A mediados del año 2002, cuando el debut de la pianista y cantante Norah Jones se convirtió en uno de los discos más vendidos, se desató un debate sobre cómo clasificar su música. Aunque el álbum había sido publicado por el sello Blue Note (muy estimado por los amantes del jazz en los años setenta), la presencia de elementos de pop y de música country lo volvieron un problema. Incluso una veterana cantante de jazz sentó su posición en las páginas del periódico The Wall Street Journal: “No hay nada de malo en ese disco. Solo que no es ‘jazz’”. La historia tiene un epílogo. Al año siguiente Jones ganó varios premios Grammy y las ventas del disco aliviaron las finanzas de un sello que, de haberse quedado con una idea fija de lo que es o no es el jazz, se habría podido hundir.
La anécdota viene a colación, no solo para preparar la visita de Norah Jones a Bogotá, el próximo 2 de diciembre, sino por un detalle más inmediato: esta semana comienzan los ya tradicionales festivales de jazz en cinco ciudades de Colombia y un vistazo a la programación plantea inquietudes similares. Por fortuna estas discusiones sobre géneros en los festivales de jazz no son violentas, y al final sabemos que a estos eventos los respalda una curaduría cuidadosa. El primer nombre que salta a la vista es el de Caetano Veloso. Su presencia está programada en los festivales de jazz de Medellín y Barranquilla. No así en Bogotá, que lo presenta por fuera del circuito. ¿Es jazz lo que hace Veloso? La respuesta es no, aunque uno pudiera escudriñar en su discografía y encontrar ciertos detalles que no lo hacen ajeno del todo a ese género.
En la discografía de Caetano Veloso se pueden encontrar detalles que no lo hacen ajeno del todo al jazz. Un contemporáneo de Caetano, el genial Carlos Lyra, se hizo famoso por escribir una canción en la que observaba que todo estaba impregnado de jazz: “Mi samba se fue mezclando, se fue modernizando y se perdió … Mi samba cambió de repente por la influencia del ‘jazz’”. Pero aquella canción se burlaba irónicamente de los puristas de su tiempo. La música es dinámica; los géneros existen, entre otras cosas, para facilitar su clasificación y su venta. ¿Qué importa si un artista no obedece a todas las reglas de un estilo, si su obra tiene el potencial de enriquecernos profundamente?
Por lo demás, cada festival ha consolidado una identidad basándose en los gustos del público en cada ciudad: BarranquiJazz le apuesta al latin jazz y a los sonidos del Caribe, MedeJazz ha encontrado una alternativa programando salsa, PastoJazz invita artistas europeos gracias a un vínculo con las embajadas y Ajazzgo de Cali le apuesta al talento local joven (a propósito, fue un acierto programar en un mismo concierto a las bandas Sango Groove, Espiral 7 y Mambanegra, las tres mejores agrupaciones modernas de su ciudad).
Tom Diakité, algo más joven que en la actualidad, es uno de los músicos imperdibles. En tres ciudades se escuchará la música africana de Tom Diakité, quien toca un instrumento de arcaica dulzura llamado la kora. En otros rincones habrá cantantes cubanas que honran su legado de África: Daymé Arocena es única haciendo guaguancó y Aymée Nuviola viene apostándole desde hace años al son y al cha-cha-chá. Quizá el más purista de los festivales, en ese sentido, sea el capitalino Jazz al Parque, que este año traerá al legendario Ron Carter y rendirá homenaje a nuestro entrañable Edy Martínez.
Por fortuna estas discusiones sobre géneros en los festivales de jazz no son violentas (las peleas virtuales que se arman cada vez que se anuncia un cartel de Rock al parque son otra cosa), y al final sabemos que a estos eventos los respalda una curaduría cuidadosa. En la historia del arte, el avance está marcado por aquellos que se pasan de la raya. Una raya que, por cierto, siempre ha sido imaginaria.