“La historia del arte es, en gran medida, la historia de un robo”, escribió un columnista del diario El País de España en 2017, en un artículo titulado ‘¿De quién es el arte?’. Dos años después esa pregunta sigue siendo relevante y pone de nuevo a Europa en el ojo del huracán. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, abrió una caja de Pandora cuando anunció a finales del año pasado que haría lo posible para que en los próximos cinco años “existan las condiciones para devolver temporal o permanentemente el patrimonio cultural que Europa le robó a África”. Y los académicos y mandatarios del mundo se preguntaron: ¿por qué debemos devolver lo que hemos preservado?, ¿pueden los países pobres o en guerra cuidar los hallazgos arqueológicos?

Muchas demandas se sumaron a las ya existentes. Una seguidilla de países hicieron fila para reclamarle a Europa lo que, a consideración de ellos, les pertenece. Australia, Senegal, Turquía, Egipto, Nigeria, México, Colombia y la periférica Grecia retomaron batallas olvidadas o comenzaron disputas nuevas en torno a lo que los curadores llamaron la “descolonización de las exhibiciones europeas”. Macron se echó la soga al cuello con los directores de sus propios museos y desató batallas legales en todo el Viejo Continente. Batallas que se amontonan en los despachos del British Museum, del Quai Branly, del Neues de Berlín, y en muchos otros que hoy tienen que lidiar con el proceso de repatriación.

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Hasta ahora, solo Francia y Alemania cogieron el toro por los cuernos e intentan resolver el tema de manera salomónica. A partir del informe que los historiadores del arte Felwine Sarr y Bénédicte Savoy hicieron para ayudar a Macron a determinar qué objetos devolver, las dos naciones concluyeron que “Todo lo que haya sido robado en el periodo colonial deberá retornar a los países de origen si así lo solicitan”. Aunque parecería que eso resuelve el problema, no es así. De hecho, Macron olvidó mencionar que su decisión debía pasar por el Parlamento y que, al igual que en el caso colombiano, el presidente no tiene la potestad de “regalar o devolver” el patrimonio cultural de la nación, incluso si lo adquirieron por medio de la coerción o el fraude. Así que la repatriación implicaría cambios estructurales en las leyes de muchos de los países europeos que blindaron jurídicamente el saqueo del siglo XIX para que sus colonias no pudieran reclamar. Parte de esas triquiñuelas legales establecen además que la nación que recibe los objetos debe estar en la capacidad de preservarlos.

El British Museum tiene más demandas que ningún otro por el arte saqueado en las colonias inglesas del siglo XIX. Sus directores no han mostrado ninguna intención de devolver los objetos.

Europa todavía justifica de ese modo no devolver las obras. El caso más conocido es el de la Puerta de Ishtar, que en el año 575 a.C. daba paso a la ciudad de Babilonia, actual Irak. Durante las cruzadas arqueológicas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, investigadores alemanes la llevaron a Europa y nunca la devolvieron. Ahora se encuentra en el Museo Pérgamo, en Berlín. Sus voceros anunciaron, ante las críticas, que “Irak es un país muy inseguro, azotado por el terrorismo”, por lo que no pueden arriesgarse a perder una obra tan valiosa.

Con ese argumento, y con el de creer que se trata de países “demasiado pobres”, el British Museum rechaza devolver los mármoles del Partenón a Grecia. Igual disposición tomó el Museo Pérgamo para quedarse con las esfinges de Hattusa, de Turquía. Para muchos eso demuestra la mirada colonial de Europa y, sobre todo, la legitimación del robo. El mercado negro es especialmente prolífico en los países en guerra. Y la escasa supervisión independiente permite a Europa hacer transacciones dudosas para llenar sus vitrinas, como en el caso actual de Yemen.

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El historiador del arte y exconsultor de la Unesco Álvaro Medina defiende al Viejo Continente. Según le dijo a SEMANA, salvo algunas excepciones, “América Latina y África deberían agradecer el cuidado que Europa le ha dado a nuestro legado. Si esos objetos hubieran permanecido en nuestros territorios, habrían sido destruidos; ya sea por las guerras tribales, como la del Congo, o por las malas condiciones climáticas para contenerlas”. Agrega que hay que “dejar ese complejo provincial de creer que porque algo proviene de los indígenas debe permanecer en el territorio. Los hallazgos arqueológicos se deben exponer como las grandes obras. Picasso es Picasso porque los museos decidieron mostrarlo. Yo me siento orgulloso cuando veo oro colombiano en el Museo Metropolitano de Nueva York, por ejemplo”.

Tanzania utilizó esos argumentos hace unas semanas para negarse a recibir cientos de piezas que Alemania y Holanda le iban a devolver, pues el Ministerio de Cultura del país consideró que “están mejor en Europa” y que la devolución solo les traería problemas.

