Carolina Sanín (Bogotá, 1973) ha dedicado gran parte de su obra literaria y producción periodística a mirar. Su columna en Arcadia se llama, precisamente, “Pasar fijándose”: aguzar la mirada para fijarse en lo que usualmente pasa inadvertido. La mayoría de sus lectores la conocen por sus columnas en distintos medios ( Credencial, Arcadia, El Espectador, Vice, Semana Sostenible) y también por sus publicaciones en redes sociales: Facebook (desde hace un buen tiempo) y Twitter (desde este año). Somos luces abismales es su más reciente libro. En las librerías donde ya ha llegado está ubicado en las estanterías de literatura colombiana y, allí, en la sección de ensayos. Pero, ¿son ensayos los ocho textos de este libro editado por Penguin Random House? Cada lector tendrá que responder esa pregunta. Entre anécdotas autobiográficas, citas de la Biblia y El Quijote (entre otros), reflexiones sobre el lenguaje, la muerte y la memoria, la publicación les entrega a los lectores textos con un lenguaje depurado, preciso, poético. Sanín ha publicado novelas (Todo en otra parte y Los niños), cuentos (Ponqué y otros cuentos), un ensayo biográfico (Alfonso X, el Rey Sabio) y libros para niños (Dalia y La gata sola), entre otros libros. SEMANA habló con ella sobre su más reciente libro, el lugar del intelectual en la sociedad colombiana, cómo sus lecturas se cuelan en la escritura y su relación con la traducción. SEMANA: ‘Somos luces abismales‘ es un libro compuesto por ocho textos. Al final de la lectura, los lectores nos enteramos de que algunos de ellos habían sido publicados en otras versiones y en diferentes formatos (revistas y un libro). ¿Cómo decidió que estas ocho piezas debían estar juntas en este libro? Carolina Sanín: Algunas partes de cuatro de los ocho textos que componen el libro habían aparecido en otros lugares durante distintos estadios de su composición, pero ningún texto, tal como está en el libro, había sido publicado antes. El último, que es un poema, es el más parecido a su versión anterior. Escribir el libro fue un proceso de cinco o seis años, y en ese proceso los textos fueron cambiando, fusionándose con otros, acogiendo fragmentos de antiguas piezas, creciendo. Uno de ellos, por ejemplo, surgió de una pequeña crónica que escribí en mi columna de la revista Arcadia, sobre una subida a un páramo: luego incorporó otras escenas y reflexiones, de modo que lo que allí tenía una página, en el libro tiene veinticinco. SEMANA: ¿Cómo fue el trabajo editorial con Penguin Random House? C.S.: Presenté el libro a través de mi agente, Víctor Hurtado, lo leyeron, les pareció que podía ir en la colección Literatura Random House, y decidieron publicarlo. Suelo entregar los textos después de numerosas correcciones, así que no hubo mucho trabajo editorial. Eso no significa que los textos no puedan mejorar, pues todo texto es infinitamente mejorable e infinitamente fallido, pero el pulimiento, supongo, cierra de alguna manera el texto, para bien o para mal; hace que no sea fácil ver por dónde modificarlo o querer hacerlo. El editor del libro, Sebastián Estrada, se entusiasmó con los textos, y su primera lectora en Penguin Random House, que fue Adriana Martínez, también se conectó con él y con la experimentación literaria que entrañaba. Los comentarios de ambos fueron útiles y no solo le dieron sentido a mi proyecto, sino que me mantuvieron el ánimo lo suficiente hasta la publicación. SEMANA: La escritura del texto ‘El pesebre‘ está ligado con un viaje al Ecuador. De regreso de ese viaje, en el avión, escribió en una libreta tres notas sobre cosas sobre las que quería pensar después, y que efectivamente terminó desarrollando en el texto. ¿El desarrollo del pensamiento, en el caso de su escritura, está vinculado a un lugar fijo, estático? C.S.: El pensamiento sucede en el tiempo, y en esa medida está sujeto al cambio; o mejor, en esa medida el pensamiento piensa acerca del cambio: es narrativo. Pero también hay otro modo de pensar, otro pensamiento, que está por fuera del tiempo; que, precisamente, no piensa en cómo el tiempo pasa (en cómo las cosas cambian), sino en cómo el tiempo no pasa, y busca una realidad constante e inmutable: es contemplativo. En el libro trato de escribir como el pensamiento piensa: según ese baile del pensamiento, que va y sigue yéndose a perderse, distraído de objeto en objeto, pero