Hace nueve años el cantante británico Sting declaraba que el invierno era su estación favorita del año y lanzaba If On a Winter’s Night, un disco de canciones invernales (que muchos confundieron con villancicos), que resultó siendo uno de sus álbumes más coherentes si bien un tanto melancólico. Ahora pareciera, sin embargo, que Sting dejó que el tiempo siguiera su marcha cíclica. Sus nuevas canciones están compuestas a la medida de los éxitos de verano, con un estilo relajado, unas letras sencillas y la colaboración del artista jamaiquino Shaggy. Puede leer: El romántico científico La revista especializada Billboard se refirió a estos dos músicos como “el dúo más inverosímil de 2018” cuando arrancaron una gira mundial el pasado mes de junio. Lo cierto es que las noticias que nos van llegando de esa gira son apoteósicas. Su presentación en el Festival de Jazz de Curazao, a finales de agosto, fue el punto de perfeccionamiento de la fórmula: ese contraste de voces, de acentos, funciona porque terminan complementándose a la vez que refuerzan sus roles. Sting está casi todo el tiempo quieto, tocando su bajo eléctrico que es el pulso de la música; Shaggy, por su parte, brinca de un lado a otro animando al público. Tampoco es nueva esta llegada de Sting al sonido jamaiquino. Ya desde sus años con el grupo The Police había canciones que flirteaban con el reggae, como Message in a Bottle y Walking on the Moon. En la gira, Sting revive estos temas y le permite a su colega improvisar una serie sabrosa de retahílas vocales en la mitad. Algo que empieza a quedar claro es que no se toman demasiado en serio. Son dos amigos que están pasando un buen momento, viajando juntos por el mundo. “Mi esposa, Trudie, está preocupada por el rumbo que está tomando esta relación”, le dijo Sting en broma al periodista Emilio Sánchez. No será tan extremo, pero algo de farra sí tiene el proyecto. Le sugerimos: Un aroma de los Andes Lo cual nos lleva al disco, que es el punto de partida de todo esto. Son 15 canciones agrupadas bajo el título de 44/876. Lo que parece un número de control interno de la sesión de grabación es en realidad la combinación de los indicativos de teléfonos de Inglaterra y Jamaica. Esos números sugieren el origen del proyecto, tan informal como una conversación telefónica en la que de pronto se encuentran voluntades en común. Y así imagina uno que fueron emergiendo las canciones, escritas a cuatro manos, pero sin mucha intención de trascendencia. Más bien pareciera ser, para Sting, el pago de una deuda pendiente con el reggae. La canción Morning is Coming, con su alusión a un ruiseñor de canto dulce, pareciera una segunda parte del clásico Three Little Birds de Bob Marley. Y Don’t Make Me Wait, dedicado a una chica que tarda en entregarse a su novio, está enmarcada dentro de una tradición caribeña de canciones similares (como Wait in Vain, del mismo Marley, sin ir más lejos). ¿Saldrán de aquí clásicos para el futuro o se trató simplemente de un divertimento? La revista Rolling Stone fue implacable en su crítica del álbum, anotando que “un poco más de sustancia habría sido bienvenida”. Tal vez sea importante apuntar que en la trayectoria de cualquier artista hay dos clases de proyectos: unos en los que demuestran todo lo que son y otros en los que no buscan demostrar nada, en los que la única búsqueda es el placer mismo del arte. De eso se trata esta gira. A eso quieren dedicarse estos dos trotamundos, antes de que vuelva el otoño.