El tradicional Festival de la Leyenda Vallenata es la ocasión perfecta para la presentación del libro ‘Dinastía López, Juglares de paz’, escrito por la periodista Sara Araujo, y el documental ‘Cita con los juglares: Dinastía López’, del realizador y director Andrés Pineda. Todo hace parte de un homenaje a la vida y obra de Miguel, Elberto, Alfonso, Álvaro, Navín y Pablo López, quienes son considerados como una de las tres grandes dinastías del vallenato (junto a los Zuleta y los Romero), y que tienen en su haber cuatro ‘Reyes Vallenatos’, entre otros reconocimientos. A los López se les atribuye que fueron de los primeros en grabar la música vallenata a finales de los años sesenta y difundirla por todo el país en los setenta, además de impulsar el concurso de acordeoneros profesionales e incluir la figura del cantante en los grupos vallenatos, surgiendo así varios artistas como Diomedes Díaz, Jorge Oñate, Alfredo Gutiérrez, entre otros.   El libro de Araujo contiene varios géneros periodísticos: reportaje, crónica y entrevista. Dos capítulos fueron hechos por Alonso Sánchez Baute y el prólogo lo escribió Carlos Vives, quien echando mano de lo que él llama ‘mamagallismo crónico’, se refiere a los López como los ‘Beatles del Vallenato’, naturalmente, guardando proporciones y entendiendo las diferencias de los contextos.   El cortometraje documental dura 15 minutos y se basa en la investigación de Araujo e incluye varias imágenes de archivos y entrevistas a historiadores y expertos en el tema. El libro es prologado Carlos Vives y este es el texto. Prólogo Es diciembre del año 1974 y estamos entrando a la población de Maicao, en el departamento de La Guajira. El paisaje desértico de cactus y trupillos, la urbanización anárquica y el sol inclemente, me hacen sentir que entro en una película que sucede en algún lugar del norte de África. Viajo con mi papá, con el objetivo de visitar a un compadre suyo, en compañía de mis hermanos. Nos alienta almorzar de paso en el Hotel Juan, ícono de la época, y también comprar algunos detalles para las fiestas navideñas. El aire acondicionado del Chevrolet “chevette” de mi padre no funciona muy bien versus el calor del desierto, y voy sudando a mares. Guardo en el bolsillo, con mucha ilusión, unos cuantos pesos para comprar en Maicao una radiograbadora de casetes marca Sanyo, tan de moda en la época. Algunos meses atrás, había acompañado a mi abuelo, Rodrigo Epifanio, al tan esperado día de corte en la zona bananera. Aquella mañana, Teodoro Toncel, el conductor de mi abuelo, había puesto en el pasacintas del Nissan azul un disco de Los Hermanos López titulado “Rosa jardinera”. Desde Santa Marta hasta la población de Orihueca le dimos suficientes vueltas al casete como para haberme aprendido de memoria y, por siempre, algunas de sus canciones. Le pedí encarecidamente a nuestro querido Teo que me vendiera el casete de la “Rosa jardinera”. No solo me lo vendió, estoy seguro de que a más de la cuenta, si no que me encimó otro famoso disco de Los Hermanos López: “Las bodas de plata”. En ese disco estaba una crónica de la fiesta de Luis Enrique y Rosalbina, que ya habíamos escuchado en la voz del compositor Armando Zabaleta, durante una parranda en la casa de mi tío Rodrigo. Por eso, había aprovechado la oportunidad que me presentaba este viaje a Maicao para hacerme a mi grabadora y disfrutar del mejor conjunto vallenato de todos los tiempos. Y es que la familia López de La Paz, Cesar, al igual que Los Zuleta y los Romero en Villanueva, son una dinastía de las de verdad, verdad. La de los López, se remonta a los tiempos de Pablo Rafael y Juancito López, con Pedro Zequeira Zuleta. Cuenta