El día empezó con una súplica para muchos de los que tenían entradas para el día final de Estéreo Picnic 2015. Los cielos de Bogotá mostraban su cara gris densa. Unas gotas después de mediodía prendieron las alarmas y alertaron a los vendedores de plásticos de 5.000 pesos. Pero solo fueron malos pensamientos. El clima en el norte de la capital fue un aliado para el cierre espectacular de una edición criticada por su cartel y sus precios… desde antes de que se tocara un acorde. Logísticamente, el que fuera el día más largo permitió espaciar la entrada, y no se sintieron congestiones. Mucha más gente llenó los prados que en los días anteriores porque el sábado, rey del fin de semana, invita. Las presentaciones que abrieron el día siguieron la premisa del festival, gozar o cumplir, las dos ojalá. Casi en su totalidad, los artistas lo dieron todo (quizás Kings of Leon no tiene más qué ofrecer). Pero la nota agria del día y del festival vino por cuenta del puertorriqueño Robi Draco Rosa. La escena estaba montada para un espectáculo memorable, con unas hermosas fotografías de apoyo visual, con un montaje de banda al estilo flamenco, que fluctuaba entre lo acústico y lo eléctrico. Teniendo en cuenta las luchas que este rockero vedette, purista -o sin aire en los 2600 metros- ha librado contra el cáncer, se puede entender su sensibilidad. Pero el desprecio es difícil de aceptar. Al finalizar la canción ‘Más y más’, unos 25 minutos después de haber empezado, Draco Rosa dijo al público que le resultaba irrespetuoso que la música electrónica de la tercera tarima violara su espacio. Afirmó que no tocaría la pieza siguiente, pues también era íntima y se echaría a perder. Pasó a un set más eléctrico (nada de malo en eso), pero acortó su presentación en mínimo quince minutos, dejando una sensación altamente agridulce. El tamaño del show que ejecutó, hasta que su purismo extremo privara a sus seguidores colombiano de más de su arte, daba para emocionarse.
El show de Draco Rosa quedó cortito por el enojo discutible del artista. El debate es: ¿tiene razón un artista si siente que no lo están respetando en un festival, porque alcanza a llegar audio de otra tarima? Y así tenga razón, ¿es justo que paguen quienes fueron a verlo por el ‘pecado invasivo-auditivo’ del que no tienen la culpa? Draco hizo pagar a justos por pecadores (y el pecado, para un festival, es comprensible). Por fortuna, de ahí en adelante, no hubo más que shows de alto voltaje, sabor, y explosión. Miami Horror estableció el ambiente y abrió la puerta para uno de los actos más esperados del festival. Calvin Harris, el artista que más venta de boletas motivó por su cuenta. El DJ británico convirtió el escenario principal en una catedral masiva del baile sostenido, y aprovechó para explotar su arsenal de megahits. Puso a moverse a miles, y sus visuales reforzaron la experiencia atrapante, densa y liberadora en cantos conocidos. Claro, es un DJ comercial, lanzó sus éxitos, pero los pegó con etapas del set europeamente denso, del que fomenta saltos. La Mala Rodríguez descargó su onda enérgica en un concierto que la mostró en su esplendor. Mostró su grandeza con las letras y con su manera de entregarlas, rápida, sentida, dolida, enojada, dependiendo del tema. La música le dio el tapete y sobre este ella dio un repaso… y dejó abierto el escenario carpa para la que sería una presentación suprema de Systema Solar. La dimensión de este grupo se entiende en vivo, donde el cuerpo entero de los bajos se puede sentir en todo su esplendor, algo que en su grabación, por más que mueva, se pierde. Un vez mas a un no creyente la música le devolvió la fe. Las voces estuvieron impecables, una ametralladora de sazón. Realmente impresionante. Con la forma de bailar del público todos perdieron una talla; quedó volando el ‘Botón del pantalón’. Lo triste de Systema Solar es que implicó un sacrificio al Show de Calamaro, que según fuentes allegadas se tocó ‘un conciertazo’ en el que se cantó ‘todo’. También quedó en la memoria de algunos asistentes cómo retó y mofó cándidamente al público por haber aplaudido tanto a Calvin Harris. Humor argentino, nunca cae mal, en especial después del agrio Puerto Rico. El cierre del festival estuvo a cargo de Deep Dish. Y no pudo ser mejor escogido el acto final. Una electrónica que hasta ahora no había aparecido en Estéreo Picnic, progresiva, constante en sus vibras, para mover el cuerpo en agites cortos y a ojos cerrados. Los DJ’s animaron al público por casi dos horas, su set estalló y la pirotecnia también se despidió de los asistentes. El momento fue mágico y se dejó escuchar una frase que debe retumbar a manera de cierre: “El Estéreo Picnic se volvió una obligación”. Sí, a pesar de los precios altos, a pesar del cartel que proponga, a pesar del parqueadero de 35.000, a pesar de la odisea que a veces es volver a casa, esta fiesta ha logrado garantizar una experiencia muy satisfactoria a sus asistentes. Que la lluvia no apareciera permitió a la gente gozarla de tres días consecutivos. Los artistas –casi todos- pusieron su granito de arena. Felicitaciones a la organización, que ofreció una fiesta impresionante. Es un evento masivo, siempre se puede mejorar. Por ahora. A recuperar el cuerpo, y esperar que la escena de festivales y de conciertos en el país siga creciendo. Estéreo Picnic, para quien ama la buena música, no a una banda o dos, ya es un evento obligado. La activación más valiosa, la social
Entre las actividades y activaciones de marca, vale destacar una carpa que trabajaba por la salud mental del público consumidor de sustancias. El grupo ATS (Acción Técnica Social) tuvo un merecido lugar con una carpa en la que llevó a cabo análisis de substancias. Testeó más de 130 muestras en los tres días, para permitirle a los consumidores tomar sus recaudos frente a qué consumen y cómo lo consumen. Si se considera que los paramédicos muchas veces no saben cómo lidiar con los síntomas complicados de las drogas, una asesoría especializada no cae nada mal. Como tema de salud pública, se avanzó en el festival por el hecho de tenerlos en cuenta e invitarlos a hacer parte. Aplausos para la organización y para ellos por el arduo trabajo. Ojo a sus cosas, a futuro… Vale recomendar a los asistentes, a futuro, tener mucho cuidado pues ya los carteristas han hecho del festival un lugar de trabajo. Usualmente trabajaban de dos, como parejas, bien vestidos, y de manos muy largas. También valdría la pena tratar de controlar a los proveedores de ‘guaro guaro guaro’ que, más que proveer un servicio, incomodan constantemente al público. Entre guaros guaros y carteristas, el ambiente puede ponerse más defensivo, en contra de la filosofía del festival. Pero soldado avisado no muere en guerra. Y esta lucha es una que vale la pena dar.