TIENE LUGAR EN el Museo Nacional una exposición de grabados ejecutados en Cuba o que reproducen vistas de la isla, en la cual pueden apreciarse ejemplos que datan desde el siglo XVII hasta el presente. No obstante su modestia, la muestra permite comprobar que las estampas han tenido momentos de indiscutible interés en el desarrollo del arte cubano.La exposición comienza con un grabado que of rece una visión imaginaria de La Habana y con trabajos realizados por artistas viajeros, de Inglaterra y Francia, los cuales representan el puerto y las principales edificaciones de la capital en tallas dulces en algunos casos delicadamente iluminadas. No hay que olvidar que desde el siglo XVIII fue común que los impresores europeos encargaran dibujos (y después daguerrotipos) de lugares 'pintorescos' alrededor del mundo para trasladarlos a medios gráficos e ilustrar sobre sus características.Al igual que sucede con el grabado en otros países de América Latina, al llegar a los primeros trabajos realmente cubanos es decir hechos en la isla para cubanos y por cubanos -los grandes espacios exteriores se convierten, bien en áreas inventadas, o bien en pequeños ámbitos interiores sin ningún interés en la geografía del país. Es claro, sin embargo, que una imagen como la de Nuestra Señora de Cobadonga de Francisco Javier Báez, constituye un importante ejemplo de la libertad e imaginación con que los artistas del período colonial confrontaron la supuestamente inmodificable iconografía contrarreformista. Del siglo XIX se presentan grabados de temas de costumbres, a la manera de nuestro Torres Méndez, pero en el caso cubano elaborados todavía por viajeros europeos, quienes dan cuenta de la vida cotidiana con la visión un tanto sorprendida de los extranjeros. Un caso aparte constituyen las atractivas marquillas de tabaco, cuya ornamentación en sugestivos colores y repujados dorados es fiel reflejo del gusto popular y de sus fines primordialmente comerciales.En cuanto a los trabajos producidos en este siglo se encuentran imágenes de evidente creatividad como la exquisita mezcla de aguatinta y aguafuerte de Jorge Ravenet, dos trabajos característicos de la genialidad de Wifredo Lam y la xilografía curiosamente abstracta de Antonia Eiriz. Pero a pesar de la importancia del arte cubano más reciente ejemplificada en las obras de Belkis Ayón, Sandra Ramos y Angel Alfaro, el interés de la muestra va decayendo a medida que avanza cronológicamente, tal vez por la inclusión de obras menores o por la obviedad de su intención política.La exposición produce además inevitable nostalgia por la Bienal de Artes Gráficas de Cali puesto que numerosas obras coinciden con los argumentos que inspiraron su relazación, y también por aquel consigna latinoamericana los años 70 de hacer de la gráifica un arte de fácil acceso para el pueblo. (Un grabado de artista colombiano reconocido pasa fácilmente en la actualidad del millón de pesos).Estampas cubanas tres siglos en conclusión, es una muestra que al mismo tiempo que presenta trabajos espléndidos y plantea interrogante sobre la eficacia del graba como un medio proselitista, incluye unas cuantas obras sin mayor interés técnico, temático, estilístico o conceptual. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que el montaje en paneles de distintas alturas, un espacio lamentablemen distribuido y sobre fondos de distintos colores -que van del verde deco al amarillo pollito- no ayuda en nada al lucimiento de las obras.