“Gracias por una noche putamente increíble para nosotros, Colombia, en esta primera vez que tocamos aquí para ustedes. Esperamos que lo hayan pasado muy bien. ¡Gracias!”, exclamo el guitarrista y vocalista Joe Duplantier justo al cierre de la primera parte de su concierto en Bogotá. Porque Gojira sí juega al Encore; se despide solo para regresar con fuerza y ahí sí devolver a su público a la casa sumido en una calma pasmosa nacida de la satisfacción.
Y cuando acaban, lo dicen, “Esto ya fue todo”. No hay lugar a dudas, y nadie pide otra porque en esas dos horas se reconoce la destreza técnica y la fuerza física que les exige a estos cuatro músicos tocar esta música tan pesada como fluida en sus botes y sus flujos rítmicos (especialmente a su baterista).
Tal y como lo predijimos en estas páginas, en una memorable noche Gojira tocó un setlist que se enfocó especialmente en sus últimos cuatro trabajos. Entonces, así como se entregó con contundencia en ciudades como Buenos Aires y Santiago, donde vendió rápidamente toda la boletería, también lo hizo en Bogotá, donde no lo hizo. ¿Importa? En la era del sold out aquí y sold out allá, podría considerarse que esta noche quedó incompleta por ese detalle. Nada más lejos de la realidad. Quienes cumplieron la cita no pudieron haberlo disfrutado más.
Era domingo, y eso pudo haber espantado a uno que otro, pero los adeptos al metal de esta calidad no suelen discriminar en el calendario, especialmente cuando se trata de una experiencia religiosa que habla del ser humano, de su preocupante desprecio por el medio ambiente, de sus legados ancestrales por recuperar.
Pero esto es Colombia. Aquí el nicho golpea fuerte para bandas que no son estratosféricamente famosas como Metallica o Kiss. Entre varios casos, aquí se canceló un concierto de Nine Inch Nails y se le hizo el feo a Prophets of Rage, con un guitarrista único como Tom Morello. En ese orden de ideas, a una banda francesa radicada en Estados Unidos que en el mundo despeluca audiencias pero aquí mueve aguja moderada, el que el concierto se haya realizado es algo que se debe agradecer. Ojalá y sus organizadores no pierdan la fe o el impulso de apostar por bandas tan admirables en su música así no sean sold out fijos.
Como suele suceder, tomó unas dos o tres canciones a los ingenieros llevar el sonido de la bestial Gojira a su punto óptimo, pero llegaron y esto no significó que se empezara flojo (cosa que a veces se da). Desde la entrada, ese genio geométrico que es Mario Duplantier lideró la carga desde su batería mientras toda la banda se sumergió en un tribal amor a su público. Y sí fue maravilloso ver a este señor tocar, sentir el pulso de sus rápidos pero no avasalladores golpes de bombo en el pecho, sus matices en los platillos crash y splash; los grandes golpes y los pequeños. Todo de la mano de la sección de guitarristas Joe Duplantier y Christian Andreu y de su bajista Jean-Michel Labadie.
Así fue que la bestia rugió. Y además de su entrega vocal y musical, que fue total, volearon al público cualquier cantidad de picks de guitarras y cualquier cantidad de baquetas de batería. Nunca había visto a nadie tocar la batería mientras, con ritmo, tomaba baquetas nuevas de su equipamiento y las lanzaba al público. Una máquina pesada del compartir con alegría.
Y cuando Joe se quejó de que la respuesta de la gente estaba por debajo de expectativas (que no lo estaba, pero que le sirvió para llevarnos a todos un paso más allá), el público lanzó dos niveles extra de decibeles, guardados y potentes para dejarle constancia de que en esta ciudad fueron abrazados y su música tiene eco. Joe también propuso un pogo como de esos de fiesta quinceañera, en la que se alejan todos para acercarse cuando la música estalla.
Y ahí no se quedó el asunto. Mario se sumó luego a ese esfuerzo de animador: pidió una respuesta de la gente y la recibió, para sacar un cartel que leía “Parce no se escucha un culo”; los seguidores tronaron y le hicieron sentir su apreciación agradeciendo su cálida gracia. A esto respondió con otro cartel que decía “Qué chimba”.
La noche y el Movistar Arena permitieron apreciar, además del sonido, todo el espectro que ofrece su show. Hubo visuales en pantalla que fluctuaron entre lo diciente y lo meramente atmosférico, tomando algunos elementos de sus videos y otros más sencillos efectivamente utilizados. Aquí hubo chorros de humo, hubo fuego, hubo haces de luz, hubo papeles que llovieron desde el techo. Entre la gente de platea, navegaron inflables de una orca y de otra bestia marina. La tribuna mostró sus luces y sumó su respuesta y algarabía. En general, la onda fue tranquilamente armónica. Esto, en parte, se debe a cómo es la banda, una que aborda los problemas pesadamente mientras abraza a la gente. Es una banda que en su pesadez también lanza piezas como “The Chant”, en las que pone a la gente a mover brazos de lado a lado.
Cada uno de los asistentes tiene sus favoritas. De este lado, elecciones personales como “Hold On” y una demencia increíblemente cortada como “Toxic Garbage Island” se destacaron. También aprecié el hecho de mezclar “Love” y “Remembrance” (vintage para su repertorio, o vingt-age, en el juego de palabras de franglish que propusieron) para elevarlas al lado de hits como “L’enfant sauvage”.
Sin embargo, “New Found” marcó para este escucha el momento glorioso. El regreso al escenario para arrancar su cierre con esa canción y luego desatar “Amazonia” selló un setlist confeccionado para mandar a la gente a la casa lista para una semana más en este planeta autodestructivo que desde la música se resiste a ese impulso y crea.
El sold out no importa, excepto para los organizadores que sí lo necesitan. Desde esta tribuna, y así no cuente para mucho, se les agradece.
Así fue su descarga en Bogotá.