Germán Darío Pérez recuerda bien las tardes en las que sus manos pequeñas tartamudeaban sobre el piano de su abuela Arcelia, en Bogotá. Un piano vertical, alemán y con candelabros. Era solo un niño, dice ahora. Se sentaba frente al viejo instrumento y al tiempo que practicaba las lecciones de música clásica que recibía desde los 4 años, se las ingeniaba para crear sus propios sonidos.
Lo cuenta convertido ya en uno de los más excelsos compositores del país, razón por la que muchos se refieren a él como el Piazzolla de la música colombiana. Es que quienes frecuentan el Festival Mono Núñez se han acostumbrado a verlo ganar durante las últimas dos décadas con sus bambucos y pasillos, varios de los cuales se han escuchado en escenarios internacionales como el Carnegie Hall de New York y el Southbank Centre de Londres.
El más reciente galardón llegó de la mano de Ruth, vee, una emotiva composición que nació del amor profundo de Germán hacia su maestra de toda la vida, Ruth Marulanda, una vallecaucana a quien su larga vida en la capital del país no ha domado su acento valluno pronunciado. Una mujer que lo enamoró de la música colombiana desde que Germán, con escasos 8 años, llegó hasta las puertas del Centro de Orientación Musical Francisco y Mauricio Cristancho, convencido ya desde entonces de que dedicaría su vida al piano.
Sería la propia Ruth la primera en escuchar la canción dedicada en su honor, que este 2024 se quedó con el premio a la mejor obra inédita, en la modalidad instrumental de la edición número 50 del Festival Mono Núñez, el escenario más importante de la música colombiana, que cada año hace sonar sus guitarras y tiples en Ginebra, Valle.
“Ella tiene toda la formación clásica, estudió en un conservatorio. Después, piano clásico en Viena. Pero tiene también mucho contacto con la música colombiana e impuso un estilo para interpretar el piano andino colombiano, muy alegre y con una mano izquierda con un alto grado de dificultad”, relata con admiración Germán.
Junto a Ruth, dice el músico bogotano, “aprendería a conocer la música colombiana de otro modo”, pues hasta entonces todo lo que sabía se lo debía a la fuerte influencia de la familia de su madre, Raquel Salazar, oriunda de Pensilvania, Caldas. “Todos eran muy musicales, mis tíos, mis primos, todos tocaban el tiple, el piano; en las fiestas siempre se escuchaban bambucos. Ese fue el privilegiado ambiente musical en el que crecí”.
Ruth convertiría esa pasión inicial en vocación. “Gracias a ella conocí las primeras partituras de nuestra música. Me enseñó a leerla y escribirla, lo teórico de la música andina, que era algo que yo hacía solo de manera intuitiva”, cuenta el pianista en SEMANA.
Fue también por esos años que Germán descubrió su talento para componer. La ‘culpa’ es de una de sus hermanas, que con una vieja grabadora en mano, lo retó a improvisar una canción de su propia inspiración. “Yo improvisé cualquier cosa, y por su puesto sonó a música colombiana, como un pasillo, tal vez, que era lo que había escuchado siempre de manos de mis tíos. Tendría unos diez años. Después de eso, todos los días me levantaba con ganas de crear algo. Con los años desarrollé mucho más esa habilidad y luego fui el único de la familia que se atrevió a convertirse en músico profesional”, cuenta.
Germán ingresó primero al Conservatorio de Música Universidad Nacional, donde cursó estudios de piano entre 1982 y 1996. Y con los años se graduó con honores en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, de la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB), como Maestro en Artes Musicales con énfasis en composición.
Dueño de una obra aplaudida en la academia y escenarios internacionales, varias de sus composiciones son interpretadas por solistas y ensambles en Colombia y el exterior, en países como Francia, Holanda, Suiza, Bélgica, Alemania, Italia, Argentina y Brasil.
Una de las más conocidas es Ancestro, un bambuco que compuso en 1988 y que ese mismo año se quedó con el premio de Mejor Obra Inédita Instrumental en el Festival Mono Núñez y que hasta hoy sigue siendo una de las obras consentidas del autor.
Germán lo reconoce con modestia y sabe bien que la búsqueda de un sonido propio, su propio lenguaje, para algunos disruptivo, le ha valido la incomprensión de los puristas que no ven con ojos benévolos sus deseos de ‘modernizar’ los sonidos de la música tradicional colombiana.
“Hay gente que extraña los bambucos tradicionales. Y dice: ‘ahora este señor está pisoteando la tradición’. Y puede que haya hecho cosas muy innovadoras y salidas del contexto tradicional, pero hace parte de la evolución de la música. No se puede innovar sin conocer la tradición y yo la he amasado por muchos. Un árbol puede ser muy alto, pero si no tiene raíz se cae”, dice Germán, que ha marcado a varias generaciones con álbumes como Trío Nueva Colombia, ‘El arte de la memoria, Pasión, Germán Darío Pérez S., 5 obras de cámara y Mi Camino, Trío Nueva Colombia, 30 años.
Para este músico, admirador de la música de Rachmaninov, Chopin y de Bach, “por encima de todo”, hay esperanza de que la música colombiana siga viva: “Me alegra ver, cuando uno va a los festivales, a gente muy joven haciendo esta música. Muchachos entre los 18 y los 25 años. El reto es que el 90 del público son personas mayores de 60 años”.
Pero siempre habrá alguien dispuesto a escuchar un buen bambuco, reconoce el pianista. Como los que interpreta junto a su hija, Sofía, a quien le compuso el pasillo Seré papá, y quien en medio de sus estudios de economía ha sacado tiempo tocar en el ‘Mono’ con su papá. También se animó su hijo menor, Santiago, que estudia bajo eléctrico. Germán, feliz, sabe que la razón es una sola: “La música colombiana es hecha con el corazón”.