El reconocido periodista Rafael Poveda ha contado todo tipo de historias a lo largo de su carrera. Sin embargo, ninguna lo ha marcado tanto como la que reconstruyó sobre uno de los asesinos en serie más sanguinarios de Colombia: Luis Alfredo Garavito, el hombre detrás de la muerte de más de 200 niños en los años 90.
La historia de su largo encuentro con el asesino conocido como La Bestia o El Monstruo de Génova, y que se prolongó por más de 20 horas en la cárcel La Tramacúa, de Valledupar, ocurrió así: Kevin Pinzón, uno de los periodistas de su programa Testigo Directo, estuvo buscando a Garavito por varios meses. “Nunca supimos porqué Garavito accedió a darle esa entrevista a él y no a los cientos de periodistas que también la buscaron. En enero de 2020, Kevin me llama y me dice: ‘Tenemos a Garavito”, relata Poveda.
Desde ese momento, dice, “sentí que ese material podía convertirse en un libro”. El proyecto creció y en la próxima Feria Internacional del Libro de Bogotá, FILBo, Rafael Poveda y su sello editorial Testigo Directo presentarán dos libros, en géneros diferentes, que recogen la valiosa información obtenida en tantas horas de entrevista e investigación: Tras la sombra de Garavito, una crónica novelada escrita por Cristian Valencia; y una novela de Xiomara Barrera, El reflejo de la bestia.
Según Poveda, el propósito era mostrar “qué fue lo que hizo realmente Luis Alfredo Garavito, un hombre que mató más de 210 niños, que destruyó hogares, que mató mamás en vida. Hay gente joven que no sabe el monstruo que es; la estela de muerte que dejó en 14 departamentos”.
SEMANA: ¿Qué elementos de ese encuentro con Garavito lo sorprendieron?
Rafael Poveda (R.P.): Que es una persona que te puede convencer fácilmente, es un culebrero. Por eso fue que se acercó tan fácil a los niños y se dedicó a las ventas, por su poder de convencimiento. Es una persona capaz de vender agua bendita supuestamente traída de Jerusalén, un embaucador. Decía que veía a un niño y comenzaba a acecharlo, como si saliera de caza. También nos impresionó su memoria fotográfica. Nos mostró mapas de dónde él dejó a niños que nunca se encontraron, se acordaba de curvas, árboles, casas, parques. Ahora bien, no queríamos revictimizar a las víctimas, no queríamos que nos narrara detalles de todo lo que les hizo a esos niños. No queríamos una apología del delito.
SEMANA: ¿En algún momento Garavito intentó justificar sus crímenes?
(R.P.): De alguna forma, sí. Decía que cuando comenzaba a tomar, sentía en su interior una voz que le pedía que se llevara a un niño. Como que se transformaba y, según él, comenzaba a escuchar voces diabólicas. En algún momento le preguntamos la razón de sus crímenes y nos confesó que él en Bogotá participaba en actos de sacrificio de niños. Contaba que en esa época estaba metido en sectas satánicas. También nos contó que él fue violado por un amigo de su papá que tenía una farmacia.
SEMANA: ¿Usted percibió a un hombre enfermo mentalmente? Porque eso es lo que siempre se ha debatido frente a la figura de Garavito.
(R.P.): La verdad, no. Yo entrevisté a un hombre centrado, de ninguna manera enfermo. Es una persona clara, enfocada, coherente. Hablaba con elocuencia, miraba a los ojos. Tan normal que a veces se ponía furioso por las preguntas que le hacíamos. Yo le decía que no estábamos allí de relacionistas públicos. Él trataba de confundirnos y sentíamos que buscaba limpiar su nombre con el tema de que se ha acercado a Dios y a la Biblia. Era astuto en ese sentido. Él tenía en ese momento una verruga en el ojo izquierdo, cancerígena, por lo que el ojo estaba casi cerrado. Ahora lo tiene completamente cerrado. Y además de esa verruga tiene leucemia.
SEMANA: En algún momento del libro se insinúa que Garavito parece tener un pacto con el diablo. ¿De dónde sale esa idea?
