En los libros encontró un lugar eterno, que habitó en la Tierra y en el que vivirá para siempre. Fue a través de ellos que dejó su huella, creando para sí mismo y para su sociedad, nuestra sociedad, una versión propia y maravillosa de academia personal, que no se guardó para sí mismo. Porque Felipe Ossa (Bogotá, 1944) compartió la sabiduría y la pasión que en él despertaron las páginas impresas de tiras cómicas, en un principio, y luego de un amplísimo espectro de textos (sin dejar de amar los cómics en ningún punto), con toda persona que tuviera curiosidad intelectual o simplemente buscara una experiencia de vida en la lectura. Y ese impacto de toda una vida se debe contar en cientos de miles de libros leídos en Colombia.
Nació en la capital, pasó por Buga y, en 1963, la vida lo puso en la bodega de una librería. De adolescente, llegó para cargar libros. Y cuando alguien preguntó por un libro, y el que respondió fue el chico de la bodega, ascendió al primer piso. Esto sucedió por cuenta de una curiosidad y un interés cultivado en él por su padre, Luis Ernesto. Animal de lecturas y poesía, traductor y políglota, Luis Ernesto alimentó culturalmente a Felipe con gran efectividad y afecto. Lo introdujo a las tiras cómicas y, como sabía que le fascinaban, por medio de ellas lo hacía feliz. En ese gesto, le dio a su hijo décadas de alegrías y una vida de libros como pocas personas pueden presumir (aunque quienes lo conocieron bien aseguran que Felipe Ossa fue todo menos presumido). De paso, le entregó al país una figura cultural inigualable.
De la bodega, entonces, el joven Felipe pasó al primer piso de la Librería Nacional en Cali. Y desde ahí, mientras leía a Rudyard Kipling, expandía los horizontes de su mundo e imaginación, y conocía los postulados de la Ilustración francesa, de Voltaire y Montesquieu, Rousseau, se proyectó hasta convertirse en un librero sin par en la historia del país, esencial en la expansión de esa librería, en la que trabajó más de 60 años.
Libreros en Colombia los hay muchos admirables, pero pocos fueron capaces de balancear como Felipe dos temas tan obvios como complicados en su oficio: una sensible selección de lecturas y una visión de mercado, que en un país de libros costosos, de altos precios de importación, es una odisea en sí misma. Pero Felipe reconocía que en este país hay que luchar contra el bajo interés por la lectura y el poco valor que se les da a los libros (mientras que para la rumba siempre hay plata). El apelativo de “decano de los libreros” le sienta perfectamente, porque, como nadie, hizo viable compartir con las masas la cultura impresa que tanto amaba, cuando todo parecía en contra (incluso esas masas).
Al respecto, Consuelo Gaitán, quien lo conoció hace unos 40 años, cuando ella misma navegaba el sueño de su librería, Biblos, lo considera un maestro y destaca su tremendo sentido del humor. Cuenta que Felipe “tuvo que vivir épocas en Colombia en las que no había una profusión del mundo editorial, épocas de mucha pobreza en la oferta. Él fue una de las personas que más impulso dio para que se generara este comercio de editoriales, no solo de las importadas, sino también colombianas. Y apostaba por los autores”.
Siguiendo los pasos de Felipe, a su propia manera, Gaitán ha trabajado toda su vida por la transformación a través de la lectura. Fundó Biblos, fue directora de la Biblioteca Nacional y de Biblored, y sigue reinventándose, ahora dirigiendo el espacio Ficciones Bar de Libros, un lugar donde sigue impulsando la pasión que compartió con Felipe. Hoy no parece, pero Gaitán destaca que “Felipe le apostó a un tema que, en principio, parecía utópico. La gente no cree que este país merece un buen nivel cultural. Siempre se habla de cosas que no son verdad, como que es un país de no lectores. Eso no es cierto”. Los índices de lectura más recientes así lo prueban. Colombia lee más y en algo tiene que ver la semilla de aquellos que, como Felipe, ampliaron el espectro y las posibilidades.
Felipe leía, leía mucho, dedicando casi un cuarto de cada día a la actividad que impulsaba su vida. Y leía de todo. Claro, porque su trabajo así lo pedía, pero también porque le fascinaba hacerlo y hablar de ello. Así conoció a uno de sus grandes amigos de los últimos 20 años, el abogado, catedrático, diplomático, historiador, escritor, editor, politólogo y economista agrícola colombiano Álvaro Tirado Mejía.
Más allá de una relación de comprador de libros y librero, más allá de una relación de autor y librería, la de ellos dos “fue una relación que se armó por tertulia”, cuenta Tirado. “A la librería iban varios amigos míos. Uno era Iván Duque Escobar, condiscípulo mío, padre de Iván Duque, expresidente, que también pasaba por allá. Yo iba mucho con Gabriel Jaime Arango, otro amigo, gran lector, y más personas. Y se fue estableciendo una minitertulia totalmente informal donde hablábamos de libros. Muy poquito de política, sobre todo de libros”. Sobre el espectro de lecturas que compartían, Tirado recuerda que a su amigo “le interesaban todos los temas, pero en unos hacía especial énfasis. Por ejemplo, le interesaba mucho la historia de Colombia y sobre ese tópico fueron muchas las veces que hablamos, de episodios, de personajes”.
