez. Sobre todo, esto lo tiene presente con el feminismo, del cual ha sido activista desde el comienzo de su carrera. Aun así, la autora de La hija del canibal (1997) tiene claro que el activismo se hace en la calle y no en la literatura. Desde que comenzó a escribir historias a los cinco años (por culpa de una tuberculosis que la aisló por un tiempo del colegio) Rosa Montero se deja llevar por las historias que rondan su cabeza, no por las ideas políticas que busca defender en otros espacios, como su columna de opinión en El País Semanal. En su prolífica trayectoria ha explorado géneros tan disímiles como el ensayo y el thriller policiaco. En el caso de las novelas, dedica el primer año y medio de trabajo a armar su estructura y luego otros dos en su escritura, momento en que ya se deja “llevar por la historia”. Montero estuvo en Bogotá invitada por el Festival de la Palabra (organizado por la Asociación de Amigos del Instituto Caro y Cuervo) y esto fue lo que habló con SEMANA. SEMANA: En el Festival de la Palabra del Instituto Caro y Cuervo habló sobre los elementos que conforman la mirada de un escritor y su escritura. A grandes rasgos, ¿cuáles serían algunos de esos elementos imprescindibles en los escritores de hoy en día? Rosa Montero: La cuestión es que para mí las novelas son los sueños de la humanidad, pues nacen del mismo lugar del inconsciente de donde nacen los sueños. De manera que tú no escoges el libro que cuentas sino que el libro te escoge a ti y se tiene que seguir ese impulso. No se escribe novela para enseñar nada, se escribe para aprender y para poner un poco de luz en la oscuridad de lo que somos. Por eso estoy completamente en contra de la novela animalista, feminista, ecologista...así yo sea activista de cada una de esas causas y las defienda en géneros como el ensayo. Pero en la novela no, pues ésta debe buscar el sentido de la existencia. Entonces realmente hay que dejarse llevar por esas imágenes, como en mi caso: cuando una imagen es tan poderosa e inquietante siento que debo contarla o compartirla. SEMANA: ¿Eso también pasa con los escritores jóvenes? R.M.: El escritor joven, en general, deja que sus personajes sean voceros de sus propias ideas, y la novela no es eso. Julio Ramón Ribeyro decía que una obra madura exige la muerte del autor. Obviamente, una muerte metafórica: lo que tiene que desaparecer es el yo consciente, te tienes que dejar atravesar por la historia y que efectivamente los personajes te la vayan contando. A partir de esa primera imagen la novela va creciendo de una manera muy orgánica, como un arbolito, y ya después cada escritor tiene su método. Algunos son escritores de mapa (antes de escribir tienen que tener todo el desarrollo), y otros son escritores de brújula (se sientan a escribir y no saben a dónde van). Yo sería una mezcla de esos dos modelos: paso mucho tiempo, casi año y medio, estructurando la novela y luego dejo guiarme por la historia. SEMANA: Es común escuchar a jóvenes escritores aplastados por el “peso de la tradición” y que eso les puede generar un bloqueo. Cuando usted empezó a escribir, ¿sintió dicho peso? R.M.: Siempre sientes dos pesos: la mirada de los otros y la propia ambición. Hay algunas personas que no se deciden a escribir porque dicen "no, cómo voy a escribir con los libros maravillosos que hay...". Parece que es modestia pero es una falsa modestia. En realidad es la incapacidad de reconocer tu propia frustración, pequeñez y tu humilde profesión de aprendiz de la escritura. Incluso Cervantes tuvo que empezar escribiendo cosas bastante malas. Escribir es un oficio y hay que aprenderlo. Hay que tener la conciencia de la humildad por un lado y decir: "los hay enormes, me da igual. Yo necesito escribir". Uno es escritor cuando necesita escribir, eso te hace en verdad escritor. Ni siquiera uno bueno: hay escritores que pasan su vida escribiendo porque lo necesitan, pero sus obras nunca llegan a ser de calidad. Nosotros somos los obreros de la literatura: ser novelista es un trabajo