La buena onda y el baile son una promesa básica para una noche de disco, soul y funk. Y en la del 15 de mayo de 2024, en el Movistar Arena, esta promesa se cumplió con creces, superando expectativas. Las agrupaciones entregaron lo suyo, y la gente, tímida en un principio, también dejó su entusiasmo sin importar la edad. Se vio a gente en sus veintes y a gente en sus setentas mover el esqueleto, y claro, a todo el espectro generacional entre estos picos.
En entrevista con nosotros, previa al concierto, Robert ‘Kool’ Bell, líder, bajista y único integrante original vivo de la legendaria banda (que integrará el Salón de la Fama del Rock’n’Roll desde octubre), dijo que los diez integrantes actuales de la agrupación traerían la fiesta a Bogotá. Cumplieron. Arrojaron una propuesta rotunda, fresca, ejecutada con sabor, con timing y muchísimo talento. “Los Diez Magníficos” que integran Kool & the Gang, como los denominó su líder, respetaron y honraron el gran legado de los fallecidos y les dejaron una memoria hermosa a sus seguidores.
Pero ellos cerraron una noche larga, en la que cada una de las tres partes, incluyendo a Village People y al DJ radial retro Alejandro Villalobos (a quien le correspondió animar el tiempo entre conciertos con hits de pop y rock ochentero y noventero, que supo escoger bien), sumó su valiosa cuota.
Hace falta un pueblo para educar a un niño...
Temprano en la noche, a las 7:20 p. m., Village People salió a escena. Al frente, su líder Victor Willis, acompañado de su banda doble, de músicos por un lado y de hombres disfrazados, bailarines y coristas, por otro. Entre estos, dos integrantes de esa camada original que llevó la cultura queer al mainstream, a la cultura popular, a finales de los setenta. Lo hizo desde sus estereotipos marcados, desde sus personajes, sus coreografías y sus coros pegajosos, jingles casi de una época y de un movimiento que hasta ese punto empezaba a decir “acá estamos y esto somos”.
El baterista original de la banda, quien según Willis es el que ha tocado siempre y grabado en sus discos, hace una gran diferencia; desde los tambores no pierde un beat y es el corazón rítmico de la experiencia disco que ofrece Village People Live, como decía su telón de fondo. También estuvo en escena el soldado de siempre, de Atlanta, Georgia, James Logan, que con la edad ha perdido la plasticidad de los hombres más jóvenes que lo acompañan, pero a quien se le reconoce su peso y su contribución; se le entienden sus limitaciones. Por eso, se aplaude su entrega.
El grupo hace las veces de telonero, se sabe, pero esto solo se hace evidente, a nivel de potencia sonora, cuando toca la banda principal (una obviedad, sí). El sonido de Village People pudo ser más claro, pero le bastó, y aprovechó su esqueleto de batería y bajo, supremamente firme. Las contribuciones de su potente percusionista y de su guitarrista, bajo el comando del hombre de los teclados, quien dirige la operación musicalmente y suple vientos y cuerdas, redondearon una memoria de gozo. Más no se les puede pedir. Se imagina uno, eso sí, cómo sonaría una entrega con vientos y cuerdas, a full instrumentación. Sería, sin dudas, espectacular.
Los bailarines y coristas no están por debajo del reto. Entregan la cuota alta de entusiasmo y movimiento coordinado que se les pide y un poquito más. Se destaca especialmente el jefe indígena, de origen latino, que suma el mayor despliegue físico y anímico. Del otro extremo, fue curioso ver al obrero de construcción, de lejos el más inexpresivo. El vaquero y el motociclista de cuero fueron los más Hollywood en look y en actitud.
