Entre las grandes conquistas del siglo XX se cuentan: la revisión que ha tenido el papel de la mujer en la historia del arte, la revaluación de numerosas artistas que habían desaparecido en el olvido y el reconocimiento que ha obtenido la mujer como una protagonista, a la par que el hombre, de las actividades y logros de la plástica. En Colombia, por ejemplo, a lo largo del siglo XIX existieron numerosas mujeres que practicaron la pintura y que nunca trascendieron por la sencilla razón de que sus obras nunca fueron consideradas seriamente, pero es un hecho que entre ellas hubo pintoras de talento e inclusive pioneras, artistas, que introdujeron técnicas poco ortodoxas y modalidades como el bodegón y el desnudo en la historia del arte nacional. Hoy la situación ha variado en forma ostensible y el arte de las mujeres no sólo es apreciado con justeza y examinado con argumentos tan valederos y exigentes como el de los hombres, sino que las artistas mujeres se han multiplicado tan vertiginosamente que constituyen una mayoría en las escuelas de arte. Es más, hay ocasiones en que el arte femenino atrae todas las miradas, como en el momento actual, cuando tres artistas mujeres subrayan con el logro de sus muestras las razones de este cambio de situación y de actitud. En el Centro Colombo Americano tiene lugar una exposición de instalaciones de Teresa Sánchez, cuyas obras están constituidas por varias piezas que se despliegan, construyendo una forma predeterminada sobre el piso o sobre el muro. La artista trabaja con madera de diferentes árboles y por lo tanto de variado color y reciedumbre, así como con bronce y aluminio, y sus obras ponen de relieve una meticulosa manualidad y un sensible ordenamiento. La estética, entendida como orden, armonía, cadencia, equilibrio y sugerencias, es el principal propósito de su trabajo, pero a través de evocaciones de la naturaleza, por ejemplo, de las formaciones de coral, de los bancos de peces e inclusive de las frutas de su nativa Costa Atlántica. Lina Espinosa, quien expone en la Galería Diners, se expresa en cambio con pintura con acrílicos de fondo grisáceo sobre los cuales aparecen manchas y señales de colores más vivos así como representaciones que unas veces son precisas y realistas y otras veces sólo llegan a insinuaciones o siluetas. Su obra tiene un carácter dubitativo, cierto aire de incertidumbre, de desarrollo inesperado, que se incrementa con algunos trazos espontáneos. Los extremos estilísticos de su ejecución podrían tomarse como una metáfora acerca del caos de la vida contemporánea, tanto en los aspectos externos y compartidos por todos como en lo relativo a la toma de decisiones, a la adopción de actitudes y a la confrontación de la cotidianidad. También en la Galería Diners Margarita Monsalve, una artista que ha salido airosa de los numerosos retos técnicos y conceptuales que se ha impuesto, presenta unos ensamblajes realizados con fotografías manipuladas digitalmente, impresas sobre superficies transparentes como el acetato y dispuestas en pequeñas cajas de manera que la luz penetre por detrás y el espacio planteado bidimensionalmente adquiera la tridimensionalidad que en la realidad le corresponde. Se trata de imágenes urbanas, de lugares tanto públicos como privados plasmados con la conciencia y la emoción de quien reconoce en ellos los espacios de sus experiencias, el entorno de su vida. n Lo manifiesto y lo recóndito e presenta actualmente en Medellín una exposición de Ronny Vayda, escultor de sobresaliente trayectoria dentro de la tradición geométrica y quien combina el acero con el vidrio, comunicando por medio del contraste una serie de sensaciones que oscilan entre la curiosidad y la sorpresa. La exposición tiene lugar en las salas de Suramericana de Seguros, las cuales se han convertido, bajo la imaginativa gestión de Constanza Díez, en uno de los más activos epicentros de la plástica nacional. La muestra recoge 85 esculturas realizadas durante los últimos 25 años, cuyas formas externas describen argumentos rigurosos en los que el medio es más agitado que la periferia, la cual, en ocasiones, se limita a la pureza de un cuadrado. La curva compite ahora con la línea recta en la concreción de sus propósitos, pero así como el acero oculta las entrañas de las piezas, el vidrio permite penetrar las esculturas visualmente y descubrir algunos secretos acerca de su consistencia y de su concepción y ejecución. Si las esculturas públicas de Vayda se cuentan entre las más imponentes que se han construido recientemente en el país, sus obras de escala doméstica revelan un gran refinamiento en el tratamiento de las superficies en cuyos acabados utiliza productos químicos propios de procesos industriales. Su trabajo es eminentemente racional, concatenado y lógico, producto de argumentos constructivos y consideraciones mecánicas y físicas, pero son trabajos con un aura que extiende las implicaciones de sus formas más allá de sus propios límites y que activan los espacios con su presencia contundente y la fugacidad de sus reflejos.