ímprobo, brutal, de los trabajos más enormes. Yo tengo cuatro tornillos en la columna vertebral y una placa de titanio, y es un accidente de trabajo: haber pasado 10 horas seguidas de trabajo sentada, montones de veces en mi vida. SEMANA: ¿Esos sacrificios dan en algún momento satisfacciones? R.M.: Cuando uno acepta su pequeñez luego puede entender que este es un oficio maravilloso con satisfacciones muy personales. Haber pasado las ideas que giran en la cabeza al papel, volverlo real, ya es un gran logro. Luego ya viene publicar y la crítica…pero la emoción de escribir sigue estando intacta, y cuando uno es joven sigue teniendo la ambición de escribir la mejor novela del mundo. La verdadera madurez aparece cuando ya ni siquiera quieres eso, uno llega a un punto muy parecido al que decía Julio Ramón Ribeyro: te borras y dejas que la historia te atraviese. Le puede interesar: Por primera vez el Museo del Prado trae a Bogotá una de sus obras originales SEMANA: En el marco del Festival de la Palabra se anunció al ganador del Concurso de cuento del Instituto Caro y Cuervo. En su prolífica carrera, merecedora de premios como el Nacional de Las Letras Españolas ¿qué tan significativos pueden llegar a ser los premios para un joven escritor? R.M.: Los escritores somos seres profundamente inseguros, de una menesterosidad total, necesitados constantemente de la reafirmación externa de que lo que estamos haciendo vale. No hay ninguna barra de medir que nos permita saber que lo que estamos haciendo está mínimamente bien. Incluso te planteas muchas veces "¿Qué estoy haciendo? ¿Le interesará a alguien?”. Es el delirio de un loco. Necesitas de manera esencial que haya otro, afuera, que te diga: me sirve, me gusta, tiene sentido. La historia de la literatura nos demuestra que las personas que perdieron a sus lectores, se suicidaron, se volvieron locos. Herman Melville, con Moby Dick, vendió diez ejemplares y no gustó a nadie, ni a su amigo más íntimo. Vivió 40 años más y no escribió, se volvió una persona violenta, irascible, posiblemente maltrataba a su mujer, hizo de su vida un infierno, y eso sucede porque tenemos esa duda constante. Los premios son como vendas que se ponen sobre esa herida, y son maravillosos. Eso te sirve mucho. Y sirven de una manera esencial, no solo para la vanidad sino también para sobrevivir. SEMANA: Usted también es un referente periodístico para muchos lectores, sobre todo por sus entrevistas a grandes personalidades de este y el siglo pasado. ¿Cree que la entrevista es un género periodístico difícil de dominar? R.M.: Yo creo que es un género, o subgénero, estrella. Por otro lado, internet... la prensa está en un momento de crisis total pues la fórmula de venta del periodismo no está funcionando. No sabemos cómo sacar rentabilidad de internet por lo que se están acabando los medios tradicionales, sobre todo por la alteración de sus contenidos. Estos ahora se hacen con menos gente, hay muchísimos menos periodistas contratados para hacer lo mismo, para hacer el doble: ahora tienen que hacer papel, internet, videos...No se puede escribir bien con esa presión por muy buenos que sean. No hay correctores, prácticamente. A los senior (periodistas veteranos), en España, los están echando porque son más caros y están cogiendo a los juniors por sueldos de esclavitud. No es una buena manera de afrontar la profesión. SEMANA: ¿Y qué papel juegan las redes sociales en ese escenario que describe? R.M.: Hay una clarísima confusión con lo que son las redes, confusión que muchos periodistas incluso tienen. Se ha dicho veinte mil veces: ahora está el periodismo de la calle, el periodismo democrático, la gente puede colgar una noticia. Mentira: eso no es periodismo. Eso es una fuente primaria, accediendo a una información. Si un tío te manda una foto de una manifestación en Teherán, pues tendrá que haber siempre un periodista que coja eso. Es una fuente, lo que quiere decir no tenemos que ir a Teherán para obtener la foto pero se tendrá todavía que calibrar la veracidad de