Que el Museo de Arte Moderno de Bogotá pueda realizar este año la sexta edición de la Gala Mambo es una especie de milagro. De pronto no casi sino un milagro. Estas no son otra cosa que una forma de vestir de fiesta una manera de buscar recursos para intentar ayudar a la supervivencia de entidades culturales que, por su naturaleza privada, son, a la hora de la verdad, organizaciones mendicantes que dependen de los aportes del sector privado y, desde luego, del presupuesto oficial para la cultura. Aportes que nunca son suficientes.
El de Arte Moderno de Bogotá no es, desde luego, la excepción a la regla.
Así ha sido desde hace 61 años, cuando lo fundó Marta Traba; así lo denunció en miles de oportunidades Gloria Zea. Lo mismo hizo Claudia Hakim cuando lo dirigió entre 2016 y 2023, mismo problema que afronta ahora su sucesora, Martha Ortiz.
Artífice de las seis galas, Ángela Royo, su presidenta ejecutiva y presidenta de la junta directiva del museo, conoce bien la complejidad de organizar un evento que, sobre el papel, es una fiesta que por definición debe ser espectacular: alfombra roja, una gran cena, un baile y un tema, que este año es “El quinto elemento”. “Somos afortunados de poder contribuir a hacer una diferencia, de ser parte de este evento. Con esta Gala, estamos haciendo posible la permanencia del Museo de todos y para todos”, declaró Royo.
En realidad, la Gala encierra algo más importante y de fondo: una subasta que mide la temperatura de las artes plásticas en el país y la generosidad de los asistentes. Además, el reconocimiento a personalidades cuyo protagonismo cultural no debería pasar inadvertido.
Hasta la fecha, han recibido el galardón Lilly Scarpetta. Andrés Uribe Crane, José Alejandro Cortés, Elvira Cuervo de Jaramillo y Miguel Urrutia Montoya, todos ellos con méritos de sobra conocidos y reconocidos en el medio cultural.
Alonso Garcés, el galerista por definición
Paralelo al Premio Mambo a la Filantropía, durante la Gala 2023 se hizo un reconocimiento de excepción a Eduardo Serrano, que trajo al país los aires frescos de la curaduría, un oficio que, para decirlo en palabras sencillas, profesionalizó en Colombia la conceptualización y responsabilidad del día a día de las artes plásticas.
Este año, ese reconocimiento será para Alonso Garcés, fundador, con Azeneth Velásquez de la Galería Garcés Velásquez, hoy Galería Garcés. En el medio de la comercialización del arte, del buen arte, más que una figura destacada es de justicia decir que ha sido una personalidad imprescindible.
Hakim y Neme: filántropos X 2
Por primera vez, el Mambo abandona la tradición de reconocer los méritos individuales, por algo excepcional, un matrimonio: Claudia Hakim y Nayib Neme.
Durante las últimas décadas, la escultora Hakim y el arquitecto y empresario Neme han sido protagonistas del medio cultural.
Su relevancia se hizo evidente en Bogotá en 2013, cuando fundaron, qué casualidad, en la casa vecina a la Galería de Alonso Garcés, la Galería NC en el distrito cultural del Bosque Izquierdo, que trajo aires nuevos con exposiciones “sobre medidas”, determinadas por las imposiciones del espacio arquitectónico del lugar, una suerte de experiencia efímera con capacidad de perdurar en el tiempo. Las galerías vecinas, Garcés y NC, parecen complementarse.
Hakim, tras la renuncia de Gloria Zea a la dirección del Mambo, la sucedió. Su tarea allí fue titánica. Enfrentó y logró el saneamiento de las finanzas de la entidad; sin embargo, tuvo la inteligencia y la gallardía de entender que, si bien es cierto recibió una entidad casi haciendo aguas, también pudo entender que todo era producto de ese callejón sin salida que es la complicada supervivencia del Mambo. Su mayor mérito puede estribar en que la razón de ser del museo: proponer exposiciones, estas, durante su gestión consiguieron la difícil cohabitación de los artistas consagrados con las más audaces propuestas de la vanguardia y, algo no menos importante, hacer del Mambo un recinto educativo.
Neme logró instalar en el centro de gravedad de Bogotá, el cruce de la avenida Caracas con la avenida El Dorado, un edificio, Atrio, obra del británico Richard Rogers, un prisma invertido que, más que un edificio, es en sí una obra de arte y un ícono de la ciudad.
Ahora están al frente del que puede ser su máximo acto filantrópico: la construcción, como parte del Proyecto Atrio, de un centro cultural, también diseño de Rogers, que será un referente sin antecedentes, no en Bogotá sino en el país. Varias veces a la semana, juntos calzan las botas y los cascos para supervisar cada detalle de un edificio que ya los bogotanos empiezan a ver cómo se alza decidido y protagónico en ese centro de gravedad de la ciudad.
El nuevo centro cultural tiene atavismos formales con una de las obras maestras del arquitecto británico, el Centro Pompidou de París, que, en 1977, desafiante y hasta iconoclasta, cambió las reglas del juego de las tendencias de la arquitectura al servicio de las artes.
Si, como el Pompidou, el Centro de las Artes de Atrio cambia las reglas del juego de la vida cultural de Bogotá, los méritos para que Hakim y Neme reciban el Premio Mambo a la Filantropía el próximo sábado 21 de septiembre, son de sobra merecidos.