que también se quiere fijar, quiere quedarse para siempre pegado a las cosas que descubre. El pensamiento se vincula con las cosas y de vínculo en vínculo va hacia la nada o hacia el vacío y se deshace, pero también, de objeto en objeto, se queda en todo lo existente y lo hace existir. Le sugerimos: El episodio en el panel sobre Marvel Moreno en Barranquilla, en boca de una de sus organizadoras SEMANA: Usted cita en diferentes capítulos fragmentos del Corán y de la Biblia, y así, crea una relación fluida y reveladora entre temas cotidianos y antiguas reflexiones religiosas. ¿Qué nos siguen diciendo este tipo de textos religiosos a los lectores o escritores de este siglo? C.S.: Creo que es ingenuo pensar que hay textos pertenecientes a otras épocas o propios de otras mentalidades. Nosotros mismos hemos escrito todos los textos que existen: todos ellos nos constituyen y todos son actuales. SEMANA: Textos como ‘Un potro‘ o ‘Las pléyades tienen una cercanía con el género de la fábula: los animales presentes en el texto abren la puerta a diferentes reflexiones (tensiones entre lo urbano y lo rural, la relación que establecemos con las palabras, etc.). ¿Cuál es el lugar de la fábula en la literatura contemporánea? En general, ¿cree que se ha dejado de lado? C.S.: Hace siglos y milenios comenzamos a componer fábulas para explicarnos cómo estamos constituidos (no cómo debemos obrar, como se piensa frecuentemente bajo el falso presupuesto de que las fábulas son moralizantes). En las fábulas, la elocuencia de lo que no habla con nuestro lenguaje articulado (los animales, y a veces las plantas) enseña acerca de la composición del ser humano, de la inteligencia y el corazón humanos. Observar cómo viven los otros seres en el mundo y en nuestra imaginación —y tratar de entender qué dicen, en un lenguaje universal, acerca de nuestra propia existencia — es el único (o en todo caso el principal) modo de conocer que está a nuestro alcance. La observación de lo otro en el mundo y, simultáneamente, de lo otro en nuestro interior, constituye la investigación. Luego expresamos esa investigación a través de las operaciones de la poesía o de las de la ciencia, que son diversas, pero el modo de conocer es básicamente el mismo. SEMANA: A lo largo del libro, usted se detiene en el significado de distintas palabras y en la relación de unas palabras con otras: si son cercanas, opuestas, parecidas. ¿Reflexionar sobre el lenguaje cambia nuestra manera de usar el lenguaje? C.S.: Ser conscientes de nuestra lengua es ser conscientes de las operaciones de nuestro pensamiento y es una manera de ser conscientes de nuestra propia vida. Vivimos hablando y vivimos escribiendo. Por tanto, la atención al lenguaje —que es una empresa infinita— no solo debería cambiar nuestro modo de usar el lenguaje, sino también dar forma a nuestra vida. SEMANA: En una columna publicada en ‘Arcadia‘ (Escolasticismo persistente), usted señala a Michel de Montaigne como el escritor que inaugura el género del ensayo. Allí, destaca lo importante que es hilvanar los argumentos con la propia experiencia: al decir “yo”, se obtiene perspectiva sobre el mundo y sus cosas. En ‘Somos luces abismales‘ ese aspecto es evidente. ¿Cómo se da cuenta de que ciertas experiencias o anécdotas pueden ser tratadas en un ensayo? C.S.: El ensayo es un género fundamentalmente hospitalario, como fue concebido por su inventor. A partir de un problema, que funciona como estímulo para la imaginación, el ensayo puede contener el relato y el análisis de experiencias, así como el testimonio de observaciones. Es un método de conocimiento en el que el examen de la propia vida —del acontecer cotidiano— y la observación del mundo se muestran como uno solo. Por otra parte, es el género más, digamos, caprichoso: cualquier observación de cualquier aspecto del mundo puede enriquecer cualquier tema que a primera vista no esté relacionado con él. Un ensayo en un espacio que escoge un conjunto de objetos y los hace brillar bajo la luz de la curiosidad y el deseo (que son una sola cosa) para que ilustren un tema, o una constelación de temas. Le puede interesar: "Yo no vivo para contarlo, sino que cuento". Una reflexión de Marta Sanz SEMANA: Al leer sus anécdotas los lectores también pueden formar relaciones con sus propias vidas, sus experiencias. En ese sentido, ¿cree que los lectores, con la