Del lado de la voz, así como se anotan las limitaciones de Logan en el baile, se hacen evidentes las de Victor Willis en el canto. Pero es el alma, la cara y la voz principal de la agrupación, sin él, no hay tal. Willis acepta que su cuerpo y su voz no están en el lugar que lo llevaron a convertirse en ícono, pero no negocia la actitud. Él estuvo en la creación de este experimento disco de nicho que estalló. Él lo comanda ahora, luego de haberlo reclamado y retomado de los anteriores productores, y eso, de nuevo, merece respeto y aplausos. Y la gente, con o sin ese contexto, pareció entenderlo todo y agradecer. Por eso le devolvió baile y le devolvió canto.
En el concierto, que va mezclando canciones con dinámicas e interacciones con el público, con dosis de “recreacionismo”, hubo tiempo también para subir a varias parejas al escenario y ponerlas a bailar. Y cada una, a su manera y con su brillo y su franqueza corporal, dejó una bonita impresión. Los más aplaudidos, un joven de camisa verde brillante y su madre. Sin conocer su historia, se sintió como un momento significativo para los dos.
En lo que a canciones se refiere, “Macho Man” sonó especialmente bien, con ese arranque expresivo y musicalmente marchante de Body (body), wanna feel my body (wanna feel my body), Body (baby), such a thrill, my body (such a thrill, my body). Otras como “Go West” (que Pet Shop Boys versionó) y “I Am What I Am” y “In the Navy” fueron muy bien ejecutadas. Y claro, se despidieron con su megaéxito “Y.M.C.A.”. Antes de tocarla y cerrar por lo alto, le dieron al público instrucciones del baile coreografiado, dejando indicaciones importantes, como que en la letra C se gira a la izquierda.
El impacto de esta banda, que muchos pueden tildar de caricaturesca (es imposible de olvidar su gloriosa aparición en Los Simpson) se mide en el orgullo de quienes llevan sus disfraces y se liberan ante la música que comparten. Eso sucedió anoche para abrir la bella noche. Respeto.
Kool & su tromba / Plenos poderes
Luego de Village People vino un set corto pero interesante de Alejandro Villalobos. Por más de que no se escuchó a sí mismo gracias a monitores defectuosos, el DJ sí aprovechó para recrear su vieja mini-tk en ese espacio y lanzar varios hits de rock y pop (y ofrecer sus servicios para fiestas de 15, de 40, de divorcio...). Sus canciones escogidas se magnificaron con la respuesta de la gente y el potente sound system del Movistar. La última, para dejar a la gente en el código de la época, fue I Feel Love, de Donna Summer.
Y entonces llegó la hora del plato de fondo, de la banda que desde 1964 empezó a tocar junta, pasando por varios ritmos, como el jazz y el Motown antes de librarse a las ondas funk de los setenta e incursionar en ondas pop de los ochenta.
Según le contó Kool Bell a la audiencia, en sus primeras palabras tras aparecer en escena con un vestido estelar, dorado y brillante, en 1969 acuñaron el nombre que hasta hoy los acompaña. Porque pasaron por varias etapas hasta llegar a Kool & The Flames, pero cuando el enorme James Brown (quien arrancó su carrera en The Famous Flames) les reclamó, decidieron cambiarlo. Pero no nos adelantemos...
El concierto comenzó utilizando de inmediato la pantalla grande de fondo, donde se proyectó un corte emocionante del recorrido de la banda, que hilvanó maravillosamente música y fotos históricas. Y entonces sí aterrizó la banda. Todos los músicos, menos Kool Bell, se tomaron la escena, abriendo la noche con “Open Sesame”, esa brutal pieza que sonó (y suena aún) genial en la película Saturday Night Fever y que retumbó de manera increíble en Bogotá para establecer el código sonoro de vientos poderosos que vendría.
Es difícil poner en palabras lo que fue escuchar esos vientos en vivo, pero glorioso funciona. Y fue especialmente gratificante después de sentirlos algo ausentes en la propuesta anterior. Kool & The Gang también tiene mucho de coreografía, y la ejecutó con impecable coordinación. En sus movimientos, en su repartición del espacio físico y sonoro.
