Una cosa fue imaginarlo, otra fue hablarlo antes de que sucediera y otra fue vivirlo en la Plaza de Bolívar.
En el aire, en el cierre del festival PazRock, la noche del viernes 12 de abril, se sintió una energía distinta a la que nunca antes se había sentido en ese icónico lugar, cargado de simbolismo, a la vez centro político y espacio de manifestación. No se trata del primer evento cultural que alberga la plaza, lejos de eso, porque décadas después aún se recuerdan memorables cierres del Festival Iberoamericano de Teatro y hay registro de muchos otros eventos. Pero, como lo que tuvo lugar ayer, nada había sucedido. Desde los años noventa, el rock había conquistado el Parque Simón Bolívar, se lo había apropiado, pero jamás esta plaza. Eso cambió.
Que una banda como La Pestilencia cerrara una jornada de músicas con una ráfaga de sus temas más importantes, en el contexto de lo que es Colombia y de sus males más inhumanamente latentes, fue históricamente poderoso. Porque estos cuatro músicos tocan (excelentes y potentes) canciones sobre muchos temas, pero ayer se enfocaron en los que más hondo calarían en esa primera vez, sobre conflicto, territorio, desplazamiento, desaparición forzada, secuestro, maltrato, reclutamiento infantil... Más de 30 años llevan hablando de esto. Por primera vez lo hicieron en ese espacio, que redefinieron, que se apropiaron. También incluyeron un par de canciones introspectivas y esenciales en el camino de la agrupación, como “Nada me obliga” y “Soñar despierto”.
“Bogotá, Colombia. La Pestilencia en el lugar de los hechos”. Con esas palabras Dilson Díaz saludó a los casi 40.000 asistentes, jóvenes en su gran mayoría. Antes de soltar su música y desatar los cientos de pogos que desataron, les pidió a todos estar pendientes del que estaba al lado; de levantar al que se cayera en el pogo. Aseguró que lo dejarían todo desde esa tarima para ese público. No mintió. ¡Vote por Dilson!
El momento no escapó a la gente, más allá de un disfrute pasajero. Las decenas de miles de personas (y las bandas también) eran conscientes de lo que sucedía, algo irrepetible, una primera vez. La gente cantó esas canciones a todo pulmón. Fuimos testigos.
Como nos lo había dicho Dilson de primera mano, la Plaza de Bolívar inspiró muchas de sus canciones. Y eso se lo recordó a la gente, a la que le agradeció haber impulsado un cambio desde las urnas, pero a la que también instó a controlar al Gobierno de turno, porque lo importante no es de qué partido viene sino qué tanto sirve. Eventos y personajes asociados directamente a ese poder (mal usado por generaciones) que desde ahí, a metros, se ejerce sobre el territorio nacional, lo pusieron a escribir letras. Y, por eso, marcando otra primera vez, Dilson Alberto Díaz Gómez se puso corbata. Y habló desde un atril, como tantos políticos lo han hecho. Solo para tumbar el atril y quitarse la corbata, y reafirmar así la resignificación que representa este rock contestatario sonando entre la Casa de Nariño y el Palacio de Justicia.
La lista de canciones, como lo había prometido, entregó temas urgentes. Abrió con “Soldado mutilado” siguió con “Sicario”, como para hacerse a una idea. Y soltó todos los temas que la gente podía haber coreado. Al menos así se sintió, porque todo lo coreó.
Es imposible no destacar a Dilson, quien es un tremendo líder y tremendo vocalista, lleno de carisma y del arte de la franqueza, pero no deja de ser hermoso sentir que La Pestilencia es una banda de cuatro fichas esenciales, todas en el tope de su juego. Porque la guitarra de Beto Marín, más allá de unos pequeños problemas de volumen al inicio, se probó imperiosa y sorprendió con la atmósfera que consiguió. En este concierto tuvo además un momento particularmente supersónico que puso a volar la plaza. Además de eso, Isabel Valencia en el bajo es una fuerza natural y, acorde con su energía, su instrumento suena increíble. Y se potencia además en la llave con la batería de Marcelo Gómez, dueño de los tambores y Dios del trueno.
Para cerrar este tramo de la crónica, vale apuntarle este triunfo de arte a quienes, desde Minculturas, hicieron posible este hito. Llevaron a la Peste a la Plaza De Bolívar. Siempre tendrán esa medalla.
PazRock, mucho más que Peste
El festival dio inicio en la temprana tarde, y logró muy cortos tiempos de espera entre conciertos gracias a una muy funcional tarima rotativa. Temprano se escucharon sonidos del Pacífico, con Verito Asprilla y Plu con Pla; luego vinieron los talentosos sonidos sucreños de Bullenrap, y vino entonces la aparición de La Muchacha Isabel y el Propio Junte. Según los testigos, fue impresionante. Y no sorprende, es una voz generacional, con canciones de un sentir potente, que del dolor y de la indignación ante las indiferencias que nos marcan como país hace arte que agita espíritus.