en su haber con cuatro Reyes Vallenatos y los mejores acordeonistas: Miguel López, Elberto López, Alfonso López (no el pollo), Álvaro López, Navín López y Pablo López. Me encantaba la voz de Freddy Peralta cuando cantaba “Tiempos de la cometa” o “Mama Cleope”. También esa voz característica y única de Gustavo Bula interpretando “Buscando consuelo”. Ahí iba yo, entonces, en el chevette de mi papá, de regreso a Santa Marta, con mi grabadora nueva, seis baterías de las gordas y cantando a grito herido “Rosa jardinera”, la canción de Hildefonso Ramírez, otro prócer, “hay grandes penas que hacen llorar a los hombres, y a mí en la vida me ha tocado de pasarlas, fue cuando entonces se agotaron mis canciones y hasta llegué a pensar que ya mi fuente se secaba”. Una y otra vez, cantaba, imitando la voz del gran Jorge Oñate. Y, mil veces y mil más, “No vuelvo a Patillal”, de Armando Zabaleta, amigo de mi tío Rodrigo y de mi papá, un hombre muy mentado y querido en casa. Pienso que, de verdad, salvando las comparaciones y acudiendo a ejemplos que pueden parecer divertidos o ilustrativos de nuestro “mamagallismo” crónico, los hermanos López serían como los “Beatles” del vallenato. No, no, perdónenme, porque “Los Corraleros” son los “Rolling Stones”. No, no, no Los Zuleta son los “Bee Gees”... Los hermanos López han sido el sentimiento auténtico del folclor vallenato que dio el paso a la industria, como lo fueron también Alejo Durán y Juancho Polo Valencia. Pero, como conjunto, para mí, Los hermanos López están en lo más alto del “Olimpo” vallenato. Tanto disfruté de ellos en mi infancia y en mi juventud, que la vida se encargó de premiarme por mi pasión pura y sincera hacia el vallenato. En los momentos más difíciles y más emocionantes de mi carrera, cuando nuestra propuesta musical era rechazada, en general, por la crítica; cuando el mismo Gabo pidió que me fusilaran por mi profanación al vallenato; o cuando irrumpí sobre la tarima de Francisco el Hombre en la Plaza Alfonso López, de Valledupar, de pelo largo, pantalones cortos, batería, guitarra eléctrica y armónica, descubrí que tenía la simpatía de varias de las figuras legendarias de la música vallenata y fueron un apoyo para mí. Y ahí dentro del público, acompañando todas mis locuras, estaba una leyenda que de verdad es una leyenda. Su nombre es Pablo López. Es acordeonista, sí, también. Y, como tal, acompañó por todo el Japón al ballet de la gran Delia Zapata Olivella, “Yeya”. Fue el mismo que trabajó junto al gran Toño Fernández como percusionista con Los gaiteros de San Jacinto. Pero, en realidad, Pablo es el mejor cajero del mundo. Y, los músicos lo saben, la caja vallenata es el sostén que dio paso a la modernidad. El primer instrumento eléctrico en introducirse a nuestro ritmo contemporáneo fue el bajo, siguiendo precisamente los parámetros de la caja. Ahí está la clave, el primer indicio que permitió codificar nuestra música en la modernidad. Y, para que lo sepan ya, de una vez por todas, Pablo López es tan importante, que fue el que se inventó el solo de caja. ¿Cómo les queda el ojo? Ese es mi amigo y cada vez que La Provincia tiene un concierto por la región, me acompaña con su alegría, con su ternura inmensa. Como inmensas son sus manos, golpeando la caja de una manera que aún sigue siendo un misterio para aquellos a los que nos gusta buscar el origen de nuestra identidad. Yo siempre he dicho que Carlos Vives y La Provincia podría ser el conjunto vallenato más famoso del mundo y creo que es así. Pero uno de los mejores conjuntos vallenatos de todos los tiempos ha sido, es y será, el conjunto de Los Hermanos López. Carlos Vives Santa Marta, abril 2015