Jericó es un mito; un pueblo que tuvo un grupo bohemio que se mantuvo desde 1860 y hasta 1995; un pueblo con 16 iglesias y una mujer que hacía milagros; un pueblo que tiene una novela con un nombre precioso —La tierra éramos nosotros—; un caserío trepado en una montaña que mira de lejos el impávido río Cauca arrastrando vida; un pueblo con una docena de museos y un puñado de poetas que se renuevan en cada generación. Le sugerimos: El Hay Festival: multinacional de la culturaEl Hay Festival, que por primera vez sale de sus márgenes en Colombia y llega a la provincia, empezó en Jericó este viernes 25 de enero en Jericó, pueblo del suroeste antioqueño, sobre los hombros de lo que ha sido una tradición cultural sólida e inadvertida. El parque del pueblo, con una gran pantalla, sillas y puestos de crispetas, estaba lleno de gente que quería ver la película Jericó, el infinito vuelo de los días, de la directora Catalina Mesa, la celebración a la lentitud, la tradición y las costumbres. Muchos vieron por primera vez las ventanas de madera y colores, las calles de adoquines y la gran iglesia de ladrillo en una pantalla gigante. El documental es una puesta en escena de varias mujeres —Cecilia, Manuela, Elvira, Celina, Rosa— que cuentan sus historias de amor, violencia, desencuentro, soledad, lecturas y fe a un confidente que nunca se ve —la mirada de Catalina, que sabe permanecer fuera de foco con la discreción del testigo—. Empezar el Hay Festival con la película era una confirmación de que este es un pueblo distinto, destinado a la contemplación. “Jericó es muy parecido a Gales, el pueblo de Gran Bretaña donde nació el Hay Festival. Aquí hay muchos museos, artistas, escultores, poetas, escritores. Aquí hay una clara vocación cultural, un lugar que tiene memoria y poesía”, dijo al final de la proyección David Escobar Arango, director de Comfama –gran aliado del Hay Festival en Antioquia–.Invitados como Héctor Abad Faciolince —cuyos ancestros son de Jericó—, Juan Gabriel Vásquez, Pilar Quintana, Santiago Gamboa, Horacio Benavídez, Alejandra Costamagna, Sabrina Duque, Jorge Orlando Melo y Matador, no han sido los únicos protagonistas de la conversación. Los habitantes de Jericó han estado tan atentos a la literatura y las ideas puestas sobre la mesa, como a una coyuntura que la programación del festival no incluye, pero que también transcurre en su sus espacios . Muchos quieren dejar claro que el pueblo no tiene otra vocación más allá de la cultural y la agrícola, pues desde hace varios años la multinacional AngloGold Ashanti está explorando el suelo para tramitar una licencia de explotación de metales. También puede interesarle De Gales a Jericó“Yo creo que mientras más se convierta Jericó en un pueblo cultural donde lo que se destaca es el paisaje, su limpieza y una gente a la que le gusta la música, los teatros y los museos, va a ser más difícil que la vocación cambie. La relación de Jericó con la literatura, por ejemplo, es por su belleza, es puramente estética. Mi papá decía que no había un cielo más azul que el de Jericó, puede que sea mentira, pero es la belleza. Aquí todo es tan cuidado porque se está rodeado de unas montañas tan lindas que uno quiere imitar la belleza de la literatura con el arte, con la arquitectura, en cierta dignidad de comportamiento. La belleza es lo que da ganas de hacer literatura con un sitio”, dijo Abad Faciolince. ¿Por qué el Hay Festival en un pueblo metido en las montañas de los andes? ¿Por qué un pueblo de poetas menores se mantiene pulcro y consciente de su propia historia? En las calles de Jericó este fin de semana está una respuesta: calles llenas de turistas y locales visitando museos, persiguiendo a los escritores para un autógrafo, para una foto; tanta gente que reconoce versos leídos al azar. Quizá, también, en la respuesta de Abad esté la clave: porque Jericó es bello, y lo bello es tan importante como lo útil.
Grandes y chicas se arreglaron para asistir a la cita. Foto: David Estrada Larrañeta