Germaine Acogny recibió en junio el más importante reconocimiento de la danza que entrega la Bienal de Venecia. No necesitaba el premio, por décadas ha sido una figura esencial en el panorama artístico y se la considera la madre de la danza afro contemporánea. Pero, como dice en esta entrevista, el premio le ratifica que África ya está en la conversación mundial, a la altura de cualquiera. Y eso vale mucho.

Una fuerza humana inspirada en la naturaleza antes que en otros bailarines, que cree fervientemente en el dar y el recibir, Acogny fue entrando en contacto con las altas esferas de la danza durante su formación y sus propias exploraciones en Francia; pero en su regreso al continente madre, a Senegal, en los años noventa, se terminó de encontrar. Y desde allá proyecta al mundo un arte irrepetible que multiplica, además, en su escuela de formación.

Germaine visitó Colombia en 2019 cuando compartió con bailarines del Chocó y de otras regiones, y guarda un poderoso recuerdo de ese viaje, en el que sintió que alimentó y se alimentó del orgullo del pueblo negro. En el marco de la vasta quinta edición de la Bienal de Danza de Cali (del 9 al 15 de noviembre), Acogny regresa no solo para enseñar y aprender de 30 bailarines caleños en una clase maestra el 15 de noviembre. También, para presentar su obra À un endroit du début (En algún lugar del inicio) el 14 de noviembre en el Teatro Jorge Isaacs. Hablamos con ella al respecto de la danza, de su motor inagotable.

SEMANA: Sigue moviendo al mundo a los 77 años. ¿Cómo mantiene esa energía?

Germaine Acogny: A la gente que me pregunta si me voy a retirar le menciono L’École des Sables (La Escuela de las Arenas), un lugar de formación para los bailarines de toda África y de su diáspora. Además, si me detengo, me pasa como a un auto en el garaje, me oxido. Necesito moverme. Para mí, la danza es la vida y continuaré mientras pueda. Tengo la gracia de Dios, de los ancestros y la mía, y me alegra seguir dándome placer a mí y a quienes así lo quieran.

SEMANA: Regresa al país, aquí estuvo en 2019. ¿Qué vio entonces y qué espera encontrar?

G.A.: Me fascinaría encontrar la mayor cantidad de comunidad negra bailando, y de todas las comunidades también. Recuerdo bien haber trabajado en la ciudad, en la montaña, en el mar y en la selva, con jóvenes bailarines negros. Hicimos una demostración del trabajo que hacemos y fue un tremendo éxito. Hombres, mujeres se tomaban fotos conmigo, decían que estaban orgullosos. Y se trata de volver a dar esta fuerza, esta energía, este orgullo negro de ser humanos. Me alegra la idea de volver a encontrar a esta comunidad y regresar a este maravilloso festival, donde habrá eventos e intercambios de conocimiento fantásticos.

Germaine Acogny. | Foto: Stand Mandef

SEMANA: Háblenos de ‘En algún lugar del inicio’, la obra que presentará.

G.A.: Viene de un libro que escribió mi padre y nunca se editó. Trabajé la adaptación con un director joven, Mikaël Serre, quien me ayudó a comprender el espíritu y la energía de mi padre. En su texto, él habla de su vida durante la colonización, de su madre, que era una sacerdotisa vudú y le decía que no debía convertirse ni a la religión musulmana ni a la católica, porque el vudú daba todo y lo daba desde antes: los ancestros, la protección (tal como los escapularios, medallas y los crucifijos). Las otras religiones no ofrecían nada nuevo. La obra también toca problemas de mujeres (me casé, me divorcié...), hablo de la poligamia, de la vida política, de lo que sentimos, y, sobre todo, de la relación entre Iglesia y animismo (la creencia que atribuye vida, intencionalidad, voluntad o sentimientos parecidos a los del hombre a los objetos de la naturaleza).

SEMANA: Menciona esa puja entre el vudú ancestral negándose a ser borrado por lo que se impone...

G.A.: Mi padre vivía en una tremenda contradicción. En el vudú la serpiente pitón es el espíritu, es el fetiche venerado, mientras que en la Iglesia católica hizo estragos con Adán y Eva en su expulsión del paraíso.

Mi padre vivía en una tremenda contradicción. En el vudú la serpiente pitón es el espíritu, es el fetiche venerado, mientras que en la Iglesia católica hizo estragos con Adán y Eva en su expulsión del paraíso.

SEMANA: ¿Qué danzas le hicieron pensar que lo haría toda la vida?

G.A.: Como todas las niñas africanas, bailaba. En el recreo bailaba un poco, y yo veía a los árboles que bailaban, y me decían la loca, porque proponía eso, bailar como un árbol. Y luego sí vinieron a verme, quizás porque bailaba de una manera especial. Además estaba predestinada a la danza por mi abuela, como ya mencioné, una sacerdotisa vudú para quien la danza en su vida era capital.

Germaine Acogny. | Foto: Stand Mandef

SEMANA: África es música, escuchamos tradiciones de madres que van a la selva a buscar la canción de sus hijos...

