Si dedicar la vida a la música es difícil, consagrarse a la llamada música antigua, lo es más. Peor cuando se resuelve optar por la de Latinoamérica y casi imposible, qué ironía, cuando se quiere intentar acceder al patrimonio musical de la Catedral primada de Bogotá.

El celo y misterio alrededor del archivo musical que atesora el edificio de estilo neoclásico, sobre el costado oriental de la Plaza de Bolívar, es de sobra conocido, en el ámbito nacional y en el internacional. Ni siquiera resultan suficientes las credenciales y prestigio de la agrupación Música Ficta para acceder a la colección de partituras de la Capilla musical que, a principios del S. XVII, estaba a buen recaudo en la llamada Casa Capitular en el costado sur de la catedral. Cuando en el S. XIX resolvieron alquilar la casa, el archivo se desperdigó y fue a parar hasta en los anaqueles de las bibliotecas de los maestros de capilla. No hay que sorprenderse de que buena parte haya desaparecido en botes de basura o en manos de la temible plaga de los ávidos coleccionistas.

Vicisitudes del archivo

En 1860, la viuda del maestro de capilla Francisco de Boada entregó a su sucesor “ocho bultos de papeles que contienen misas, vísperas, villancicos, pero todo incompleto por ser ya inútiles”.

Monseñor José Ignacio Perdomo Escobar, primer cronista serio de la historia de la música en Colombia, en 1938 manifestó que el archivo “estaba arrumado, lleno de polvo y hollín” y en 1948, durante el Bogotazo, quienes se refugiaron en la catedral –escribió Perdomo– recurrieron a “las partituras de los maestros coloniales, que fueron a dar a los baños para usos de íntima necesidad”.

Carátula del CD, que alude al título, sobre una composición de autor anónimo colombiano del siglo XVIII.

Así las cosas, debe ser un milagro de la Inmaculada Concepción, a quien está consagrada la catedral, que algo de ese archivo, entre 2010 y 2015 hubiera podido salvarse y regresar a la Casa Capitular.

Lo cierto es que pocos, muy pocos, han conseguido tener acceso a ese tesoro. Hasta se puede entender semejante celo musical: el prestigioso musicólogo norteamericano Robert Stevenson fue el primero, su trabajo lo continuó monseñor Perdomo, autor del Catálogo-diccionario del archivo de música colonial de la Catedral de 1976. Desde 2016, mediante un convenio, lo alcanzaron el Ministerio de Cultura y la Universidad de los Andes. Aparentemente nadie más. Ni siquiera Música Ficta…

Sésamo ¡Ábrete!

Finalizando una actuación en 2000, irónicamente en la catedral, molesto por las palabras de Jairo Serrano, uno de los fundadores de Música Ficta, quien hizo una alusión a la imposibilidad de tener acceso al famoso archivo, el entonces mayordomo de fábrica, al final del concierto le manifestó que en el futuro jamás podría acceder a él.

El grupo de música antigua Música Ficta.

Seguramente ahí está la raíz de esta grabación Alternen las avecillas. Villancicos y otras obras musicales de la Catedral de Bogotá. S. XVII - XVIII, primera de una trilogía que acaba de ser lanzada al mercado, nacional e internacional.

Porque se inició la investigación detectivesca que, a la final, los llevó a los archivos de la Universidad de California, donde reposa, en microfilm, la investigación de Robert Stevenson, experto en música antigua hispanoamericana, mismo que a principios de los 70 conoció el archivo. Si las puertas de la Catedral se cerraron, como en Las mil y una noches, en California ocurrió el “¡Ábrete sésamo!”

Con la colaboración, entre otros, de la musicóloga Marcela García, los hermanos Serrano, Carlos y Jairo, vistieron los hábitos de música ficta, esa teoría de la música antigua que hace referencia a aquellos que pueden resolver “todas esas notas, tanto escritas como añadidas mediante la improvisación, ayudados por su conocimiento”, es decir, la capacidad musicológica de deducir en un contexto todo aquello que no está en la nota escrita; palabras más, palabras menos, el intérprete como partícipe de la creación.

Hecha la selección, vino la investigación, el arduo oficio de revisar y completar los faltantes de las obras, los ensayos y, finalmente, la realización del disco, grabado en el Auditorio Fabio Lozano de la Tadeo, ingeniería de sonido de Mauricio Ardila, “en quien siempre hemos depositado nuestra confianza; es un perfeccionista y puede conseguir la atmósfera sonora ideal que demanda el estilo”, declaró Carlos Serrano a SEMANA.

Nunca en el pasado, Música Ficta reunió un grupo de intérpretes tan numeroso: 16 músicos, guitarra barroca, flautas dulces, sacabuches, arpa barroca, tiorba, viola de gamba, clavicémbalo y voces.

Sesión de grabación en el Teatro Estudio de la Biblioteca Santo Domingo.

El resultado de este trabajo –disponible ya en las plataformas de streaming, Spotify y Tidal, y en la Tienda Tango– es un saludo a la bandera del patrimonio colombiano. La selección de 14 obras recoge “villancicos, tarantelas, gallardas, preludios” que se interpretaban al interior de la catedral, piezas vocales o instrumentales que se intercalaban en medio de los oficios, gracias a la participación de los miembros de la “Capilla” y “los ministriles indígenas venidos desde la misión de Fontibón”.

Desfilan, uno tras otro, los nombres de Santiago de Murcia, José de Torres, Lucas Ruiz de Ribayaz, Juan de Herrera, Miguel Osorio, Juan Cabanilles, Juan Jiménez y otros que, bien por descuido o por desgreño, quedaron en el anonimato.

Y como ha ocurrido siempre con las grabaciones del grupo, hay mucho más que buena música, este compacto viene a enriquecer el exiguo patrimonio musical colombiano. La interpretación es milagrosa por esa mezcla de rigor y placer en la interpretación, respeto por el estilo y muchas ganas de perseverar para hacer música.