Su hijo, Andrés Ossa, refuerza esta idea. En medio de su duelo, el tercer retoño de Felipe, el único hombre, el que sigue la tradición de los libros en el linaje, añade: “Hay quienes desayunan con arepas, envueltos y tamales. En la casa de mi padre se desayunaba con lecciones de historia. Era frecuente que en la mesa se escucharan a través de él las voces de Eric Hobsbawm, Will Durant, Heródoto, David Cannadine, François-René de Chateaubriand y Benito Pérez Galdós. Tan cotidianas como el pandebono eran sus clases de historia, que sin duda sus hijos todavía recordamos”.
Las memorias brotan al pensar sobre el amigo y el colega. Tirado lo destaca como alguien muy solidario con los autores colombianos, no solo con él, dispuesto a darles la vitrina para ampliar su alcance. Gaitán, por su parte, lo recuerda en las ferias, trabajando a la par de sus libreros, cargando cajas y llevando libros de un lado para otro, con una agilidad intelectual y física y un humor que la marcaron en sus años de formación. Para ella, Ossa definió un paradigma del librero que entiende que tiene que hacerlo todo.
Por supuesto, para Felipe los libros eran un asunto de cultura, pero afortunadamente, como señala Tirado, “tenía buen ojo para traer el libro que fuera del momento y que se pudiera promover. Si bien el negocio no era lo primordial, el criterio de Felipe fue muy importante para el crecimiento de la librería y para la difusión de los libros”. A su amigo, un intelectual con sentido práctico, Tirado lo recordará como ese gran librero “que se preocupaba porque los libros le llegaran a la gente; por conseguirle a uno el libro adecuado, y si no lo tenía, por buscárselo”.
Con el paso del tiempo no dejó de afinar su criterio y lo alimentó también del que le ofrecían amigos que respetaba. Esto se reflejaba en el boletín de novedades editoriales que enviaba a un grupo de afortunados, que marcaba un interesantísimo radar de lanzamientos.
La división ideológica no aplica para un camino como el que marcó. Desde que se anunció su partida, figuras en la cadena de la cultura, del libro y de la vida le han expresado su admiración y respeto, sin importar su orientación política. El actual ministro de las Culturas, Juan David Correa, quien como pocos conoce el sector editorial, expresó: “Felipe Ossa aprendió que la vida se prolongaba gracias a la lectura. Se ha ido, pero sus ojos y su alma perviven en miles de lectores. Coleccionista de novelas gráficas, lector consumado, ácido y lúcido librero”. Por su parte, el expresidente Iván Duque lo despidió sentidamente, declarándolo “un gran intelectual, librero, amante de la cultura y por años parte de la Librería Nacional. Compartí su amistad con mi padre y pasar tiempo con Felipe fue siempre una aventura de conocimiento y de reflexión sobre su insuperable calidad humana”.
En Ossa parecían convivir la timidez, el bajo perfil y la absoluta relevancia cultural, que reflejaba su tesoro, su biblioteca personal, con 8.000 volúmenes de libros de ediciones geniales, con 32 colecciones clásicas y 3.000 libros de historietas. Pidió ser despedido sin mucho bombo, pero quienes lo conocieron saben que su impacto fue mayúsculo y el vacío será acorde.
Al país, Felipe le deja un legado incomparable de cultura y gestión, a su familia y amigos les deja la memoria de un hombre cariñoso que tenía las letras del mundo en su cabeza y corazón.
Más voces, más recuerdos
Emilia Franco / Gerente de Siglo | las formas del pensamiento
Es difícil asimilar que Felipe Ossa se nos haya ido, y digo “se nos haya” pues fue un ser indispensable en beneficio del sector del libro en nuestro país. Me entristece pensar que no estará más, que no podré llamarlo para conversar de nuevos proyectos y nuevos libros. Siento enorme gratitud por su cariño manifiesto por Siglo, y por la sinceridad y claridad de sus consejos. También nos harán falta su sonrisa socarrona y sus comentarios cargados de humor y de sabiduría. Buen viaje, querido Felipe.
Luz Stella Macías / Directora general del Grupo Penta
A nombre mío y de Grupo Penta quiero manifestar lo que es un recuerdo tan agradable de un maestro, porque el hombre que se fue para nosotros fue un maestro, un guía que nos llevó de la mano a entender el mundo de los libros cuando nació el proyecto PENTA. Felipe nos dio prácticamente la carta de navegación de dónde ir, y siempre nos estuvo enseñando qué era un buen libro, qué libros debíamos importar, cómo se debían promocionar. Nos apoyó muchísimo en este largo camino y siempre le estaremos agradecidos. Pero más que este maestro tan imprescindible que acaba de partir, ha partido un amigo, un cuidador de libros a quien toda nuestra vida llevaremos en el corazón.