Por Julio C. Oñate MartínezRodaba el año 1938, Emiliano Zuleta vivía en la Jagua del Pilar (La Guajira) y con unos cobres en el bolsillo se dirigió a Valledupar en compañía de dos amigos, con el fin de comprar un acordeón, pues andaba musicalmente desarmado y con el fuelle medio escaso. La travesía se realizaba a pie, vadeando el río Cesar en un punto conocido como Palmarito y de allí, por camino real, con destino final el Valle de los Santos Reyes.Caía la tarde y al pasar por Guacoche (corregimiento de Valledupar) escucharon un repiqueteo de caja en la distancia y con la natural curiosidad se acercaron hasta donde estaba el tropel. En la sala de una modesta vivienda un grupo de entusiastas bebedores parrandeaban con el acordeón de un músico guacochero que llamó poderosamente la atención de Emiliano. Cada vez que terminaba una pieza esta era celebrada con un trago y Emiliano con otros curiosos en la puerta de la casa veía pasar la botella del insinuante chirrinchi de la época y entrando en confianza con uno de los bebedores le hizo saber que el también tocaba acordeón. Le pidió a uno de los presentes que hablara con el músico para que le prestara el instrumento y así demostrarles a todos su rutina y sus cantos aún desconocidos en esa parte.Le recomendamos: El día que Gabo cantó ‘Elegía a Jaime Molina‘El fulano hizo la gestión y gentilmente el acordeonero le ofreció las dos hileras y sabiendo que estaba en corral ajeno Mile se fajó con uno de sus cantos disparando toda la artillería de pitos y bajos que allá en la Jagua ponían en jaque a los músicos de la comarca. El lucimiento fue aplaudido y de inmediato el primer trago de esa tanda se lo brindó a él. Era la época en que las parrandas provincianas el primer trago se le daba al acordeonero, el segundo al de la caja y el tercero al guacharaquero, sin importar que allí estuvieran el rico del pueblo o el anfitrión, inclusive el mismo alcalde. Era una norma inquebrantable, el primer trago era para el acordeonero.Esto molestó en extremo al guacochero al ver que aquel intruso le quitaba ese honor que a él le correspondía, si era su acordeón, la parranda la estaba mandando él en su casa, en su patio, y entonces de manera brusca le quitó el acordeón a Emiliano y lo ajiló de la parranda. Mile tomó aquello como efectos del trago, pronto se enteró de que el músico descortés era de apellido Morales y eso sí, con cierta picazón siguió su camino. Pensaba que al día siguiente cuando regresara del Valle con su acordeón nuevo podría desquitarse y pegarle una panga al tal Morales, a quien con el tiempo la gente bautizó como ‘Moralito’ por ser relativamente de baja estatura, lo cual contrastaba con su maestría en el acordeón y con su casta de auténtico juglar.Puede leer:Los amigos de Rafael EscalonaMile se quedó con las ganas ya que al pasar nuevamente por Guacoche no encontró rastro de la parranda pues esta era gente de campo y habían regresado a sus parcelas, inclusive el músico de los cardonales. Sus amigos se encargaron de regar allá en la Jagua la ofensa recibida y comenzaron una labor de hostigamiento para que él, con un canto de versos urticantes, ripostara la afrenta recibida y le hiciera saber al guacochero con quién se había metido. En adelante, cada vez que Emiliano parrandeaba en su región siempre improvisaba versos hirientes contra Morales. Los viajeros que los escuchaban se encargaban de contárselo a Lorenzo Miguel, quien, de igual forma, le enviaba con los lleva y trae versos de alto calibre. De esta forma comenzó la histórica piqueria entre este par de juglares que tanto brillo le han dado al folclor vallenato. La gota fría se convirtió en el más resonante canto vallenato, y su mensaje, que le ha dado la vuelta al mundo, deja saber con contundencia que cualquier problema se puede arreglar: “Me lleva él, o me lo llevo yo / Pa’que se acabe la vaina”.