Siempre se puede pensar en algo mejor, pero, si se repite este invento llamado Cordillera, le será difícil superar esta primera edición. Y como el festival ya dijo en sus comunicaciones oficiales que este será el “primero de muchos”, qué bonito reto que se puso al dejar la vara tan alta.
Este memorable piloto de evento de alma medioambiental, curado como congregación de sonidos del continente y, por ende, cantado en más de un 90 por ciento en español, fusionó la experiencia de Rock al Parque (en su casa natural, el Parque Simón Bolívar) con el poder de sonido y organización del Festival Estéreo Picnic, y en esa apuesta dejó un balance impresionante. Más de 60.000 personas se reunieron en dos jornadas llenas de picos altísimos por cuenta de música que por décadas la ha acompañado. Hubo talentos de esta época, jóvenes y emergentes, pero “el pasado en presente” prevaleció, y se notó, porque los asistentes cantaron mucho, muchísimo, en la mayoría de conciertos. El público se jugó un partido todo este fin de semana respondiéndole a los muchos himnos de su vida y lo ganó.
El Simón fue un gran espacio anfitrión. El festival no usó la Plaza de Eventos, pero sí maximizó sus otros prados y mantuvo cortos los trayectos. Si se comparan con las peregrinaciones del Estéreo Picnic, que tienen su magia pero comen pierna, aquí las caminatas para poderse establecer bien entre uno y otro escenario tomaban 5 minutos (10 por mucho). En lo que respecta al sistema cashless, para todas las compras dentro del festival (exceptuando el informal y siempre presente “guaro, guaro”), este fluyó bien y sin contratiempo. También hubo puntos de abastecimiento de agua para la gente, y como eso se debe hacer norma, se aplaude marcar la tendencia.
Y no se puede omitir: Bogotá fue tan generosa que merece una venia. Como la semana pasada, la ciudad de las cuatro estaciones en un día volvió a desplegar sus lluvias entre semana para ofrecer un sábado seco y un domingo aún más bonito. Muy frío, pero fue un fin de semana perfecto para este evento. El barro no fue un factor, el sonido pudo brillar e, incluso, uno que otro avión se sumó a la fiesta volando a la par de uno que otro pájaro en los cielos abiertos del parque. El clima, una gran interrogante siempre en esta urbe, resultó un aliado inmejorable y se le agrade (si se iba bien abrigado obviamente).
De íconos, música, mensajes y sonidos
Fueron tantas figuras con tantas palabras sentidas y mensajes importantes que recordarlas y abarcarlas a todas se hace imposible (virtud del festival y su dosis alta de figuras masivas). Pero se hace el intento de traer algunos al frente porque pone la piel de gallina.
Saúl Hernández fue chamán y hermano de todos; el tamaño ídolo y líder de Caifanes habló y agradeció a la raza; mencionó que más allá de partidos y banderas políticas, es la gente la que merece el aplauso porque es la que hace suceder el cambio verdadero; Hernández también recordó a los 43 de Ayotzinapa, le envió fuerza esperanzadora a Pascal, un ser cercano que libra una batalla contra la enfermedad, y le expresó un cariño especial a la bandera colombiana, que colgó de su micrófono. Todo lo cantó y todo lo dijo con un corazón tan genuino y sentido que fue inevitable sentir en la espina dorsal y en el alma la conexión primitiva. Caifanes no es solo Saúl, y sonó increíble como conjunto, por lo que vale anotar las tremendas guitarras líderes, los memorables teclados y saxofón de Diego Herrera y los múltiples talentos del baterista Alfonso André, que también apoya las voces de manera importante. Y cuando la banda y Saúl dejan la voz en manos del público, este suele responderle. “Bogotá, Caifanes a tus pies”. Caifanes, Bogotá a los tuyos.
*Caifanes cerró su concierto invitando a una banda de mariachis que se extendió por unos 10 minutos; resultó curioso que duraran tanto y que el cantante no lograra pegarle a la nota más alta de “El Rey”*
Por su parte, Andrea Echeverri cantó a los cuatro vientos sobre el amor propio que siente por su cuerpo, su culo, sus tetas, su barriga; también mandó puyas al showbiz de apariencias y abrió un espacio (largo, largo) para abrazar y cantar con el Frailejón Ernesto Pérez. La cantante repasó también la historia del dúo dinámico, que nació en 1989 cuando se conocieron un punk del Restrepo y la gomela. Aterciopelados le jugó a su curaduría, no a la expectativa. Presentó primero su mensaje, sus sombreros y su música más actual, y luego alternó hits con canciones menos conocidas de su repertorio (no por eso menos poderosas). Entre esas, aquella de La Pipa de la Paz cargada de un galopante sentimiento llanero sirvió para recordar que la voz de Andrea es todavía un vehículo espiritual generacional. Y su desparpajo siempre aparece. “¿Se acabó esto? Qué piedra”, dijo, a esa manera de ella, graciosa, franca e irrepetible, y luego soltó “Bolero Falaz”.