Vino luego una tanda de sonidos latinoamericanos, que cerró Panteón Rococó, con su vibrante marca de ska punk popular mexicano. Indudablemente, el grupo prendió el baile, pero así como hizo estallar al gozo, también propuso momentos de respirar profundo y hacer silencio. Sus vientos, un espectáculo; su concierto, tan enérgico y alegre como se esperaba.
Y vino entonces un oleaje de rock, que dio lugar a “50 sombras de pogo”, de varios tipos y diversas intensidades. Quizá, un lunar a trabajar, si se puede trabajar ante tan rápidos y numerosos cambios de bandas, fue la intensidad variable entre el sonido de las bandas.
Para iniciar la tanda de rock más pesado vino Gillman, de Venezuela, agrupación que compartió su power metal y sus muchas proclamas bolivarianas y contra el imperialismo. Más allá de su estilo y su mensaje, que puede o no gustar, su ejecución fue buena pero su sonido fue demasiado fuerte. Así se hable de rock, muy duro no necesariamente es algo bueno, no si pone en riesgo los tímpanos. Sus seguidores no repararán en ese hecho, y esperamos que ellos sí lo hayan disfrutado como querían.
Después de Gillman, que en honor a la verdad la tuvo difícil para prender la plaza después de Panteón Rococó (y quizá trató de compensar con volumen), vino la refrescante presentación de las “tres parceras” que se hacen llamar Las Póker. Estas tres mujeres, desde la batería, el bajo y la guitarra y voz, le devolvieron el espíritu a la noche. Prendieron el pogo masivo con su música pesada y el montón de actitud que derrocharon. Bogotá y sus mujeres fueron representadas maravillosa y pesadamente. En el show, sumaron además a una bailarina, actriz, a una personaja que interactuó con la música, con las integrantes de la banda (¡les sacó plata de los bolsillos!), con los mensajes de las canciones, e incluso con el público, al que lanzó varios frisbees “con regalo”. Gran concierto.
Asumió después A.N.I.M.A.L. de Argentina (Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar), agrupación muy querida en el país que dejó 40 minutos potentes, con gran sonido y un recorrido de sus varias etapas. Abrieron con “Sol”, cerraron con su cover de “Cop Killer”, y en el medio demostraron que son un trío al que 40 minutos le saben a poco, pero que hacen lo máximo del tiempo que tienen. El paso del tiempo y la edad los lleva a tocar algunas canciones en una nota más baja que la de los discos, pero suenan vigentes e imponentes. Con su propuesta, los argentinos desatan pogos, pero también muchos saltos y headbanging. Hay muchas grandes canciones y mucho groove.
De penúltimo plato, vino The Casualties desde Nueva York, con su punk puro y duro, de crestas elevadas, una naranja, otra roja. Fomentó en muchas etapas “las licuadoras” (los pogos), y con sus canciones las facilitó bastante. Y entonces, La Pestilencia hizo historia.
La Paz en acción
En un paso por el baño (somos seres humanos), ciertos trabajadores de logística nos contaron que en las entradas habían sorteado un par de momentos complejos. Grupos de punks trataron de forzar su entrada (porque lastimosamente en el forcejeo es que encuentran desfogue), y en ese proceso los agredieron, les escupieron. Y entonces vieron la necesidad de defenderse. “Aquí hay que aplicar a veces la supervivencia salvaje, esto puede ser una locura”, nos dijo uno de ellos. “Yo vine a ganarme unos billetes, no a estrellarle a nadie alambres en la cara”, sentenció. Más allá de estos episodios aislados, vimos entradas y salidas que fluyeron.
Viendo al público, que pogueó parejo toda la noche, cerrando con la intensidad que provocan los muchos himnos de La Pestilencia, solo pudimos detectar una pelea. Lo notable fue cómo, en medio de la totacera que surgió entre dos personajes, otro, más alto y más sereno, se les acercó y apagó el conflicto. Y entonces el pogo surgió de nuevo con su espíritu original, que no es de agredir al otro, sino desfogar tanta energía represada de la vida y sus oscilaciones.
Una catarsis irrepetible
Estas fueron las canciones que tocó esta banda rola de espíritu pero amplia en su concierto (el orden no fue propiamente este).
¿Qué sigue?
Esta ciudad metalera no se detiene, y ofrece este mes por lo menos otros 14 conciertos, que puede consultar en nuestra agenda de conciertos de un abril, más rockero que nunca.