Sin embargo, la mayoría de países que en algún momento fueron colonias europeas han comenzado a reclamar sus patrimonios y a exigir que las viejas metrópolis abran los archivos que todavía ocultan sobre las barbaries que cometieron en nombre de la “civilización”. Según Patrick Gathara, periodista de Al Jazeera, no es suficiente con que Europa “acceda a devolver lo que le piden”. Para él, la única manera de sanar las heridas es “reescribir la historia colonial” y hablar de las responsabilidades que tuvieron los imperios en los asesinatos, torturas y saqueos. Gathara insiste en que “el hecho de que tengamos que interponer demandas para que Europa nos devuelva lo nuestro devela la poca conciencia que ellos tienen sobre lo que nos hicieron”.

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Reescribir la historia les piden en el fondo las nuevas generaciones a las antiguas potencias. Por eso, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, despertó críticas y halagos al pedirle a la Corona española “disculparse públicamente” por los agravios que sus ancestros cometieron contra la población indígena durante la conquista. Aunque para muchos esta fue una medida populista, para otros puso sobre la mesa el clamor de varios historiadores e indígenas de hablar sobre el pasado para repararlo.

Cientos de comunidades indígenas llevan décadas recordándole a Occidente que lo que para unos es arte para ellos pueden ser objetos concebidos con fines rituales, no para exhibirlos. Las figuras de dioses encerrados en vidrio resultan dolorosas para muchas comunidades que se sienten saqueadas y vilipendiadas. Europa tiene que responder entonces, entre todos los problemas que la abaten ahora, a la pregunta ¿qué puede mostrar?

Los museos son repositorios del arte, pero también vitrinas de la barbarie.

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5 hitos del saqueo

África, Asia y América Latina le exigen cada vez más a Europa que devuelva el patrimonio cultural y artístico que robó durante las colonias y las guerras del siglo XX. Sin embargo, muchos de estos litigios duran años sin resolverse. Cinco de las obras más icónicas de la historia del arte permanecen todavía en manos de Occidente, a pesar de la insistencia de que regresen a sus lugares de origen.

  • Tesoro Quimbaya, Colombia:

Es una colección conformada por 122 piezas funerarias de oro precolombino que perteneció a los indígenas Quimbaya. En 1893 el presidente de Colombia, Carlos Holguín, se la regaló a la reina de España, María Cristina de Habsburgo. Desde el 2016, la Corte Constitucional determinó que el patrimonio cultural no se puede “obsequiar”. Por esa razón, la Corte obligó al entonces presidente, Juan Manuel Santos, a solicitar la repatriación de la colección. El caso todavía no se ha resuelto y con los años la exigencia se enfrió.

  • Penacho de Moctezuma, México:

El penacho era parte del traje del emperador azteca Moctezuma, quien gobernó entre 1502 y 1520. Según las Crónicas de Indias fue un regalo que le hizo al conquistador Hernán Cortés. No es claro cómo llegó a Austria en el siglo XIX, pero desde entonces está en el Museo de Historia Natural de Viena. México solicitó la devolución en 1991, pero Austria asegura que “las vibraciones del vuelo” dañarían el objeto.

  • Busto de Neferteti, Egipto:

La escultura de una de las reinas egipcias más importantes de la historia, que lideró al país entre 1353 y 1336 a.C, es la joya de la corona del Museo Neues de Berlín. El arqueólogo alemán Ludwig Borchardt la encontró en 1912 y la trasladó a Alemania un años después. Desde entonces, el gobierno egipcio ha solicitado su devolución, pero los voceros del museo aseguran que Neferteti “es la mejor embajadora de Egipto en Alemania”.

  • Puerta de Ishtar, Irak:

Fue la octava entrada de la antigua ciudad fortificada de Babilonia, actual Irak. Se estima que la construyeron en el 575 a.C. A finales del siglo XIX el arqueólogo alemán Robert Koldway la encontró durante unas excavaciones en Oriente Medio. Desde 1930 está exhibida en el Museo Pergamón de Berlín. Irak solicitó su repatriación en 2002; sin embargo, el gobierno alemán aseguró que el país era demasiado inseguro para preservarlas.

  • Mármoles del Partenón, Grecia:

El templo –edificado en el siglo V a. C.– es el principal atractivo de la Acrópolis ateniense. Durante el gobierno otomano del siglo XVI, lo utilizaron como mezquita y cuartel, por lo que su estructura se deterioró notablemente. Tres siglos después, el diplomático británico Lord Elgin obtuvo una autorización fraudulenta de parte del sultán para llevarse 200 cajas con columnas, esculturas, paredes y lienzos. Hace cuatro años, la abogada Amal Clooney elaboró un informe en el que le recomienda a Atenas reclamar las piezas. El ministro de Cultura de Grecia negó la solicitud diciendo que lo único “importante en estos casos es mantener relaciones bilaterales cordiales”.