Sobre los actos vieja escuela del festival, se hace necesario mencionar a Totó La Momposina, quien tuvo su despedida de los escenarios el sábado. Para muchos, el espectáculo le hizo honor a su trayectoria y contó con invitados de lujo, pero otras voces anotaron lo difícil y hasta doloroso que fue verla tan disminuida en tarima. El domingo se sumó otra leyenda, Piero, que con su inconfundible voz y su paciente cadencia pidió por la paz y compartió su mensaje de resistencia popular. El querido argentino le cantó al ‘viejo’ de todos, y en su viaje musical también le habló al niño y al adulto reflexivo que nos puede habitar si lo dejamos.
Por su parte, más joven ella, pero con camino de décadas alimentado por decenas de recordables canciones, que van de lo dulce a lo sentidamente alegre y bailable, Julieta Venegas dedicó un momento y una canción a reflexionar sobre lo normal que resulta todavía que una mujer sienta miedo al caminar sola. Siguiendo por México, según reportes pues tristemente la pila no dio para tanto, Rubén Albarán fue con Café Tacvba el dínamo incomparable que se esperaba, y hubiera merecido quizá tocar en el escenario grande (el Aconcagua) por trayectoria y jolgorio. Esto se hizo evidente dada la tibia entrega de Zoé (de los pocos puntos panditos del festival, criticados con insistencia por quienes de ellos esperaban mucho más).
Esperaba yo algo más de Quantic, que empezó algo tarde (retando la publicitada puntualidad británica) y difuso en sus bajos. Pero en festival siempre hay opciones, y hubo suerte en caer en el espectáculo de La Etnnia, que la sacó del estadio con rotundos beats y rimas acompañadas de banda en vivo. Fue todo lo que se escucha en sus trabajos discográficos, pero recargado con un sonido exponencial y con las voces a punto, comandando a los fieles.
El cierre de ese domingo rapero en el escenario Cocuy, por el que pasaron también N Hardem, Lianna y otros, se dio con Kase-O. El español dio un espectáculo que sus seguidores saltaron y cantaron con altísima energía y, desde su música y entrega de rimas, dejó ver el impacto de su recorrido en grupos como Lospetitfellas. En un momento, su banda sorteó un inconveniente técnico que llevó a pausarlo todo unos cinco minutos. Al retomar, el rapero invitó a tarima a Kei Linch, quien le dedicó el momento emotivo a su madre recientemente fallecida, que en esa justa fecha estaría de cumpleaños. Linch también había hecho parte del show de La Etnnia.
Ahora, si me toca escoger el mejor show de rap de los que vi, me quedó con el que presentaron los bogotanos. Punto merecidísimo para los locales que representaron a Las Cruces y al sur de la ciudad por todo lo alto con la voz del metano, con su rap legendario y su potente manifestación de la calle.
Del otro lado del espectro, otros destacados congregaban a decenas de miles. Maná repasó su arsenal de éxitos ante un público fervoroso y masivo que atiborró el campo y alcanzó decibeles considerables. Como no se puede ver todo, ya por gusto, por tiempo o por sacrificio, vale apoyarse en voces de asistentes que comentaron muy positivamente la entrega de Babasónicos, de No te va a Gustar, de Moenia...
Punto aparte para Draco Rosa, quien entregó un concierto más grunge en espíritu de lo esperado. En este desnudó que tiene que desconectarse de la realidad de su país para dejar de sufrir, porque es demasiado fuerte lo que viven su Puerto Rico y el mundo. Contó sobre sus viajes a la India a hacer terapias para sus manos, que le sirvieron, afortunadamente. Draco ha vencido todo tipo de contratiempos de salud, y expresó enorme emoción de volver a Bogotá, a un “gran festival” como este, lleno de energía palpable.
El cantante y compositor mencionó que las banderas tienen sentido, pero que en todas partes hay gente hermosa (y todos los políticos son una mierda). El puertorriqueño, como sus colegas de The Mars Volta, habló de las turbulencias de su terruño desde su escogencia misma de las canciones que tocó, como “Hasta la victoria”, fuerte, oscuro que mueve muchas fibras. En general, en su concierto, Draco sacó mucho del poeta oscuro que nos regaló un disco como Vagabundo, del cual tocó varias canciones incluyendo la homónima al disco, una obra trascendental. Personalmente lo agradezco mucho. Sé que mucha gente se quedó esperando “Mas y más” y otros temas de esa cuerda, pero con lo que entregó se redimió con creces por un concierto en Estéreo Picnic que dejó de tocar a la mitad por no estar a gusto con el sonido.
