Sin duda es un logro enorme del Festival Cordillera (creación de Páramo Presenta, Ocesa y Live Nation) armar un cartel tan atractivo y sortear imprevistos de peso muy encima del tiempo, como la salida de Fito Páez por lesión, logrando que una enorme banda como Los Fabulosos Cadillacs saltara desde la banca a “salvar patria”. Porque, ¿quién se puede quejar de los Cadillacs? Exacto, nadie. Tocaron en el primer Cordillera y la rompieron, y ayer seguramente hicieron lo mismo, porque eso hacen siempre.
Es así como este evento ha atraído a las masas, cumpliendo desde el potencial asombro y no estando por debajo de esa expectativa.
Por eso no fue sorpresa saber que el sábado 14 de septiembre de 2024, primer día de su tercera edición, liderado por figuras y agrupaciones como Juan Luis Guerra, Vilma Palma e’ Vampiros y Hombres G, el festival congregó 40.000 almas y estableció el primer sold out de su joven y robusta historias. No estuvimos para presenciarlo, pero entre la gente que consultamos quedó la sensación de que los artistas dejaron todo, de que el sonido de Juan Luis Guerra pudo ser mejor pero fue maravilloso verlo a él y su orquesta, de que Miranda fue memorable, y de que la masa en pleno hizo del festival algo más guerreado, más difícil... hasta incómodo. En un festival hay tanto lugar a las contradicciones como en la vida misma.
El domingo 15, que sí presenciamos, Cordillera recibió a otros 35.000 asistentes, que en su mayoría mandó a la casa felices. Los efectos del gran público solo se hicieron notorios entrada la noche, en el toque de Molotov, una banda con enorme poder de convocatoria y gran capacidad de rockear en la que la idea de lo políticamente correcto no computa.
Los tres mexicanos y el gringo ya habían tocado en el primer Cordillera, una tarde soleada, ante otra gran cantidad de público y un sonido que le peleó a los vientos de la capital pero prevaleció para dejar una grata memoria. Esta ocasión su repertorio varió levemente, pues a los covers de peso punkero de The Misfits sumaron uno de Los Saicos, y claro, no olvidaron canciones que tienen que tocar, entre ellas “Puto” (cuyo coro ya no puedo cantar, pero que la gente se goza igual) y “Gimme tha Power”, que pega más duro estos días porque parece tan o más vigente que cuando salió. Es realmente una pieza generacional y cantarla ofrece una catarsis que las palabras no alcanzan a describir. Y lo genial de este festival es que, desde muchos géneros distintos, a muchos públicos, ofrece estos himnos de efectos indecibles.
Aún así, se hizo inevitable pensar, como sucedió la noche anterior con el rey del merengue y la bachata, que el escenario Cordillera, el principal del evento, se quedaba algo corto. ¿Es ese el precio a pagar por tener un espacio para Festival tan increíble como el Simón Bolívar? Quizá. ¿Será demasiado costoso abrir la vasta plaza del Simón para una futura edición, como se hace en el Estéreo Picnic? Quizá. El paso del tiempo irá respondiendo estas preguntas. Lo único certero para la edición 2025 es que Fito Páez está confirmado. No es tema menor. Porque Fito y los artistas que lo acompañen en ese cartel convocarán una masa... El Cordillera ya no es un bebé, es un niño aventajado, y se creció.
Un circuito de muchos
En el curso del domingo gozamos de una radiante tarde de festival. El calentamiento global y septiembre conspiraron para darle al Cordillera una versión muy veraniega de Bogotá, que solo dio pie al frío cuando el sol se ocultó.
Así pues, bajo los rayos del ‘mono‘ inclemente y un cielo muy azul iniciamos nuestro circuito viendo al cantautor Andrés Correa. El bogotano le cantó en su código particular y sentido a Medellín, a Bogotá, a la vida y al amor con invitados de La Guajira y de Pasto (se le unió en una canción Lucio Feuillet) y una banda que comparte su alma. Cuando eso se siente, es una buena señal.