(R.P.): Es algo curioso, hablando con los enfermeros de La Tramacúa, nos decían que a veces sentían que Garavito estaba a punto de morir. Y al otro día el tipo lucía como un roble. Le atribuían eso a una especie de poder del diablo. Él estuvo internado en una clínica y nosotros estuvimos allá y creíamos que se iba a morir. Y a los días, salía bien. Era extraño, como si el diablo lo reviviera. Cuando nos dieron la autorización de entrevistarlo, el director del Inpec me dijo: “Tiene que entrevistarlo rápido porque se va a morir”. A las dos semanas lo estábamos entrevistando y sigue vivo, como si nada.
SEMANA: Usted cuenta que él les mostró mapas de la ubicación de varias de esas víctimas que las autoridades nunca hallaron. ¿Por qué cree que no los hallaron las autoridades?
(R.P.): Por ejemplo en Pereira, en Nacedero, donde él dejó muchas víctimas. Las iba dejando y nadie parecía darse cuenta. Solo mucho después aparecían los gallinazos en el lugar. Era como si hubiera una complicidad diabólica que hacía que esos niños, que realmente no estaban en un lugar lejano, sino en medio de la ciudad, no aparecían rápidamente. Nadie los veía, nadie los olía, no llegaban los gallinazos.
SEMANA: ¿Cómo lo afectó a usted, como padre de familia, este encuentro con el mayor asesino de niños en Colombia?
(R.P.): Fue absolutamente agotador. Pasé un par de noches en el hotel, llorando. Porque en esa época mi hijo Martín tenía 10 años, más o menos la edad de las víctimas de Garavito. Y uno que ha visto la inocencia de un niño en los ojos le cuesta entender que alguien se aproveche de eso para hacerle daño. Entrevistar a alguien así es recibir una energía muy pesada; al finalizar cada entrevista uno quedaba agotado, aburrido.
SEMANA: En libro dice que entrevistar a Garavito es como montarse en una montaña rusa, la más vertiginosa de todas…
R.P.: Antes de llegar a las entrevistas con un personaje así uno va lleno de notas. Detalles de lo que has investigado para formular las preguntas. Pero, una vez comienzas a entrevistarlo, y sin que te des cuenta, te vas metiendo en una montaña rusa con lo que él va contando. Cualquier apunte se quedaba corto frente al tamaño y la frialdad de sus confesiones.
SEMANA: ¿Cómo entender que una persona se haya dedicado a matar niños frente a los ojos de las autoridades?
R.P.: Es que estos crímenes sucedieron en una época en la que el país estaba ocupado resolviendo temas de narcotráfico, guerrilla, paramilitares. Violó a más de 200 niños y después mató a otros 200 niños más. Y todo eso en distintos lugares, mientras la torpeza de las autoridades no los llevaba a conectar unos crímenes con otros. ¡Y estaban frente a un asesino en serie! Nuestras autoridades no fueron eficientes. Por ejemplo, en el año 96, Garavito mató con gran sevicia a un niño en Tunja, a Ronald. Y lo identificaron rápidamente porque unos amiguitos de Ronald lo habían visto a él hablando con la víctima. Una turba lo iba a linchar en el hotel donde se estaba hospedando y la Policía llegó. Lo interrogaron y él lo negó todo. Pero nunca subieron a su habitación, donde bajo la cama tenía el cuchillo ensangrentado. Si lo hubieran hecho, este país se hubiera ahorrado otros 100 niños asesinados. Lo triste es que parece que los niños importan poco en Colombia.
SEMANA: Después de más de 20 horas frente a Garavito, cree que una persona nace mala o se vuelve mala...
R.P.: No sabría decirlo. Él siempre trató de justificar todo diciendo que ya se había entregado a Dios y estaba arrepentido. La última vez que fuimos, hace tres meses, lo abordé en un pasillo y le dije: “¿Sabes que tienes admiradores?” Y a él se le abrió el ojo derecho (el otro lo tiene completamente cerrado por la verruga) y mostró una sonrisa de orgullo. “Tengo una admiradora en Carolina del Norte y uno en España”, dijo orgulloso. Cuando ya nos sentamos en el set, con la cámara encendida, le pregunté exactamente lo mismo y dijo: “Eso no puede ser. Una persona que mató niños, como yo, no puede ser que me admiren”. Un cinismo absoluto.