Le debemos a Miguel de Unamuno la idea de que toda novela es autobiográfica, no porque en la tarea ficcional se recree simplemente el recorrido vital del autor (esto le pasó a él), sino porque la materia prima de toda historia novelada es la historia propia de quien escribe; es decir, toda novela está construida con los pensamientos, los sentimientos y la entraña que le ha servido al autor para cumplir con el deber de vivir. De allí también se desprende el sentido universal de toda historia: con eso mismo está hecha la vida de toda persona. Ese sentido biográfico y universal queda en evidencia en la primera y bien lograda obra de Juan Carlos Echeverry, una grata sorpresa para propios y extraños que se habían acostumbrado a verlo en las lides de la política y la economía. La primera obra de Echeverry, En sitios más oscuros, publicada por Editorial Planeta, relata la historia de Cayetano, el hijo menor de Aristides, un padre ausente durante 12 años. A mediados de la década de los años setenta, Cayetano y el otro Aristides, su hermano mayor, salen a buscar al padre desde Bogotá luego de que este los requiriera mediante un telegrama remitido desde Villavicencio.

No se necesita mucha perspicacia para comprender el sentido autobiográfico de esta obra: el narrador sueña con estudiar Filosofía en Alemania, aspiración que se frustra, pues las circunstancias terminan depositando a Cayetano en la facultad de Economía de una universidad de Bogotá. Cayetano además pertenece a una familia numerosa (como la del propio Echeverry) que sufre muchos avatares en el afán de la subsistencia: luego del adiós del padre y de una pelea con Aristides hijo, todos deben ponerse a buscar el sustento diario, lo que implica iniciar negocios para “importar” ruanas desde Boyacá o trabajar para la empresa de aseo de la Capital donde todos quieren extraer rentas de manera no muy santa. Aparentemente, el conflicto central yace en los reclamos de Cayetano a su padre, que lo impulsan a aceptar el viaje hacia los Llanos. Sin embargo, el conflicto queda resuelto cuando, durante una discusión en una de las paradas que hacen en su recorrido hacia la tragedia, Cayetano reconoce y acata las razones que explican la conducta de su progenitor con su familia.

Pero tras el conflicto de los personajes hay algo que se eleva sólidamente: un escenario exuberante y una geografía desconocida, pero familiar por cuenta del itinerario del viejo Aristides por esas regiones. Y las razones del viaje de los dos hermanos solo se aclaran hasta que el padre se las describe con pelos y señales: dentro de las premisas del viaje están una pelea por unos linderos y la promesa de un barco de agua dulce ubicado en algún punto del río Guaviare. Ese recorrido es el verdadero núcleo de la historia. La meta es el camino, reza el Tao, y la de Echeverry es una narración del camino y, en consecuencia, profundamente territorial. Y aquí está su sentido de universalidad: se trata de la crónica de un grupo de hombres enfrentándose a los desafíos propios de la geografía llanera concretando su suerte. De ahí que resulte gratamente sorprendente la familiaridad con que caben en la narración nombres como Zipaquirá, Cajicá, Ubaté, Tunja, Villavicencio, el río Guaviare y hasta el Amazonas; o la enumeración exacta de la comida típica de los nombres de la gente que va apareciendo por la ruta. Recuerdo haberle escuchado a William Ospina una queja sobre la mayoría de los narradores colombianos: su incapacidad para nombrar su propia tierra. Esa es una de las principales virtudes de esta obra que no se explaya en disquisiciones filosóficas o morales, aunque por la naturaleza tanto de Arístides padre como de Cayetano a veces se evidencien esa clase de devaneos. Es un relato transparente que se propone mostrarnos las actitudes de estos personajes en su recorrido de final trágico.

Echeverry tiene una carrera meritoria en el mundo de la economía y las empresas. Fue investigador del Banco de la República, director de Planeación Nacional, ministro de Hacienda y presidente de Ecopetrol, en una de las épocas más duras para esa compañía. Muy pocos tenían conocimiento de su otra faceta: la de novelista. Según él mismo, este libro que ahora ve la luz, estaba en proceso desde hace 15 años. Se trata de una grata sorpresa, pues este primer fruto es un logro a destacar. Falta ver de qué manera el autor resuelve el tradicional “conflicto de las facultades” o de las vocaciones. Hay que preguntarle si vamos a tener que esperar otros 15 años para leer un nuevo fruto de su trabajo. Por ahora, vale la pena darle la bienvenida a Echeverry a la geografía de los novelistas colombianos, con este que es fundamentalmente el relato de su geografía propia.