Byung-Chul Han La desaparición de los rituales Herder, 2020 Libro virtual No es difícil saber por qué Byung-Chul Han es uno de los filósofos más solicitados de la actualidad. Sus ensayos son breves, con una argumentación sólida y clara. Quizás mientras aprendía alemán y leía con gran esfuerzo a Hegel, sobre quien hizo su tesis de grado en la Universidad de Friburgo –“de Hegel solo se puede leer una página al día” –, decidió que él sería distinto a la hora de comunicar sus pensamientos. Y a fe que lo consiguió. O quizás, simplemente, su estilo es una feliz conjunción entre un estudiante coreano de ingeniería metalúrgica y la densa academia alemana.

Su obra es una crítica concienzuda al capitalismo neoliberal y a la sociedad globalizada. La desaparición de los rituales, su nuevo libro, es una síntesis de su pensamiento y un mapa del presente, que él considera una modernidad tardía. Un texto escrito antes de la pandemia, pero que podría ser bastante útil para reformular el mundo que surgirá después de esta crisis. Aunque Byung-Chul es escéptico de que se produzcan grandes cambios: “La crisis del coronavirus ha acabado totalmente con los rituales. Ni siquiera está permitido darse la mano. La distancia social destruye cualquier proximidad física. La pandemia ha dado lugar a una sociedad de la cuarentena en la que se pierde toda experiencia comunitaria. Como estamos interconectados digitalmente, seguimos comunicándonos, pero sin ninguna experiencia comunitaria que nos haga felices. El virus aísla a las personas. Agrava la soledad y el aislamiento que, de todos modos, dominan nuestra sociedad. Los coreanos llaman ‘corona blues’ a la depresión consecuencia de la pandemia. El virus consuma la desaparición de los rituales. No me cuesta imaginar que, después de la pandemia, los redescubramos”. (Entrevista con César Rendueles en El País). En su libro, más crítica cultural que filosofía, Byung- Chul plantea que los ritos son acciones simbólicas que transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una sociedad. Los símbolos generan comunidad sin comunicación, pero hoy predomina la comunicación sin comunidad. Al ser una forma de reconocimiento, la percepción simbólica percibe lo duradero. Así, el mundo es liberado de su contingencia y se le otorga permanencia: “El mundo sufre hoy una fuerte carestía de lo simbólico. Los datos y las informaciones carecen de toda fuerza simbólica, y por eso no permiten ningún reconocimiento”.

Los rituales, dice Byung-Chul, dan estabilidad a la vida y son en el tiempo lo que una vivienda en el espacio. El tiempo carece hoy de una estructura firme; no es una casa sino un flujo inconstante. Pasamos de una información a la siguiente, de una vivencia a la siguiente, de una sensación a la siguiente, sin finalizar jamás nada: “Hoy la intensidad deja paso en todas partes a la extensión. La comunicación digital es una comunicación extensiva. En lugar de relaciones, se limita a establecer conexiones”. La percepción y los hábitos se vuelven seriales. Eliminada la duración, consumimos más. El constante update o actualización, que abarca todos los ámbitos, no permite ninguna duración ni ninguna finalización. La permanente presión para producir lleva a la pérdida del hogar. La vida se vuelve fugaz y contingente. La “percepción serial” aumenta el déficit de atención, y “morar” necesita duración. Una sociedad de individuos aislados, narcisistas, solitarios, deprimidos, perpetuamente insatisfechos, que desechan las formas y privilegian la autenticidad, “la liturgia del yo”; que prefieren la pornografía a la seducción y el erotismo; el trabajo al juego; el dataísmo al ritualismo. Tal es la sociedad creada por el capitalismo neoliberal, que en estos momentos no se encuentra desacelerado sino retenido: puede regresar con más ímpetu.

Por si las dudas, Byung-Chul advierte en el prefacio que su ensayo no pretende el regreso a un “lugar añorado”. No es nostálgico de ningún pasado: solo quiere hacer una genealogía de la desaparición de los rituales y perfilar “las patologías del presente”. Su óptica es fenomenológica, no decadentista. Él leyó despacio a Hegel, pero lo leyó bien.