lectura de Somos luces abismales u otros textos, puedan ampliar el concepto de lo que entienden que es la literatura o lo literario? C.S.: Uno no escribe un libro literario para dar algo (un texto, el resultado de un trabajo, el producto de una época de su vida), sino para darse uno mismo, íntegro —o para entregar la invención de su posible integridad— al lector. Por eso, todo texto literario es sobre el lector. Y, claro, todo texto literario le cuenta al lector cómo es —cómo puede ser— hacer un texto literario. SEMANA: Al terminar la lectura, queda la sensación de que usted siempre está atenta a los detalles, a lo que pasa inadvertido: una paloma herida, una calle bogotana desierta un 31 de diciembre, un frailejón. ¿Esa mirada alguna vez descansa? ¿Los momentos de atención se alternan con los de descanso, o en el descanso también “mira” de esa manera? C.S.: Yo creo que los seres humanos (y a lo mejor todas las cosas que viven) nunca descansamos. Pasamos de una actividad a otra, pero nunca descansamos. Estamos cautivos en el tiempo, y jugamos en el tiempo, sin descanso. Hacemos nuestro papel o hacemos nuestros papeles. A veces somos espectadores, pero ser espectadores es también hacer un nuevo papel, un nuevo trabajo. A lo mejor la esperanza del descanso nos ayude a temer menos la idea de la muerte. SEMANA: Para alguien que ha leído sus columnas de ‘Arcadia‘, ‘Credencial‘ o ‘Vice‘, este libro retoma y amplía muchos de los temas que ha tratado desde la opinión periodística. ¿Por qué hay temas que se pueden agotar en una columna y otros que demandan más espacio? C.S.: Ningún tema puede agotarse en una columna. Ni en un libro. Ni en una conversación. Lo que pasa es que uno se distrae necesariamente de un tema, y entonces pasa a decir, refiriéndose a otro tema, las pocas o las muchas cosas que puede decir. Hipotéticamente, podría uno coger un solo tema y ahí, sin salirse estrictamente de él, hablar sobre absolutamente todo lo que pueda hablar. SEMANA: Además de la Biblia y el Corán, usted cita textos de autores que hoy en día consideramos clásicos: Miguel de Cervantes, William Blake, Dante Alighieri, Francesco Petrarca. ¿Cómo ha sido su relación de lectora con estos textos? ¿Hay momentos en que los siente más “cercanos” o “lejanos”? C.S.: Esos textos que cité entraban en mis textos, como había entrado ya mi texto en ellos mientras los leía. Es un lugar común que cada nueva lectura de un libro es un nuevo libro; leer un libro es ser otro autor de él. Al incluir ciertos textos dentro de los míos, yo daba testimonio de esa relación con obras que, en tanto que las he leído con atención y amor, forman parte necesariamente de lo que escribo. SEMANA: Con respecto a la pregunta anterior, casi todas las traducciones de esas citas son de su autoría. ¿La traducción renueva la forma en que nos podemos acercar a los textos literarios? C.S.: La traducción es una forma intensa de contacto y de colaboración. Al traducir los fragmentos que citaba (o los que podía traducir, que no eran todos), quería encontrar —de manera ilusa, pero todo es ilusión— en esos textos lecturas de los míos, y quería presentarme a mí misma, en mi texto, como lectora de ellos. Le sugerimos: La Congregación Teatro: una década de lenguaje y dramaturgia SEMANA: Con respecto a la polémica desatada por la tala indiscriminada de árboles en Bogotá, textos como ‘Un potro‘ o su más reciente columna de Vice se entrecruzan con sus mensajes de protesta en Twitter y su participación en diferentes iniciativas de resistencia ciudadana que han sido llevadas a la calle. ¿Es necesario que los intelectuales también se tomen las calles?, ¿existen diferencias entre cómo se toma un intelectual la calle a cómo se la toma cualquier otra persona? C.S.: El intelectual es alguien que, para bien o para mal, se compromete con el análisis racional: con el examen y la crítica del pensamiento y del lenguaje. Dado que ese es su papel y ese su compromiso, entonces él no procede solo en atención a su emocionalidad, sino que trabaja con sus propias herramientas, que trata de afinar, que son básicamente la lógica (el estudio de la vida del pensamiento) y la gramática (la conciencia de la vida del lenguaje). La protesta social y la acción social del intelectual proceden de su oficio, que es la lectura de la realidad, bajo la intuición —o la ilusión— de que la realidad es un texto.