esa fuente, compararla con otros datos. SEMANA: Eso podría estar relacionado con una menor cantidad de corresponsales… R.M.: También con las fake news y una desinformación brutal. Estamos atravesando el desierto. Pero como toda democracia exige unos medios fuertes, soy optimista. De acá a diez años habrá una reconversión: nos adaptaremos a esta nueva realidad. Claro, mientras siga existiendo la democracia... Le sugerimos: Europa contra las Fake News SEMANA: “Historias de mujeres” es hoy en día un clásico de perfiles de diferentes y talentosas mujeres. Háblenos de su reedición. R.M.: Hace 24 años se llamaba Historias de mujeres y eran 16 biografías. Ahora la reedición se llama Nosotras. Historias de mujeres y algo más porque tiene las historias del primer libro y he añadido 90 retratos nuevos de mujeres desde hace 4700 años hasta ahora. Entonces, es una edición muy ampliada. SEMANA: En el prólogo de ese libro, usted menciona que es necesario aguzar el oído para encontrar esas historias de mujeres excluidas de los anales de la historia. Si quisiéramos seguir echando luz sobre esas grandes biografías ¿Qué más es necesario? R.M.: Sobre todo, leer entre líneas, ir buscando las pequeñas cosas. La cuestión es que hace 24 años nos creíamos que las mujeres no habían estado en el mundo de la política, las artes, la ciencia, porque habían tenido dificultades como la falta de estudio, trabajo o participación en el mundo exterior. Lo alucinante es que a pesar de todas estas dificultades hubo mujeres. Lo que me di cuenta hace 24 años es que hubo un buen puñado de mujeres que habían podido hacer cosas pero la historiografía patriarcal las había borrado. Porque la mujer cuando muere, muere para siempre. En estos años hemos tenido una toma de conciencia y la gente ha ido buscando más datos, de manera muy rigurosa y científica. Por ejemplo, una investigadora que cito en el libro, Ana López Navajas, en cuyo trabajo me baso en parte, lleva 8 o 9 años creando una base de datos de mujeres olvidadas de la historia. SEMANA: ¿Recuerda algún caso concreto que mencione en ‘Nosotras’? R.M.: ¿Quién es el primer autor literario de la historia con nombre y apellido? La primera escritora de la historia es una princesa acadia que se llama Enheduanna, y que escribió un himno religioso, texto que se conserva y que en España lo puedes comprar en una editorial académica. Es de hace 4300 años y fue escrito por la primera autora literaria de la historia, además de haber hecho anotaciones musicales y astronómicas. En el origen de la literatura, música y astronomía aparece esta mujer, ¡y no hablamos de ella! La diferencia en la percepción entre lo que ha sido el mundo y lo que ha sido la historia es brutal cuando se incluye la mirada de las mujeres. Entonces hay que irlas buscando porque en su momento, coetáneamente, existieron. SEMANA: Y la idea es que esas búsquedas desemboquen en cambios reales. Por poner solo un ejemplo: que en las carreras de literatura se deje de decir que la Generación del 27 en España estuvo sólo compuesta por hombres… R.M.: Claro, pero eso está pasando. Hay un proceso de deconstrucción del sexismo que, visto desde una perspectiva histórica es rapidísimo porque en cuatro generaciones estamos cambiando un comportamiento de milenios. Pero cuesta. Porque el machismo es una ideología en la que nos educan a todos, tanto hombres como mujeres, y las mujeres participamos de ello, totalmente. Como es un prejuicio y los prejuicios son parásitos del pensamiento, son muy difíciles de ver y de cambiar. En estos dos últimos años estamos subiendo un peldaño de la historia porque ha habido como un empujón, y con un ingrediente muy interesante: la participación masiva de hombres por primera vez. Siempre ha habido hombres en el feminismo, e incluso pioneros (tenían la voz y la educación) como el filósofo francés Nicolás de Condorcet, quien ante la publicación de los Derechos del hombre criticó que no se incluyeran a las mujeres. Pero han sido siempre pocas excepciones, hasta ahora. En las marchas del 8 de marzo en Madrid, de este y el año pasado, ha habido un 35 o 40 por ciento de hombres de 25 años para abajo. Se han dado cuenta de algo evidente y esencial: el anti-sexismo es algo que nos afecta a todos y que nos interesa. Hay avances innegables.
