En el arte existen dos tipos de realismo, explica Anthony Bond, curador de la exposición Francis Bacon: Five Decades. Uno ilustra la imagen; el otro, capta su sentido. Este último es el que le interesaba a Bacon.

Parado ante sus gigantescos trípticos de figuras contorsionadas o frente a sus retratos de rostros deformes, el espectador siente de una manera visceral la presencia de la obra y del objeto dibujado. Más que la mente del observador, es su cuerpo el que entiende las aterradoras formas de Bacon, que parecen lanzar gritos de espanto o hacer un descomunal esfuerzo por respirar una vez más.

En Francis Bacon, Revelations el historiador de arte Mark Stevens y la editora de arte Annalyn Swan arrancan su profundo estudio con una cita del crítico John Russell, quien afirma que lo que preocupa de las obras de Bacon no es su oscuridad, sino que sus vultuosas figuras son alegres, grotescas y carecen de arte. Sin embargo, atrapan la mirada del espectador y le permiten intuir lo que expresan, sin comprenderlo del todo.

La biografía aborda los muchos rostros que asumió el pintor en vida y explica cómo llegó a ser un fuera de serie.

La ambiciosa biografía de Stevens y Swan narra los detalles de la difícil infancia de Bacon, los excesos de su vida bohemia, las pasiones de sus amoríos homosexuales y la profundidad de su arte para explicarle al lector cómo Bacon se hizo a sí mismo un artista extraordinario, a pesar de no haber tenido mucha educación y de que no fue un gran dibujante.

Durante diez años la pareja norteamericana investigó la vida y la obra de Bacon, y escribió un libro lleno de citas de quienes conocieron al artista, de anécdotas a veces tan estrambóticas que parecen ficción, y de indicios de que el artista utilizó múltiples máscaras a lo largo de su vida y que supo perfeccionar el arte de ocultarse exhibiéndose.

El enfoque del escritor Max Porter en The Death of Francis Bacon es distinto, más poético. En palabras del autor, su libro es un “ensayo, un poema, una fantasía, un boceto para una cena; una obra de teatro de dos, un intento polifónico de traducción, una carta al más europeo de los artistas. Durante el primer encierro, me senté una mañana y pensé que quería intentar escribir sobre Bacon de una manera que reprodujera, o se acercara, a la complejidad, a la repentina grandeza y a la espeluznante corporeidad de sus cuadros”.

Porter –amante de Bacon– se enfoca en los últimos días de vida del artista en un hospital en Madrid; alternando entre la primera y la tercera persona, escribe los pensamientos dispersos del moribundo. Para que las frases y las palabras tengan un efecto similar al de la pintura, estira el lenguaje y juega con él, tal como Bacon rasgaba y distorsionaba la forma de sus figuras.

En 2020, el tríptico que pintó inspirado en La Orestiada, de Esquilo, probó en las subastas que el atractivo de sus creaciones no ha disminuido. La obra se vendió por 85 millones de dólares. | Foto: 2020 Getty Images

El artista nació en 1909 y murió en 1992. Pasó su juventud en la campiña irlandesa –sus padres eran adinerados anglo-irlandeses–, pero como sufrió de fuertes ataques de asma desde pequeño, estuvo la mayor parte del tiempo en casa. Tuvo una mala relación con su padre, quien gustaba de la cacería y las discusiones. “Cuando pienso en mi infancia veo algo muy pesado y frío, como un bloque de hielo”, dijo Bacon.

A finales de los veinte, el artista cambió ese bloque de hielo por París y Berlín, para luego convertirse en una de las celebridades de Soho, el barrio bohemio de Londres. En ese escenario no solo era conocido por sus impactantes obras de arte –que golpean y acarician a la vez–, sino también por haber abucheado a la princesa Margarita en una fiesta cuando comenzaba a entonar una canción; por haber ganado tanta plata en un casino de Monte Carlo que pudo comprarse una villa, y por haberla gastado toda tras pocos días de fiesta continua. Se sabía de la pasión y la intrepidez con que vivía su homosexualidad, en una época en la que no estaba bien visto, y que había sido capaz de asistir a la gala de su exposición en el Grand Palais de París sabiendo que el cuerpo de su novio estaba tirado en el baño. George Dyer había muerto de sobredosis.

Se sabía de la pasión y la intrepidez con que vivía su homosexualidad, en una época en la que no estaba bien visto, y que había sido capaz de asistir a la gala de su exposición en el Grand Palais de París sabiendo que el cuerpo de su novio estaba tirado en el baño. George Dyer había muerto de sobredosis

Detrás de las deformadas figuras que representan a Dyer y a Bacon en el Tríptico agosto de 1972, hay tres marcos de puerta que dan a espacios de un negro tan impenetrable que produce una sensación de vacío. ¿Será que así es como Bacon entiende la muerte?, especula Anthony Bond.

Los grandes artistas no intentan expresarse. Tratan de atrapar los hechos porque están obsesionados con la vida. Bacon quería poner las cosas de la manera más directa y cruda posible

Stevens y Swan cuentan en el libro que al joven Bacon lo paralizaba la timidez, y que lo que le permitió hacer arte e inventar su particular realismo perturbador fue crear a Francis Bacon, “la figura dominante, el ‘gran original’ que siempre sabía que era el hombre más interesante del recinto”.

El artista vivía tan maravillado con la vida que se excedía en sus placeres e intentaba cristalizarla en su arte. “Creo que los grandes artistas no intentan expresarse. Tratan de atrapar los hechos porque están obsesionados con la vida”, aseguró. Su intención era “poner las cosas de la manera más directa y cruda posible”. Pintaba verdades, y, como hacía con su vida, intentaba dejarse llevar por el momento y que la obra saliera casi por accidente. Sus óleos debían ser “lo más fáctico posible, pero desbloqueando áreas de sensación distintas a la simple ilustración. ¿No es precisamente eso en lo que consiste todo arte?”, se preguntaba. Dicho de otro modo, Bacon desgarraba la piel artificial de las cosas, de la vida.

Como artista dio su salto a la fama en abril de 1945, poco después de terminada la guerra. En una galería de Londres exhibió una de sus obras más famosas: Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión (1944). Según los curadores del Tate Britain –la obra es hoy una de las joyas de su colección–, el público inmediatamente entendió la pieza como una respuesta brutalmente franca y horriblemente pesimista a la guerra.

Bacon y Lucian Freud fueron colegas y rivales artísticos, y se pintaron el uno al otro varias veces. Este es su reconocido Three Studies of Lucian Freud. En 2013 se vendió por 142,4 millones de dólares.

Años después, el artista explicó que cuando se pintan crucifijos se está trabajando sobre los propios sentimientos y sensaciones. En ese sentido son parecidas al autorretrato. La obra surge “de sentimientos muy privados sobre la vida y sobre el comportamiento humano”, dijo.

El interés de Bacon por la vida no solo lo llevó a vivirla y a pintarla; también le dio para filosofar sobre ella: “Nacemos y morimos, así son las cosas. Pero en el entretanto a través de nuestros impulsos le damos sentido a esta existencia sin propósito”.