Nunca es tarde para entrar en contacto con artistas únicos que canalizan la experiencia del ser humano y las paradojas de existir entre el siglo XX y el siglo XXI. John Grant es uno de esos talentos irrepetibles, y por eso hablamos con él, con motivo de sexto álbum de estudio que lanzó recientemente, The Art of the Lie. En sus 11 temas, el disco despliega el rango de Grant, su veneración por los sintetizadores, sus muchos estados anímicos y su voz flexible, que de lo entretenido puede llevar a lo profundo entre canción y canción. En el pop inteligente e inclasificable que refina en este trabajo y ha forjado a lo largo de su carrera (alabado por figuras gigantes como Elton John), Grant rompe fórmulas y se permite construir momentos instrumentales increíbles. Esto dijo.

SEMANA: Le hablamos de Colombia, ¿de dónde nos habla usted ahora?

JOHN GRANT: Estoy en Islandia, llevo aquí 12 años.

SEMANA: Nació en Estados Unidos, estudió en Alemania, regresó a su país y luego decidió mudarse a Islandia. ¿Cómo moldea esa geografía cambiante su personalidad y su música?

J.G.: Creo que significa todo para mí, porque he pasado mucho de mi vida aprendiendo sobre otros idiomas y otras culturas. *Cambia de idioma español*: Y, como sabes, adoro el español también. *Regresa al inglés* Justo esta mañana estaba aprendiendo español. Me la paso aprendiendo de idiomas y sobre idiomas todo el tiempo. Y, en mi caso, esa curiosidad surgió por cuenta de la música. Por la música me interesaron el alemán y el ruso…

SEMANA: La música lo llevó a patear fronteras…

J.G.: Así fue. No sé exactamente cuándo sucedió, pero sé que salir te hace ver el mundo desde una perspectiva totalmente distinta.

SEMANA: Islandia tiene una escena musical vibrante y una naturaleza única. ¿Por qué vivir allá?

J.G.: Especialmente por la música. Paso mucho tiempo por mi cuenta, se podría decir que soy un poco un ermitaño. Adoro estar con gente, pero disfruto de los grupos pequeños, hablar con una persona, estar con dos o tres personas, eso lo disfruto. En ese orden de ideas, no formo parte de la escena musical aquí, no creo, pero sí tengo amigos en ella, y hablamos mucho sobre música y la vida. No diría que participo en la escena. Soy una especie de ratoncito saliendo de su madriguera y regresando a ella.

SEMANA: ¿Se ha visto afectado por la actividad volcánica reciente allá? ¿Le preocupa?

J.G.: No, y quizá me preocuparía si mi casa estuviera en peligro. Pero sé que hay mucha gente afectada por ello. Ha sido difícil para esas personas, y he sido afortunado.

SEMANA: Para nosotros, su música es esta especie de pop inteligente, que se toma su tiempo para estallar. ¿Qué es para usted?

J.G.: Para mí es parte de un proceso realmente largo, el de encontrar la voz propia en el mundo. Con cada álbum siento que voy refinando las maneras, acercándome a encontrar esa voz. Y eso porque me inspiran muchas cosas distintas. Crecí escuchando hard rock, soft rock, música electrónica, pop, música country, música de iglesias, y toqué música clásica en el piano. Y muy joven, de adolescente, me enamoré de los sintetizadores y bandas como Devo, por ejemplo, son una enorme influencia para mí, y de Chris (Carter) y Cosey (Fanni), y su banda industrial Throbbing Gristle. Y me fascinaba Nina Hagen, razón por la cual quise aprender alemán. Lo mío era lo postpunk, new wave sobre todo.

Y todas estas influencias distintas se amalgaman, se unen, y así veo mi proceso de hacer música: incorporar a mi sonido todas estas cosas que adoro y tener mi voz única.

SEMANA: Es interesante escucharlo decir que no está del todo ahí...

J.G.: Es un proceso de toda una vida, para todos nosotros. Lo que sea que hagas en tu vida, pasas tu vida entera refinando tu voz, sintiéndote mejor en ella, mejorándola y relacionándote de maneras distintas y nuevas con ella, desde una mayor profundidad. Es un proceso difícil, aunque es verdad que algunos artistas, como Rufus Wainwright, por ejemplo, parecen haber salido refinados “desde la fábrica”, es decir, desde su primer disco.

SEMANA: Quizá, tal como usted, él pensaría que disco a disco refinaba su voz...

J.G.: Es posible, todo es cuestión de perspectiva.

SEMANA: Tres canciones que representen su música (anotando que yo pondría ‘Black Belt’)...

