La poeta ganadora del nobel Louise Glück, de una franqueza y percepción inquebrantables, que tejió alusiones clásicas, ensoñaciones filosóficas, recuerdos agridulces y comentarios humorísticos en retratos indelebles de un mundo caído y desgarrador, murió a los 80 años.
El deceso de Glück fue confirmado el viernes por Jonathan Galassi, su editor en Farrar, Straus & Giroux.
A lo largo de más de 60 años de trayectoria, Glück plasmó el trauma, la desilusión, la inmovilidad y el anhelo, marcada por breves momentos de éxtasis y satisfacción.
Cuando se le otorgó el Premio Nobel en 2020, era la primera poeta estadounidense en recibirlo desde T.S. Eliot en 1948. Los jueces del galardón elogiaron “su inconfundible voz poética que con belleza austera hace universal la existencia individual”.
Los poemas de Glück eran a menudo breves, de una página o menos de extensión, ejemplos de su apego a “lo no dicho, a la sugerencia, al silencio elocuente y deliberado”.
Entre Shakespeare y Eliot
Influida por Shakespeare, la mitología griega y Eliot, entre otros, cuestionó y en ocasiones descartó los vínculos del amor y el sexo, lo que llamó la “premisa de la unión” en su poema más famoso, Mock Orange.
En cierto modo, la vida para Glück era como un romance problemático, destinado a la infelicidad, pero significativo porque el dolor es una condición natural, y preferible a lo que ella suponía que vendría después.
“La ventaja de la poesía sobre la vida es que la poesía, si es lo suficientemente aguda, puede durar”, escribió alguna vez.
En su poema Summer, la narradora se dirige a su marido y recuerda “los días de nuestra primera felicidad”, cuando todo parecía haber “madurado”. Pero después “los círculos se cerraron. Poco a poco las noches se fueron enfriando”.
Glück publicó más de una decena de libros de poesía, junto con ensayos y una breve fábula en prosa, ‘Marigold and Rose’. Le inspiraba de todo, desde los tejidos de Penélope en la Odisea hasta el complejo deportivo Meadowlands.
En 1993, ganó el Premio Pulitzer por ‘The Wild Iris’ (’El iris silvestre’), que incluye un intercambio entre un jardinero asediado y una deidad insensible.
Otros de sus títulos son las colecciones The Seven Ages, The Triumph of Achilles (El triunfo de Aquiles), Vita Nova y una antología muy aclamada, Poems 1962-2012.
Además de ganar el Pulitzer, recibió el Premio Bollingen en 2001 por su trayectoria y el Premio Nacional del Libro en 2014 por Faithful and Virtuous Night (Noche fiel y virtuosa).
Fue poeta laureada en Estados Unidos en 2003-2004 y recibió la Medalla Nacional de Humanidades en 2015 por sus “décadas de poderosa poesía lírica que desafía todos los intentos de etiquetarla definitivamente”.
Glück se casó y se divorció dos veces y tuvo un hijo, Noah, con su segundo marido, John Darnow.
Fue profesora de varias universidades, incluidas Stanford y Yale. Consideraba sus experiencias en el aula no como una distracción de su poesía, sino como una “receta para combatir la lasitud”.
Los estudiantes la recordarían como exigente e inspiradora, pero también la apreciaban por guiar a los jóvenes en la búsqueda de sus propias voces.
“Entregabas algo y Louise encontraba el único renglón que funcionaba”, dijo a The Associated Press en 2020 la poeta Claudia Rankine, quien estudió con Glück en Williams College. “No había lugar para las sutilezas de la mediocridad, ni para los elogios falsos. Cuando Louise habla, le crees porque no se esconde en el civismo”.
El idioma es una herencia
Originaria de la ciudad de Nueva York y criada en Long Island, era descendiente de judíos de Europa del este y heredera de una creación cotidiana no asociada con la poesía: su padre ayudó a inventar el cuchillo X-Acto.
Su madre, escribiría Glück, era la “encargada de todo el trabajo y líder moral de la familia”, aquella cuya evaluación de sus cuentos y poemas apreciaba por encima de todos los demás. Glück era la segunda de tres hermanas, una de las cuales murió antes de nacer, una tragedia a la que parecía referirse en su poema Parados.
Glück se describía a sí misma como nacida para “dar testimonio”, se sentía como pez en el agua con la palabra escrita y consideraba el idioma inglés como su regalo, incluso su “herencia”.
Pero cuando era adolescente, era tan intensamente ambiciosa y autocrítica que vivía en conflicto con su propio cuerpo. Padeció de anorexia y llegó a pesar 34 kilos (75 libras) y estaba aterrorizada por su mortalidad. Su vida se salvó después de que decidió consultar con un psicoanalista.
“El análisis me enseñó a pensar. Me enseñó a usar mi tendencia a objetar ideas articuladas sobre mis propias ideas, me enseñó a usar la duda, a examinar mi propio discurso en busca de evasiones y escisiones”, recordó durante una conferencia en 1989 en el Museo Guggenheim. “Cuanto más retenía mis conclusiones, más veía. Creo que también estaba aprendiendo a escribir”, relató.
*Con información de la AP.