Diez años como estudio de cine son muy poco tiempo en el marco de la industria estadounidense. Especialmente, si se considera que algunos viejos conocidos como Disney, Warner Brothers, Metro-Goldwyn-Mayer y Columbia Pictures van a cumplir muy pronto su centenario (Universal Pictures y United Artists ya pasaron por ahí la década pasada). Diez años son nada y, aun así, resultaron suficientes para A24 a fin de llegar a ser el estudio con más nominaciones de los Premios Óscar (18). Eso consiguió en esta edición 2023, que se entregará el 12 de marzo.
Disney podría objetar, decir que suma 22, pero saldría a relucir que lo hace como dueña de los estudios que absorbió, como Searchlight, 20th Century Studios, Marvel Studios y Pixar. En ese contexto, solo haría más notorio el logro de A24, esta pequeña empresa fundada en 2012, que en un panorama oscuro para el cine ha significado un vibrante caso de estudio. La compañía optó por nacer en Nueva York, no en Los Ángeles, y se mueve sesudamente en el arte de hacer cine y subsistir en el siglo XXI. Para muchos, evoca a Silicon Valley antes que a Hollywood en su manera de pensarse e, incluso, trata de evitar las megalomanías manteniéndose abierta a nuevas miradas: invita a sus empleados a retar el orden con propuestas, sin importar si son de los jefes máximos.
Esos tres fundadores son David Fenkel, Daniel Katz y John Hodges, quienes no suelen dar entrevistas. Ahora que se mira su recorrido desde sus resultados, la duda de si planearon todo esto desde el principio parece disiparse. Es evidente. Experimentados en la industria, con pasado en productoras como Oscilloscope y Focus Features, empezaron de cero su empresa de distribución de producciones independientes en salas de cine. Y eso hicieron, y cuando esas películas que eligieron conectaron con la audiencia y les representaron ingresos, no dudaron en lanzarse a aguas más profundas.
En 2013 lanzaron su primer filme, A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III, seguida por Spring Breakers, ambas de nicho, pero con protagonistas que les daban tracción entre audiencias jóvenes (Charlie Sheen maquillado, Selena Gómez). Vinieron películas de culto, como The Bling Ring, de Sophia Coppola, Ex Machina, de Alex Garland, Room, de Lenny Abrahamson, y The Witch, de Robert Eggers. Y en 2016, cuando adquirieron los derechos de Moonlight, cinta de bajo presupuesto que terminó por llevarse el Óscar a mejor película en 2017, pavimentaron el futuro que hoy los tiene en el centro de las planas.
Los logros le permitieron a A24 expandirse y hacer cine, documentales y televisión con sello de autor. En la era del streaming, el estudio también se ha encargado de realizar éxitos generacionales de la televisión como Euphoria. Producción tras producción, todas “extrañas”, ratificaba su apuesta por narrativas que quiebran las reglas comunes del cine comercial estadounidense.
Partiendo de ese prestigio, la compañía también ha hecho de su imagen un activo que ha sabido exprimir. Es tan cool que suma a su leyenda incluso los objetos que ofrece en venta, pues su mercancía es diseñada con inteligencia y gracia. Y funciona porque su logo se asocia con experiencias que provocan discusión artística y emoción. Decir que A24 es hoy el estudio que más expectativa genera con sus estrenos, más allá de lo que ofrecen las enormes sagas como Avatar, Star Wars o Marvel, no es exagerado.
¿Es A24 el primero de ese tipo? En su momento, Miramax fue el estudio en el que las voces más jugadas despegaban, pero con el tiempo se supo que, en gran mayoría, venía atado a los acosos sexuales y abusos de poder de Harvey Weinstein. Con ese precedente presente, A24 y sus cabezas no se dejan marear por el éxito como para traicionar sus principios. Y han dejado pasar dineros de compañías enormes como NBC/Universal para mantener su espíritu libre. Se sabe que una vez se venda, si llega a suceder, A24 dejará de ser lo que hoy es. ¿Podrá mantenerse a flote dos décadas?, ¿tres? No es menor que el estudio haya sabido apoyarse en métodos muy finos para llegar a su audiencia objetiva por medio de las redes o echando mano de estrategias poco convencionales. Y, en el centro, también se apoya en el más viejo método de difusión: el voz a voz.