Seguimos el día atestiguando la descarga de la banda de ska/reggae La Severa Matacera, que prendió a los fieles que fueron en número considerable a acompañarlos pero también contagió a los curiosos. Generaron ruedas de mosh dinámicas, tan bienvenidas en su expresión de baile colectivo como en su unidad de levantar a quien se cae. Merecían su espacio y lo aprovecharon de la mejor manera, armando su fiesta. Mencionaron la buena energía y la propagaron. Al escenario invitaron a Diana Osorio de la Burning Caravan, que sumó su acordeón en varias canciones y a Urpi Barco, que hizo lo mismo con su voz.
Nos hicimos presentes luego en el toque de una icónica presencia del son cubano y del bolero, diva del Buena Vista Social Club, como Omara Portuondo. Por las limitaciones de su edad (¡93 años!) y lo que representa, escuchar su voz y ver su sonrisa fue una fortuna. El conjunto que la acompaña suena espectacular, especialmente el piano contundente, y eso siempre suma. No es la primera vez que Cordillera rinde homenajes a mujeres enormes. Así lo hizo con Totó, la Momposina. Y eso se aplaude.
Y zarpamos entonces a buscar a La Maldita Vecindad, que dejó un concierto valioso más allá de la ausencia gigante de un integrante fundacional. De nuevo, las contradicciones aparecen... porque el fallecido Sax, una figura que desde el saxofón ultravirtuoso de calle (a veces desde dos saxofones al tiempo) marcó esa banda, encendió a Rock al Parque en 1997 y tatuó las memorias de miles, es irrepetible. Y aún así, sin él, sintiéndose su ausencia, las canciones como “Un Gran Circo” y “Pachuco” en la voz de siempre generan altas sensaciones, provocan movimientos. A escena invitaron a una comparsa del Carnaval de Negros y Blanco de Pasto que anduvo merodeando por el festival.
Seguía en el camino La Derecha, en un espectáculo que los vio tocar sus canciones en la carpa Cotopaxi, que también estuvo desbordada de público. La banda liderada por Mario Duarte se tomó unos minutos en encontrar la frecuencia con la gente, pero conectó al fin. Y dejó el dolor, y las sombras, y no estuvo tan lejos... La agrupación invitó a escena al guitarrista Alejandro Gómez-Cáceres, quien dejó huella no solo en Aterciopelados, también en Ciegossordomudos. Fue genial escuchar su guitarra.
Luego vino Molotov (que comentamos anteriormente) y, por último, en este circuito de un hombre que se quedó sin piernas, Babasónicos. Qué gran concierto dejaron los porteños. Si antes no los había considerado como una prioridad, esa fue mi absoluta pérdida. La banda argentina dejó mi memoria más interesante en este Cordillera. Porque se busca que un concierto satisfaga, que supere expectativas, que interese en lo visto, que deje ganas de más y que lleve al total agotamiento por cuenta de la música. Este cumplió con todas esas categorías. Hasta la dosis de arrogancia cariñosa que les fluye suma. Babasónicos y su concierto sucedieron cuando ya no había piernas, cuando ya dejábamos los últimos restos en esos terrenos, y produjeron, demandaron un extra.
Así pues, con el sonido de Fonseca de fondo, culminamos el circuito y volvimos a casa. Sin piernas, pero satisfechos por haber sido maravillados.
El evento en cifras
*Al cierre del tercer Festival Cordillera, la organización compartió su balance en cifras. Esto arroja. El evento fue récord en asistencia en 2024, con más de 75.000 asistentes. De estos, se calcula que 8.600 fueron visitantes internacionales y 20.250 turistas nacionales y excursionistas.
*El impacto del evento en la economía local se estima en más de 8 millones de dólares en ingresos por concepto de turismo.
*El festival ha sembrado a la fecha más de 37.000 árboles en la cordillera de los Andes, y mantiene su compromiso para ser un festival Residuo Cero.
*En esta edición aportó más de 2.100 millones de pesos en contribuciones parafiscales y benefició a 13 sectores económicos. Se estima que generó más de 52.000 empleos, tanto directos como indirectos.