J.G.: La verdad es que también me gusta muchísimo “Black Belt”, es una de mis favoritas. Y me gusta cantarla porque es demasiado divertida; eres tú saliendo de un rompimiento amoroso y queriendo desahogarte contra esa otra persona. Y parte de un beat genial.

Pero bueno, pensándolo, yo sumaría “Tempest”, del disco Love is Magic, otra de mis grandes favoritas;

Sumaría “Grey Tickles, Black Pressure”;

y también sumaría “The Child Catcher”, del nuevo disco, una canción importante en lo que refiere a mi sonido, mi voz, mi personalidad.

SEMANA: En The Art of the Lie suma canciones que elevan el ánimo, otras densas y otras profundas que construyen explosión, ¿qué proceso siguió?

J.G.: La verdad, no sabía a qué iba a sonar este disco o cómo, pero tenía ideas: quería que sonara a una mezcla entre Vangelis y Grandmaster Flash; a John Carpenter (director de películas de horror) integrando la banda The Carpenters. De esa idea particular, que he tenido por un buen tiempo en la parte de atrás de mi cabeza, nació la canción ‘Marbles’, por ejemplo.

Y como te dije, Devo siempre está en mi corazón. Este disco no suena a ellos, pero me inspiran, siempre están ahí. Hablan sobre política de una manera muy ‘positiva’, que hasta se puede considerar tonta, y me parece increíble como forma de declarar algo.

Haciendo el disco pensé en ellos y en muchos otros sonidos. En Einstürzende Neubauten (banda berlinesa de los ochenta, cuyo nombre traduce “Edificios nuevos derrumbándose”); pensé en Bauhaus. Las guitarras en ‘Marbles’ me recordaron a esa vibra Bauhaus. Y claro, especialmente en canciones como ‘The Child Catcher’, pensé muchísimo en Dead Can Dance, que es uno de mis grupos favoritos de toda la historia.

Trabajé con el productor Ivor Guest, que ha hecho álbumes realmente increíbles con Grace Jones y Brigitte Fontaine. Tenerlo a él en el estudio fue una experiencia genial. Lo que hizo fue impulsarme a ser yo mismo y dejar que la música sucediera.

John Grant, 'The Art Of The Lie ' | Foto: bella union

SEMANA: ¿Cómo se da la instrumentación?

J.G.: Hago mucha programación y mucha programación de beats, también toco los teclados; hago, añado sonidos y los programo… ese tipo de cosas. Pero, sobre todo, estoy en los teclados. Hay baterías en vivo, bajo y guitarras, que tocan otros músicos. Y también sumamos a otro personaje, Robert Logan, un fantástico diseñador de sonidos de sintetizador.

SEMANA: ¿Dista mucho de su método en trabajos previos? ¿Hizo algo distinto?

J.G.: No fue distinto en los factores, pero cada álbum tiene una combinación distinta. The Art of the Lie tuvo muchos de los elementos con los que trabajé en Queen of Denmark (2010, su primer LP en solitario), porque pasé muchos días en el estudio con un montón de músicos increíbles. Fue muy emocionante.

SEMANA: En sus letras habla con recurrencia de paternidades, maternidades. ¿Qué dice y canaliza en este trabajo?

J.G.: Otra de mis búsquedas de toda una vida es la de quién soy. Para mí y para tantas personas en este mundo descifrar lo que somos es un viaje largo. Y unas personas parecen tener una mejor idea de quienes son que otras, pero no se sabe del todo, porque no se sabe qué tan honestos son consigo mismos y con el mundo.

Partiendo de cómo están las cosas en el mundo y la manera en la que la política se hace estos días, con este movimiento cristiano nazi en Estados Unidos ganando tracción, pensé sobre haber crecido gay en Estados Unidos en los años ochenta y noventa. Pensé sobre las relaciones con mi familia; mi acondicionamiento como un chico americano impresionable que quería agradarles a sus padres y hacer lo que le decían, ser un buen chico cristiano... Y descubrí que no era bienvenido en ese mundo. Si abrazaba mi identidad gay, no era bienvenido, y eso fue devastador para mí; me hizo cuestionar todo (*Pausa, pregunta cómo se diría esto en español, y retoma*).

Con todo esto, me resultó natural pensar en mis relaciones con las personas y en por qué me convertí en la persona que me convertí. Porque me es muy difícil aceptarme por esto que viví de joven. “Dios dice que no puedes ser de esta manera”. ¿Sabes? Y la gente lo dice también, que no hay lugar para ti en esta sociedad.

