Este viernes, el Museo de Brooklyn abrió las puertas de Frida Kahlo: Appearances Can Be Deceiving. La muestra reúne una selección de pinturas y dibujos de la artista mexicana, y también lleva por primera vez a Estados Unidos una amplia selección de sus objetos personales, fotografías y trajes típicos.

La exposición toma su nombre de Las apariencias engañan, obra en la cual un vestido en lápiz de color cubre sutilmente el cuerpo desnudo de la artista. Las heridas y prótesis que le dejó un terrible accidente sufrido en 1925, cuando apenas tenía 18 años, están trazadas en carboncillo, con más fuerza que el vestido traslúcido sobre ellas.

También forma parte de la muestra Autorretrato como tehuana, pieza popularmente conocida como Diego en mi mente. Kahlo pintó este óleo en 1940, poco después de divorciarse de Diego Rivera. De nuevo, en este caso la representación resulta un testimonio fiel de la experiencia que la artista estaba viviendo: además de lucir un pequeño retrato de Rivera en su frente, Frida lleva en este cuadro el traje típico de tehuana, que tanto gustaba al muralista mexicano y que ella adoptó como propio e inseparable de su imagen dentro y fuera del lienzo.

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En ambas piezas, Frida revela su intimidad y el espectador presencia su dolor, su turbulenta historia de amor en medio de las repetidas infidelidades de Diego, su búsqueda de identidad a través de la herencia indígena y sus férreas convicciones políticas. La suma de estos elementos da forma a un personaje con un poderoso efecto de recordación e identificación; tan vivo en la carga emotiva que transmiten sus cuadros como en la amplia explotación comercial de su imagen.

Trajes típicos, accesorios, prótesis y hasta esmalte de uñas hacen parte de la exposición. Fotos: Brooklyn Museum

Un ícono paradójico

Camisetas, mugs, billetes y campañas comerciales de Volvo, al igual que fundaciones feministas con su nombre, han llevado la exaltación del personaje a un extremo de saturación, que puede predisponer a algunos observadores ante su arte. Sin embargo, este fenómeno, que empezó a surgir desde la apertura de la Casa Azul en 1958 (cuatro años después de la muerte de Frida), solo tomó forma décadas más tarde, mucho después de su obra.

Camisetas, mugs, billetes y campañas comerciales de Volvo, al igual que fundaciones feministas con su nombre, han llevado la exaltación del personaje a un extremo de saturación.

Frida trabajó en un contexto predominantemente masculino, en el cual muralistas como David Alfaro Siqueiros y el propio Diego Rivera eran las más destacadas figuras del arte mexicano, y cuando las temáticas políticas y sociales atraían la atención internacional. Pero la obra intimista de Frida tomó distancia y entró en diálogo con las vanguardias europeas de la primera mitad del siglo XX. Disruptiva e incómoda, llamaba la atención por su excentricidad e ideas políticas, pero aún no tenía gran incidencia artística. El personaje de Frida cobró mayor fuerza en manos de una generación posterior y a la luz de otras lecturas.

En su libro Críticas de arte sobre Frida Kahlo, una comparación entre voces feministas y no feministas, Elizabeth Garber analiza los ensayos de varias autoras que, desde los años setenta, reconocieron en la obra de la pintora mexicana elementos de debate en torno a los intereses del movimiento. La ecofeminista Gloria Orenstein escribía en 1973 sobre la particular experiencia biológica de ser mujer que las obras de Kahlo evidenciaban con crudeza, en los cuadros alusivos al aborto y la frustración de la infertilidad. Y en 1977, Lucy Lippard reconocía la agudeza con la que estos retratos revelaban una sensibilidad intensamente femenina, muy distinta a la de los hombres.

Sin embargo, su imagen de ícono feminista resulta problemática para quienes ven en su romance con Diego Rivera una postura abnegada y sumisa ante la cual la pintura operaba como una válvula de escape.

Entre la estética y el fetiche

En cierta forma, al combinar piezas de arte con objetos personales, los curadores replican lo que la artista hacía al enfrentar el lienzo como si se tratara de un espejo interior. El texto curatorial lo dice directamente: “Los objetos arrojan nueva luz sobre la manera en que Kahlo configuró su apariencia y dio forma a su identidad pública y personal”. El riesgo radica en que ese reflejo parezca banal, al estar rodeado de accesorios que forman parte de la imagen, pero no de la esencia de su mirada íntima y compleja.

Esta curaduría híbrida, que conjuga obra pictórica y elementos biográficos, cobra mayor fuerza de la mano de una vida turbulenta y fascinante. Así ocurre tanto en el caso de Vincent van Gogh como en el de Frida Kahlo. No es gratuito que ambos hayan sido material fértil para guionistas de exitosas películas biográficas y protagonistas de exposiciones con acento fetichista. En 2016, la exposición On the Verge of Insanity (Al borde de la locura) presentó en el Museo Van Gogh de Ámsterdam el arma con la que el pintor supuestamente se suicidó. Junto a la controversial pieza estaban expuestas cartas y documentos que daban cuenta de sus tribulaciones y aportaban pistas para explicar su muerte.

Frida cobró fuerza en manos de otra generación y a la luz de otras lecturas. Foto: Brooklyn Museum.

Christian Padilla, curador de la muestra Un arte propio: convergencias entre México y Colombia, coincide en que tanto Van Gogh como Kahlo son personajes apasionantes y que no es posible dimensionar sus obras al margen de sus vidas. Sin embargo, considera un poco extremo que hayan incluido ciertos objetos en la exposición de Frida, como los esmaltes marca Revlon, uno de los patrocinadores de la muestra. “Construir íconos a partir de objetos es más cercano a la religión que al arte. Las reliquias cumplen la función de probar materialmente la existencia de los santos. En el caso de Frida, los trajes típicos, que dialogan con su identidad mestiza, o las prótesis que ponen en contacto con su dolor físico guardan una relación esencial con su obra. Pero el esmalte está más cerca de ser solo una reliquia”, afirma.

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En la obra de Frida y en el manejo de su imagen hay algo cercano al performance y otro tanto de selfi atormentada. Quizá eso convierte a una exposición como esta en algo tan afín con tendencias vigentes, como el culto a la celebridad, la reproducción de la imagen y cierta dosis de fetichismo.