Si nos rigiera la luz de la coherencia, el basurero a la vista en el Salón Regional de Tunja justificaría la declaración de emergencia en la cultura, y del estado de sitio en el arte nacional. En este Salón, que ocurre con otros cinco regionales de manera preparatoria al Salón Nacional que ha de celebrarse en Bogotá en 1985, han participado más de trescientas personas con más de setecientas obras. Entre ellas, el jurado escogió siete para premios y nueve más para que participen en el Salón de Bogotá. En el mejor de los casos, el grupo total pudiera ser aumentado con otros veinte participantes quienes han mandado obras serias y aceptables. Pero aún cuando creciera, seguiría siendo un núcleo minimo con relación a la multitud que ha mandado cuadros u objetos, en el convencimiento de haber mandado arte.En este grupo mayoritario reina una absoluta confusión en lo que tiene que ver con la noción del arte; cuáles son sus funciones o deben ser sus propósitos. La gama de esa confusión es bien amplia: encontramos desde imágenes religiosas en yeso pintadas con banderas extranjeras y que llevan palomas de pluma y hueso muertas y ensangrentadas a sus pies, hasta seudo implementos como arados y maquinas extrañas, hechas de cuanto tubo o fierro pueda encontrarse, para llevarnos a la escultura realizada con distintos materiales, casi siempre lamentablemente utilizados, atravesando el territorio del despropósito estético, hasta llegar a una serie de meta-primitivos entre los que uno no sabe si incluir o no a una evidente horda de estudiantes que han mandado ensayos de taller, tanto en pintura como escultura; producciones pequeñas de concepto que no han rebasado los límites del mero ejercicio, ejecutadas por quienes evidentemente no tienen mayor cosa qué decir.Con excepción del tercer premio dado a Leonid Silva por dos cuadros de vacas y caballos en el estilo realista post-Escuela de Barbizón, el resto de la premiación es notablemente acertada comenzando con el primer premio dado a Gloria Matallana. Los suyos son dos cuadros de gran formato que refieren situaciones genéricas de la ciudad actual colombiana, con su contaminación y desorden, pero también con su vitalidad. Asimismo bien premiada la obra de Ernesto Jiménez, escultor de talla en piedra o madera, con un espléndido y perverso teléfono cubierto con un paño, todo en mármol. Siguen obras intencionadas y talentosas de Francisco López y Carlos Salazar, ambos señalados en estas mismas páginas con motivo de su participación en una de las colectivas del Minuto de Dios, así como la porcelana de Gilda Mora que evidencia dominio y opinión. La premiación es respetable por la calidad de lo apuntado, así como por la voluntad de anotar nombres que no circulan por las roscas de instituciones promotoras y que de esta manera abren una puerta interesante por donde escapar de las categorías establecidas para por medio de ellas ascender en los estamentos artísticos del país. La premiación ha dejado de lado a los nombres de artistas jóvenes más promovidos últimamente y esto, de manera evidente, es positivo. Sin duda, los otros diez nombres escogidos componen un grupo de artistas de interés entre los cuales debe mencionarse a Margarita Monsalve, la obra conjunta de Fernando Villar y Juanita Richter, Gustavo Zalamea, María de la Paz Jaramillo, Becky Mayer y unos pocos más.Pero también aparecen en el Salón obras que por su calidad han podido perfectamente quedar incluídas y así complementar la visión del arte joven y serio que actualmente se hace en la zona central del país. Es difícil comprender por qué el jurado dejó por fuera la producción de Germán Páez, con tres cuadros pintados en negro rayado, con temas violentos y actitud de no pararse en mientes ante un aspecto tremendo de la realidad; obras con que nos anuncia actuación de artista de ventaja en lo que a pintura expresionista y propósitos extremos se refiere. Asimismo las dos obras presentadas por Marta Rodríguez que tratan imágenes de reconocidas artistas del cine internacional a partir de evidentes referencias fotográficas que luego se transforman significativamente por medio del dibujo agresivo que las raya y riza, constituyen un conjunto digno de quedar incluído. Lo mismo puede decirce de los dos grandes cuadros de Hugo Plazas con tema po pular: tienda de pueblo y sembrado de flores bajo polietileno. León Trujillo, quien en su pintura evidencia un sólido conocimiento de las delicadas relaciones entre la forma y el color, para plantear cuadros llenos de lirismo dentro del lenguaje abstracto, Cristo Hoyos, quien hace dibujos penetrantes con tintas de colores y Betty Pinzón con obras de corte expresionista, han podido perfectamente quedar en la muestra, junto con las cerámicas de concepto monumental de Nijole Sivikas bellas en su simplicidad, el conjunto de cuadros pequeños de María Helena Bernal, concebidos y ejecutados con alta profesionalidad y poesía, así como las esculturas de piedra pulimentada de Gustavo Arango, o las piezas hieráticas trabajadas en cemento por de la premiación y la escogencia, además de los cuadros figurativos de Alfredo Gamonal, las pinturas de Hernán Darío Cerón, de Gilberto Cerón, la construcción de Jaime Finkelstein, o el ensamblaje de Alvaro Henao.Con la inclusión de estos nombres, el grupo total hubiera sido conformado de manera menos radical y excluyente, y así hubiera aclarado algunos puntos con qué aliviar la confusión general de quienes, creyéndose artistas, han mandado sus obras, o del público que viene a Tunja a verlas y que en parte porque los incluídos, aparte de los premios, no han sido señalados siquiera con una etiqueta, no entienden mayor cosa al respecto de los criterios del jurado en su decisión El fallo de un jurado en un evento de esta naturaleza debe servir, aparte de para decidir quién se va y quién se queda, para aclarar ideas generales y eventualmente dilucidar puntos que tienen que ver con la identidad del gran culpable de que no haya entre tanta gente una laea siquiera remolamente clara sobre lo que es arte y para cuáles propósitos debe trabajar en nuestras circunstancias; el fallo de un jurado en un evento de esta naturaleza debe servir para orientar la inquietud de quienes equivocadamente se creen artistas, hacia campos más útiles.Si esto se aclarase adecuadamente, se vería que uno de los orígenes de la confusión es la noción imperante del arte y la cultura como espectáculo, a manera operática, que lleva a tanta gente a desear ser artista en el sentido de estrellato, y no de servicio a la visión de la comunidad. Esta última podría utilizar la visión de los artistas para aclarar aspectos significativos de la vida y sus avatares.Por ello es importante que los nuevos personajes nombrados con premios entiendan que ello no debe significar el primer escalón del ascenso con qué engrosar la lista de los endiosados ni las categorías que desafortunadamente ya existen, sino, por el contrario, la obligación al empeño por explicar algunas de las posibles funciones del arte, de su vocación social, para encaminar, canalizar y orientar a tantos que están interesados en hacerlo pero han sido confundidos por el bombardeo constante del consumismo; de la noción del arte como mercancía que sirve para obtener posiciones de relieve y para diferenciar a las personas: para encumbrar a unos y rebajar a otros.Es bueno que el Salón Regional de Tunja haya mostrado todas las obras participantes porque ellas manifiestan los síntomas de la grave enfermedad cultural que padece el país: ella debe servir para alarmar a las personas interesadas y llevarlas a exigir o a tomar medidas con que comenzar a corregir una parte apreciable de la gran confusión patológica que hoy por hoy nos afecta en esta área. --Galaor Carbonell -