Y en este clima de cristianos nazis, se piensa en los nazis alemanes, porque a los homosexuales también los llevaron a sus campos de concentración. En la canción ‘Daddy’ (papá, papi, papito) canto “Would you really hand me over to them? (¿Realmente me entregarías a ellos?). Would you really let them take me away? (¿Dejarías que me llevaran?)”. Todo porque Dios lo dice o porque una persona considera que soy una abominación…

SEMANA: Transmite también otras vibras distintas a la catarsis oscura...

J.G.: Sí, hay temas fuertes, pero también va mezclado con mucha absurdidad y humor también, porque, a la vez, la vida es putamente asombrosa. Sumo al disco mucho de lo que amo en el mundo y me apasiona: música, lenguajes, películas, culturas, naturaleza, colores. Hay muchas cosas maravillosas por descubrir, día a día. Esta música, para mí, es mi ensayo de expresar lo que es ser humano. Y eso es el arte. Somos como 8.000 millones de personas en este mundo, y solo así logramos ver una ventanita de la experiencia de otra persona.

Es difícil pensar que eres significativo en este mundo. Pero el tema es que somos, cada uno, significativos en contextos muy específicos. En estos tiempos de internet creemos que no es así, pero significamos: importamos en contextos específicos a gente específica, en nuestro mundo.

Vuelvo mucho al momento en el que mi padre quería enseñarme a no ser un niño egoísta (en la vida vamos y volvemos constantemente en el tiempo). Y lo hago porque se nos dice constantemente que no importamos, “no eres especial, todo el mundo pasa por lo mismo”. Pero, al mismo tiempo, se te dice que eres único. Y andando la vida te toca encontrar este balance entre saber que no eres mejor o peor que nadie, pero que también eres un individuo. Lo olvidamos a menudo: nadie ve el mundo como tú. Es imposible. Nadie tiene tus ojos, tu corazón, tu mente. Y esto me pone emotivo, porque es increíble.

John Grant nació en 1968, en el seno de una familia religiosa. Le tomó mucho tiempo separarse de ese entorno, en el que ser gay era condenado, para poder comenzar a expresar su sentir. | Foto: Hordur Sveinsson

SEMANA: Una sociedad de mensajes contradictorios...

J.G.: “¡Cállate, no eres mejor que nadie!”, pero “No hay nadie en el mundo como tú”.

SEMANA: Esos orígenes como inspiración funcionan, pero pesan...

J.G.: Tuve miedo de hablar, de hablar en público, de cantar y de cantarle a la gente.

En la iglesia, a muy joven edad, te enseñan a mezclar el orgullo y la confianza, y se confunden estas dos ideas. Y para un niño es importante desarrollar su confianza, pero para mí fue muy difícil salir al mundo y hacer lo mío, porque sentía que estaba siendo orgulloso y/o arrogante. En la iglesia se dice que “el orgullo viene antes de la caída”, así que si te reafirmas en el mundo, recibirás el golpe. Todo esto me hizo difícil empezar, cantar y decir lo que realmente quería decir.

SEMANA: Sobre ser un artista en el siglo XXI que lleva su música a todos los rincones del planeta, pero retribuye muy pobremente...

J.G.: Es una cuestión que tiene muchos lados. Me siento muy afortunado de ser músico y de poder vivir de la música, pero es un negocio totalmente jodido. La gente que maneja las compañías musicales, “ellos”, lo están poniendo difícil, si lo que quieres es hacer música. Ahora es difícil hacer dinero saliendo de giras. Y aun si eres un artista gigante, no es tan fácil como la gente cree. Todos esos millones que reciben no los reciben, son más bien préstamos que tienen que regresar con sus ventas. Si te dan ese dinero y no lo recuperas, se los debes. No directamente de tu bolsillo, pero no ganarás un peso hasta que les devuelvas ese dinero.

Por el lado de Spotify, creo que es una compañía macabra, pero a la vez lo tengo y lo uso (se levanta, muestra su apartamento, su cuarto de música con sus muchísimos vinilos y discos por todo el lugar, sintetizadores y más). Es una gran herramienta de investigación, especialmente cuando hago shows de radio, es muy fácil armar una playlist para un programa radial. Y, por otro lado, la cuestión del dinero es crítica, porque nadie compra tus discos.

SEMANA: Spotify dice abiertamente que el costo de producción es casi cero, y ya no monetiza canciones con menos de 1.000 reproducciones...

J.G.: Y quieren que te vuelvas un influencer de TikTok o Instagram... Básicamente, las compañías disqueras te piden en estos días que lo hagas todo por tu cuenta. Y en algunas formas eso no está mal, el trabajo duro vale la pena.

Hay muchas maneras de ser músico hoy en día, el campo está más abierto, pero hacerse escuchar entre tantas voces es más complicado. Puedes sacar un álbum por tu cuenta, puedes construir tu propia base de fanáticos y salir al mundo y hacer lo tuyo.