Todo al mismo tiempo...
A24 apunta a llevarse la mayor cantidad de premios que pueda de los 18 a los que aspira. Entre ellos, compite por mejor película, premio que ya ganó, y suma dos contendores importantes en la categoría de mejor actor; Brendan Fraser, por The Whale, de Darren Aronofsky, y Paul Mescal por Aftersun, de la escocesa Charlotte Wells.
En 2023, sin embargo, su carta más fuerte es la película más nominada de toda la edición, con 11, dirigida por Daniel Kwan y Daniel Scheinert (los originales “The Daniels”): Todo en todas partes al mismo tiempo. Esta es de aquellas películas que, si usted se lo permite, lo hará reír, llorar, dolerse y redimirse con el cine en 140 minutos. Y en ella es indudable el sello del estudio, porque su argumento original es jugado, no pide permisos para saltar de algo aparentemente aburrido hacia algo sentido o algo fantástico que exige una cabeza abierta. Además, hace de una señora de origen asiático una especie de superheroína. En ese sentido, no sorprende que la cinta divida a las audiencias (otra marca de A24). El filme regresó esta semana a las salas colombianas después de estrenarse por varias semanas en 2022.
Vale anotar que en la historia de A24, marcada por aciertos que no necesariamente se traducen en miles de millones, esta película le representa su mayor recaudo, al costarle 25 millones y recoger más de 100. Y esto resulta más que sorprendente cuando se la experimenta. Es de nicho y prueba que A24 amplió el nicho.
En ella, la familia Wang trata de sobrevivirse y mantener a flote su servicio de lavandería en un tenso trasfondo de líos de impuestos y brechas generacionales atadas a la tradición y a las expectativas familiares. Estas circunstancias derivan en malentendidos, choques, juicios y silencios entre madre e hija, esposa y esposo (una de estas partes pondera ya el divorcio); y también entre hija adulta y padre de la tercera edad, así como entre nieta y abuelo.
Entonces, en la oficina de impuestos en la que les piden dar bien las cuentas so pena de multas que no pueden asumir, su matrona, Evelyn (una maravillosa Michelle Yeoh), recibe una inesperada visita. Alguien que luce exactamente como su marido, Waymond (Ke Huy Quan), pero no lo es, viene saltando entre universos buscándola y le abre los ojos a una situación catastrófica: una oscura presencia libra una lucha de repercusiones terribles contra el universo, que quiere destruir desde su amargura absoluta. Está cerca de lograrlo y Evelyn es la única capaz de detenerla.
Mientras su familia parece desintegrarse desde las férreas y distanciadas posturas de cada uno, justificadas o no, Evelyn se ve forzada a saltar al multiverso, en el que se libra esta lucha para salvar lo que pueda, su vida, su familia, su realidad. En ese camino, la contrariada protagonista se topa con distintas versiones de sí misma, de su marido, de su hija (Stephanie Hsu), de su padre (James Hong) e, incluso, de la agente de impuestos (Jamie Lee Curtis). Y todo ese alocado camino la empuja a volver a abrir los ojos a lo verdaderamente importante, aquello que se suele ahogar en las ya mencionadas brechas generacionales y en la prepotencia de “tener la razón”.
Una fiesta para los sentidos, que se sirve del absurdo para abordar como ninguna película antes los abismos familiares y las maneras de repararlos, plagada de homenajes a filmes de artes marciales e, incluso, de Wong Kar-wai. Todo en todas partes al mismo tiempo puede no ganar los grandes premios, pero lleva con orgullo los colores de un estudio como ninguno que no da señales de detener su marcha.