“Podría hablarte de la paz, prefiero que la sueñes... que luches por ella, hasta la victoria”, cantó en su inigualable voz.
El sábado, Molotov prendió la fiesta y alcanzó a presumir de sus muchos éxitos, arrancando con “Amateur”, pasando por “Gimme The Power”, “Puto” y “Frijolero” e incluso compartiendo en su última pieza el hashtag #niunamenos en la gran pantalla, mientras llenaba su escenario de mujeres que bailaban libres ese perrenque. Pero, como sucedió con Aterciopelados, por momentos el sonido parecía diluirse entre más lejos se estaba. La gente se quejó entonces con el clamor de “¡Sonido!, ¡sonido!”, pero esta fue una excepción a la regla. En lo que respecta al resto de grandes nombres, el sonido fue lo que debe ser siempre en un evento de este nivel, una oferta abrazadora y clara a prueba de vientos y dudas. Escuchar a la tromba en vivo que es Los Fabulosos Cadillacs, tal y como una tromba debe sonar, fue un absoluto privilegio.
Sobre el show de la diosa lactante que es Mon Laferte (razón por lo cual se tomó unos vinitos, no la botella entera) su voz brilla igual por encima de todo, entre los géneros que la chilena navega en su concierto, que fluctúan entre el bolero, la ranchera, lo andino y otros colores. En un punto, emocionada y espontánea, Mon se entregó literalmente al público, y si bien la gente no pareció poder elevarla de manera visible con sus manos, se le anota el haberse lanzado a la masa.
En ese orden de ideas, aparte de esas figurotas que hicieron vibrar sin parar al público asistente (y lo hacían preguntarse en qué momento descansar), se hace imperativo destacar a un montón de músicos que las acompañan y le suman enormemente a sus entregas en vivo: entre algunos, de Mon Laferte vale aplaudir al excepcional guitarrista Santiago Lara y a su baterista Natalia Pérez (Cancamusa, su nombre artístico); Y de Draco Rosa, una venia merece el absoluto animal que casi se roba el show con su inspirada interpretación de solos acústicos. Ellos son solo unos cuantos ejemplos de ese reparto de apoyo sin el cual la magia, las sorpresas inesperadas que se aprecian.
Por último, que regresar a los músicos para exaltar a figuras como Sergio Rotman (y su soberbio saxofón) y al señor bajista que es el Sr. Flavio de los Cadillacs, porque son leyendas, y porque fue fantástico verlos alimentar con actitud el garbo arrollador de la banda argentina. Vicentico, a diferencia de muchos otros colegas aquí mencionados, no profundizó en palabras profundas o temas más allá de los que tocó su banda, pero con su voz y la música de sus colegas de viaje siguen ratificando que el presente es el pasado.
Notas de limón y sal
*Gente de todo el continente asomó por el festival. Vinieron de Norteamérica, de Centroamérica, de Suramérica. Fue maravilloso ver tantas banderas y tanta gente con ganas de regresar a vivir algo así.
*Se debe extender el aplauso que se le dio a los artistas a todas las personas de la organización y de la logística, todas necesarias desde sus esfuerzos para el disfrute espiritual de la gente. El trato, de lo que aprecié y escuché, fue muy decente de parte y parte (aunque con los tragos se envalentona la gente y se pone más boba).
*El VIP y su experiencia no dejan de ser una mezcla extraña. Sus clientes se quejaron por un espacio al que, más allá del área separada para pasar más cómodamente los ratos entre conciertos, no les representó una ventaja a la hora de ver a sus artistas más cerca. Ante estas quejas, la organización improvisó una zona extra en el escenario Aconcagua, contigua a la designada para las personas con discapacidades, pero claramente habrá algo por definir mejor a futuro.
*Échele Cabeza brilló por su ausencia, y el trino que publicaron en su cuenta de twitter al respecto explica el por qué. “Cómo es posible que después del poderoso discurso sobre el fracaso de la guerra contra las drogas de @petrogustavo en la #ONU, un nuevo mando de la @PoliciaBogota impida que estemos en eventos públicos (FUGA) y privados (Cordillera), por qué “no le parece”. ¿Qué comienzo?”. La discusión debe seguir en torno a la seguridad frente al consumo de sustancias, y por eso es innegable que esta arbitrariedad marca un retroceso inaceptable. Tapar el sol con un dedo no equivale a que el sol no exista...