Bell nos dijo que cada músico de su banda tendría la oportunidad de brillar. Sucedió. Cada uno tuvo su momento; de hecho, tuvieron varios en los que se llevaron el spotlight al cielo y lo devolvieron. El trompetista, trombonista, saxofonista, guitarrista, vocalista, teclista, todos y cada uno dejaron a la gente boquiabierta con los solos que ejecutaron, elevando canciones ya de por sí espectaculares. Y, a diferencia de lo que sucede con Village People, aquí no se trata de esa voz que recodamos de los discos, pero el encargado ofrece una entrega vocal tan irrebatible que hace creer que lo es, que el tiempo no pasa...
El setlist fluctuó entre ese poder funkero y disco de la banda de la mencionada “Open Sesame” con la sensaciosuavidad de canciones como “Fresh”, “Misled” (intensa, sí), “Too Hot” (liderada por una hermosa guitarra) y “Joanna”, que sorprendieron por el sonido tan claro en sus partes y tan cohesionado, que nuestras cabezas terminan de completar. En estas canciones iniciales, Kool y sus muchachos redefinieron sonoramente lo que la palabra smooth significa en esta ciudad.
Luego de una estilo Motown,“Take My Heart” comenzaron a desatar su lado más funkero con “Let the Music Take Your Mind” (con otro gran solo de guitarra), y una tanda brava, “Funky Stuff” (slap dat bass!), “Jungle Boogie”, “Hollywood Swinging” (con un excepcional solo de trombón), en la que enormes canciones fueron elevadas por enormes músicos, con un sonido maravilloso, llevadas por líneas de bajo de sabor histórico y enriquecidas por vientos soñados.
Con “Summer Madness” cambiaron el flow; imposible no hacerlo con esa cadencia más lenta y ese sonido de sintetizador supersónico. Y luego aterrizaron la vibra con “Cherish”. Nunca aprecié mucho esa canción, pero tras semejante tanda, reconociéndola sobre el agradecimiento del amor que existe (por alguien, por la vida, por la música), sonó pertinente y bella. Para las muchas parejas en el Movistar, sin duda, fue un momento de bajo tempo musical y altas vibraciones emocionales.
Antes de la seguidilla de cierre, tocaron “Let’s Go Dancin’ (Ooh, La, La, La)”, quizá la más alegremente caribe de sus canciones. Y entonces lanzaron el final, categóricamente fiestero como se esperaba, con “Ladies Night”, “Get Down On It” y “Celebration”. La banda y su gran líder manejaron los tempos de la noche para hacerla siempre excepcional. En épocas de inmediatez y viralidad, Kool & The Gang recordó que la experiencia y las décadas repartiendo onda son semillas de momentos genuinamente felices.
Unas leyendas absolutas, un legado elevado desde su presente, Kool & The Gang sonó increíble en Bogotá.
Dress Code / Funky Disco
Sin público no hay concierto. De muchas edades, de varias generaciones, en el Movistar Arena (que no abrió su tercera bandeja) apareció gente que bailó la música de estas bandas en los ochenta y otra que las conoció en las discotecas, en la radio, en las películas...
Es curioso siempre ir a un concierto con sillas, porque lo primero que piden los artistas en escena es que se levante la gente. Más allá de que lo digan y lo pidan, la música se encargará de parar a la gente, especialmente en estos géneros. En su gran mayoría, la gente bailó y gozó. No que fuera imposible bailarlo sentado si las energías se hacían cortas.
Quizá no hubo tantos disfraces como se esperaba, pero los que hubo fueron notables, y sumaron al espíritu de la ocasión...
Una marca de licor aprovechó para hacer una activación en pleno centro del escenario, con una pista de baile multicolor y personajes salidos de una Saturday Night Fever del siglo XXI.
La actitud no se negocia a la hora de ver artistas que mueven el espíritu y agitan el gozo.