G.A.: Todas las madres les cantan a sus hijos, siempre, y, cuando están embarazadas, a veces, bailan y cantan... Pero, sí, la música y el ritmo son indivisibles de África. El ritmo es importante para el corazón y el cuerpo. Todo es ritmo, la vida tiene ritmo, el día tiene ritmo.

SEMANA: ¿L’École des Sables ha cambiado su manera de ver la danza o es una proyección de como la ha visto siempre?

G.A.: El presidente Senghor vio mi trabajo y me presentó a Maurice Béjart, y él vio algo nuevo, especial, y así creamos la primera escuela panafricana, Mudra Afrique. Para mí, la danza es un trabajo que nos permite evolucionar, una profesión como la de médico, filósofo, profesor. La escuela les ayuda a estos bailarines a afrontar sus esperanzas de danza, a vivir de su arte.

Como dice Albert Camus, sin diálogo no hay vida, y es ese diálogo de civilizaciones, es ese dar y recibir el que iguala. Y las danzas africanas también se dialogan. El León de Oro de Danza pone a África en el corazón de las artes y de la danza, al nivel del mundo entero.

SEMANA: Viene de recibir el León de Oro de la Danza en Venecia. ¿Qué le representa?

G.A.: Es poner a África en el diálogo de las civilizaciones. Como dice Albert Camus, sin diálogo no hay vida, y es ese diálogo de civilizaciones, es ese dar y recibir el que iguala. Y las danzas africanas también se dialogan. El premio pone a África en el corazón de las artes y de la danza, al nivel del mundo entero. Y, mira, con un grupo de 33 bailarines de 14 países de África montamos Le sacre du printemps, de Pina Bausch (ícono de la danza), y venimos de concluir una gira magistral que pasó por Madrid, Copenhague, por países como Luxemburgo y Austria. En este momento, musicalmente, técnicamente y energéticamente, los bailarines interpretaron esta obra magistral a la mayor altura. Fue un éxito increíble y continuará.

Germaine Acogny. | Foto: Stand Mandef

SEMANA: Benín logró de Alemania una devolución parcial de su patrimonio. ¿Se siente fuerte la voz africana estos días?

G.A.: Es un momento extraordinario, 26 obras de Benín (donde nací) fueron devueltas. Es entender que podemos encargarnos de nuestras obras, es importante compartir ese patrimonio desde nuestra tierra.

La naturaleza me inspira. Mi técnica de danza se inspira en ella, y entre mis movimientos está el nenúfar, la estrella de mar, el baobab, la ceiba... Observando los seres y las cosas me inspiro

SEMANA: ¿Qué bailarines la inspiraron?

G.A.: La naturaleza me inspira. Mi técnica de danza se inspira en ella, y entre mis movimientos está el nenúfar, la estrella de mar, el baobab, la ceiba... Observando los seres y las cosas me inspiro.

SEMANA: ¿Cambia el tiempo su relación con la música? ¿Cambia con la obra?

G.A.: Por ejemplo, en ‘En algún lugar del inicio’, tenemos toda la puesta en escena, el video, la música de Fabrice Bouillon, y es extraordinaria. Mikael Sërre fue como un director de orquesta que unió los elementos con gran precisión, y esa precisión me da la libertad de moverme, decir, bailar, sacar lo que siento con mi cuerpo y mis palabras, para tocar de la manera más profunda a los seres que me ven y escuchan.

SEMANA: Cuéntenos de su experiencia en tiempos de covid. ¿Siente algo de normalidad ya?

G.A.: Hay muerte, enfermedad, y nos obligó a detener un año y medio las giras, y toca tener cuidado en el contacto con la gente... Es muy difícil, pero debemos aprender a vivir con ello. Espero que pueda cambiar a la humanidad, pero me temo que el egoísmo sigue fuerte. El amor y el impulso de ayudarnos los unos a los otros serán claves en superar esta enfermedad. Y debemos también atender a la naturaleza, ya que el mundo se reúne estos días a hablar de esa naturaleza que está enferma. Espero que podamos llegar a curarla con la voluntad necesaria, es el futuro de los niños.

Germaine Acogny. | Foto: Stand Mandef

SEMANA: ¿Cómo ilustra el poder transformador de la danza?

G.A.: La danza es muy poderosa para cambiar el espíritu de las personas si se practica en la dirección correcta. Y, socialmente, se baila para conocerse, gozar juntos, reír juntos, tocarse, un hecho que te quita las toxinas del cuerpo. Este hecho, la transpiración, transforma. Creo que todos los días antes de ir a trabajar se debería bailar, en jardines, en las calles, para limpiar todo lo que necesita limpiarse en el cuerpo.

SEMANA: Se conmemoran 170 años de la abolición de la esclavitud en Colombia. ¿Qué tanto queda por hacer para eliminar sus vestigios en la sociedad moderna?

G.A.: Queda demasiado por hacer, el racismo y la segregación social siguen fuertes. Hay leyes de abolición, pero los esfuerzos personales son necesarios, de cada quien, al nivel que pueda, para abolir el verdadero racismo, el que viene de lo más profundo, el que niega al otro desde el punto de vista social, de trabajo, humano. Mucho se ha avanzado, pero lastimosamente mucho se debe hacer todavía. Y creo que la danza puede ayudar en esa misión.