Pero está ese otro lado de ser artista, sobre dar tiempo a la creatividad y tener que atender todo este lado del negocio. Es como caminar una cuerda floja, vivir esa preocupación de tener que ser influencer, de tener que hacer contenido, de encontrar financiación y manejar esas finanzas. Lo vivo como un tire y afloje entre esos dos lados.

SEMANA: Existe la posibilidad de que para otras generaciones quizá fluirá más...

J.G.: Mucha gente joven creció en medio de este escenario, y parece ser mucho mejor en esto. Quizá soy un viejo, y ya...

SEMANA: Se quisiera que los artistas se dedicaran al arte...

J.G.: La música sufre mucho. No ves suficientes artistas expresando su experiencia humana individual. Hoy vemos muchas fórmulas: “Así haces música electrónica”, “así haces una canción de rock”, “así haces una canción de amor”... Te dan todas estas plantillas y fórmulas. Y, aun así, música increíble se sigue haciendo por todo lado.

SEMANA: Ha tocado por su cuenta, en agrupación y en colaboración. ¿Qué tanto lo enriquece colaborar?

J.G.: Para mí siempre es aterrador, porque siento que me va mejor por mi cuenta, pero reconozco que no lo puedo hacer solo. Es otra de esas paradojas. Recientemente, he trabajado con Biggi Veira (de la genial agrupación GusGus), pues me ha estado ayudando a montar mi nuevo estudio y a cuadrar mis sintetizadores. Es un músico y diseñador de sonido increíble; es imparable, siempre trabaja en algo nuevo.

Trabajando con él y con la gente que me colabora caigo en cuenta de mi necesidad de interacción, a pesar de mí mismo. Y viene por la música y por no poder hacerla solo, viene por el lenguaje, que amo, y que para usarlo hay que hablar con gente.

Sobre las colaboraciones, cuando era joven pensaba que tenía que trabajar con aquellos artistas que amaba: amo a Elizabeth Fraser, de Cocteau Twins; amo a la banda Low y a Alan Sparhawk, qué triste la muerte de Mimi Parker, pero ya no siento esto. Se tiene que dar de manera muy natural. Y también hay que correr ciertos riesgos. Trabajé con Biggi porque me le acerqué luego de uno de sus shows en mi primera visita a Islandia. Le dije que era un gran fan y que me interesaba hacer un álbum con él. Y él, con ese corazón tan amable que tiene, es una persona que te escucha, lo medita y abre la posibilidad.

SEMANA: ¿Cómo se aleja de sus rutinas?, ¿cómo alimenta su alma?

J.G.: Camino, usualmente, alrededor de un estanque hermoso que hay cerca de aquí, especialmente cuando cae el sol, en estos días, entre las nueve y las diez de la noche. Las caminatas, que debería hacer más a menudo, son algo de lo que jamás me arrepiento, son increíbles. Cuando caminas o te ejercitas, despierta tu cerebro y te pone en un espacio muy creativo. Hoy también estaba estudiando gramática del español, aprendiendo construcciones de frases complejas, como “No debías habérselo dicho”.

SEMANA: ¿Cómo ranquea al español entre los idiomas difíciles?

J.G.: El islandés es increíblemente difícil; el español parece, en principio, más sencillo, pero es engañoso. No es tan difícil empezar a hablarlo, y la manera en la que los verbos funcionan: “Yo estaba diciendo”, así hablamos “I was saying”, y hay similitudes en cómo usamos el sistema de verbos. Y los finales de palabras te ayudan, son iguales, pero a veces se pone confuso, cuando tienes palabras como “la mano”.

Y he pasado años analizando la diferencia entre “fue” y “era”. Y no sé si tienes alguna idea del ruso. Su sistema de verbos es muy complicado y difícil, creo que el español tiene un sistema muy similar al ruso. Lo importante es el aspecto, es un fenómeno en la gramática rusa y está muy presente en los verbos en español. Entre “estar” y “ser” es fácil entender lo básico, pero los matices no lo son. Y el subjuntivo es también fascinante, no es fácil de entender cuando vienes del inglés, que no lo usa más. Todo significa algo particular, por eso el español es tan difícil: hay muchos matices en los verbos y en la manera en la que te expresas. ¡La diferencia entre “fue” y “era” es una de aspecto, de perspectiva, de ver acción o de ver eventos entre el espacio del tiempo! Y habiendo nacido en Colombia, ustedes tienen esa habilidad innata de usarlo correctamente. Eso me parece fascinante.

A veces me pone muy celoso ver a los niños islandeses hablando su idioma. Aunque los niños aquí, incluso siendo su lengua materna, tienen problemas al hablarlo correctamente…