Foto: Daniel Reina SEMANA: ¿Todos los avances que ha mencionado no chocan fuertemente con casos de machismo estructural como se ha evidenciado con el caso de La Manada? R.M.: Claro, pero es lógico. Así avanza la historia: primero con un clamor popular, por una exigencia que van aceptando los políticos, van llegando los representantes, las leyes cambian, nunca ha avanzado de otra manera. Hasta que van llegando: miremos ahora en Argentina con el caso de la despenalización del aborto. Han perdido ahora, con unas instituciones patriarcales aisladas, pero han cambiado la percepción social y el año que viene lo tendrán. Seguro. Es ese empuje el que va cambiando el mundo. SEMANA: En su columna de El País, escribió hace algunos meses que estaba harta del tema independentista catalán. ¿Qué tipo de cobertura periodística podría evitar ese hartazgo y saturación? R.M.: Hay temas que son tan destructivos o tóxicos que alteran la realidad de un país. Me dijo una periodista que el expresidente Juan Manuel Santos había dicho que la firma del Acuerdo con las Farc permitiría prestar atención a temas de suma importancia como la violencia de género, la desigualdad social, etc… Y estoy de acuerdo: hay temas tan tóxicos y perturbadores que te aturden. Es lo que decía en el artículo: no podía más con ese tema, la vida no es eso. SEMANA: El 30 octubre será el lanzamiento de “Los tiempos del odio”, novela que vuelve a tener como protagonista a Bruna Husky (“Lágrimas de lluvia” y “El peso del corazón”). Por los adelantos del libro, sabemos que en medio de la resolución del misterio, hay un ambiente político marcado por el populismo. ¿El resurgimiento del populismo en países como Estados Unidos o Turquía tuvo algo que ver con esa decisión creativa? R.M.: Totalmente, pero lo que pasa es que ya viene de antiguo. Lo que me da miedo de mis "Brunas" es que parece que es la realidad la que va detrás de mis libros. La primera Bruna (ya llevo 10 años con este personaje) ya estaba inmersa en un ambiente de miedo relacionado con lo que entonces entendí como la crisis de credibilidad y legitimidad de la democracia. Comprensiblemente: como la democracia es incomparablemente transparente con cualquier otro sistema, deja ver todas sus lacras. Conlleva a su vez un anhelo o nostalgia de las dictaduras, dogmatismos, demagogias, y eso lo veía hace años cuando escribí las "Brunas". Entonces "Los tiempos del odio" es esto pero lo veía desde antes, no lo he hecho a raíz de Donald Trump, sino que, de alguna manera, Trump es una consecuencia de lo que escribí (risas). Da miedo. SEMANA: Las novelas que incluyen la resolución de un misterio suelen tener lectores bastante exigentes. En una pasada edición de la Feria del Libro de Bogotá, el autor francés Pierre Lemaitre comentó que los autores de este tipo de novelas tienden a volverse muy perfeccionistas, ya que hay lectores muy detallistas que están atentos a cada elemento de la narración. ¿Ha notado algo similar en la recepción de las novelas sobre Bruna Husky? R.M.: Supongo que sí. No he tenido ningún problema con eso porque yo soy más exigente que cualquiera de los lectores (risas). La ciencia ficción te obliga, como reto, a ser de una coherencia extrema dentro de un mundo distinto. Yo detesto el género maravilloso. Es ese que comienza diciendo: aquel día fue cuando a las ranas les creció el pelo. Comienzas así un libro y luego puedes poner lo que te dé la gana. No tiene reglas lógicas...esa literatura me interesa poco como lectora y nada como escritora. Pero lo ciencia ficción es todo lo contrario: te exige precisión y la creación de artefactos de una perfección lógica y de credibilidad tremenda. Mis "Brunas" tienen ese reto: verosimilitud y suspense. Son mecanismos de relojería y por eso los cuido mucho.