En palabras del crítico teatral y dramaturgo Moisés Ballesteros, que le dedicó un merecido perfil en kioskoteatral.com, tras una labor de aplauso en pro de la dramaturgia en Colombia, “la labor de Carolina Vivas es una de las más completas del quehacer teatral de la ciudad; su proyección, desde el principio, ha procurado por la reivindicación del oficio acompañando a muchas generaciones en la formación para la dramaturgia”. Razón no le falta, porque la bogotana, nacida en 1961, además de dramaturga, directora y actriz, brilla como investigadora, formadora y gestora de espacios de discusión y creación, todo con el fin de robustecer la conversación y la escritura del teatro en el país.
En ese marco, bajo su gestión, dirección y batuta, regresa el Encuentro Iberoamericano de Dramaturgia: Punto Cadeneta Punto, en su quinta edición, gestado por Umbral Teatro y Punto Cadeneta Punto, grupo de investigación. Del 2 al 16 de agosto, con la lengua catalana como invitada de honor y la presencia primeriza de Brasil, el encuentro ofrecerá (sin costo) 40 actividades artísticas y académicas, alimentadas por 16 maestros internacionales y 26 invitados nacionales. Y, como nunca antes, la programación se extiende a seis ciudades, Cali, Medellín, Cartagena, Bucaramanga, Villavicencio y Bogotá. Sobre el evento y sobre la dramaturgia en Colombia, SEMANA habló con la maestra Vivas, y esto dijo.
SEMANA: ¿Qué viene ensayando estos días?
CAROLINA VIVAS: Estos días estamos a punto de estrenar Ay, Carmela, del maestro español José Sanchis Sinisterra. El encuentro quiere rendirle un homenaje en vida, porque los póstumos no sirven para nada. Y no hay mejor homenaje para un autor que el que monten su obra. Ha sido montada en toda América, menos en Colombia. El maestro está muy contento, y es lo que vamos a estrenar, en la inauguración del evento, en Cartagena.
SEMANA: Es la quinta edición del encuentro, cuéntenos de la dinámica el mismo…
C.V.: El encuentro se hacía cada dos años, pero vino la pandemia y me tocó parar. Así que ahora decidí ponerme al día. Por eso lo hemos venido haciendo anualmente, en 2022, 2023 y en este 2024. Y esperamos regresar a su carácter bianual. El encuentro convoca a dramaturgos y a dramaturgas de toda Iberoamérica, pero en esta versión decidimos ampliar el foco y tener como invitada de honor a la dramaturgia catalana e invitar a Brasil, que no había participado.
SEMANA: Hay varios encuentros de teatro, pero no tantos de dramaturgia...
C.V.: Quizá la importancia de este encuentro es su especificidad. Hay cualquier cantidad de festival de teatro, y todo gira alrededor del hecho teatral, es decir, de las obras de teatro presentadas al público. Pero este, en torno a la dramaturgia, es un encuentro en torno a la escritura de los textos teatrales. Es un encuentro de escritores y no de teatristas.
SEMANA: ¿Cómo define el espíritu del encuentro?
C.V.: En los años ochenta tuve la oportunidad de ser actriz en el Teatro La Candelaria. Y en realidad, haciendo algo de historia, en el espíritu de La Candelaria encontré la fuerza y la motivación para hacer un encuentro como este. Esos años marcaron una época tan vigorosa del teatro con sus particularidades históricas. Y tenía algo maravilloso: un hambre impresionante de conocimiento, y como en aquel entonces había muy pocos apoyos del Estado, no nos encontrábamos tanto alrededor de las cosas gremiales para esa clase de luchas y conquistas muy importantes, sino que nos reuníamos alrededor del oficio y del conocimiento.
En esa época, de lo que se conoció como el Nuevo Teatro Colombiano, que era, ni más ni menos, el ingreso del teatro colombiano al teatro moderno, nacen las raíces de este evento. Su primera versión fue en 2014, y el proyecto Punto Cadeneta Punto es un proyecto de formación y de investigación, en escritura de teatro, específicamente. Y así nos hemos mantenido, porque la tentación de que el teatro nos devore es grande. De hecho, tenemos una obra para inaugurar, de un catalán, dado que la lengua del homenaje es la catalana. Y el teatro está hecho para llegar a escena, entonces nos pareció importante. Por eso, habrá solo dos obras: Ay, Carmela, y una obra del maestro Albert Tola.
SEMANA: Háblenos de Albert Tola, y de ese trabajo que mostrará en Bogotá...
C.V.: Es quizá uno de los más importantes dramaturgos catalanes en la actualidad, un hombre relativamente joven, de escritura supermadura. Y trae este monólogo Joven llama, que vamos a presentar en el Teatro La Candelaria el 2 de agosto (7:30 p. m.). Quisiera no adelantar nada, porque así lo ha pedido el autor. Pero se trata del escritor catalán del momento, junto con el maestro Guillem Clua. Serán cuatro los invitados catalanes.
SEMANA: Más de 300 participantes significan un esfuerzo de producción muy importante...
C.V.: De alguna manera, apenas termina el encuentro, el 16 de agosto, y el 17 estamos trabajando en la siguiente versión. Hay mucho por hacer Y me interesa señalar, como dato importantísimo, que este año logramos la colaboración del Instituto Ramón Llull, de Cataluña, y ese generosísimo apoyo nos permite entablar ese diálogo con sus escritores. Lo hacemos con los recursos que cuento, que hay que decirlo, son los que hay, y suelo estar agradecida con recibirlos. He contado en los últimos dos años con el apoyo del Ministerio de Cultura, pero en todas las otras versiones hemos hecho homenaje a nuestro nombre, Punto Cadeneta Punto, que es un tejido, una puntada. Esto es realmente un tejido de voluntades, hecho regularmente con el esfuerzo de los autores y de quienes participan. El encuentro se ha ido ganando un lugar tan importante que ya el Estado reconoce su pertinencia y entró a apoyarnos. Pero ha sido un esfuerzo del teatro independiente de muchos años.
SEMANA: ¿Se siente el teatro más acompañado bajo este Gobierno?
C.V.: Con este Gobierno recibo apoyo por primera vez, estos dos años. Evidentemente, cuando las políticas públicas se concretan en apoyos a proyectos específicos, que responden a una necesidad muy sentida del sector teatral, siento que se están haciendo las cosas bien. Pero, desde luego, lo más sano es mantener una mirada crítica, por más que haya reconocimiento a los aciertos, porque estos no pueden obnubilar esa mirada crítica. Y si bien este proyecto recibe el apoyo que se merece (es el proyecto, realmente, el que lo recibe, y la dramaturgia del país) sí creo que hay muchísimas cosas que conversar. Como, por ejemplo, el desequilibrio absolutamente insólito en el dinero destinado al apoyo de unas artes y no de otras. ¿Cómo puede haber 370.000 millones para un arte determinado y 14.000 para el teatro? Para responderte, siento que hay una voluntad de diálogo, una apertura, un querer escuchar al sector, y en ese tejemaneje, en ese tire y afloje, hay un diálogo vivo que estuvo cortado por muchísimos años.
SEMANA: ¿Se puede definir la dramaturgia colombiana?
C.V.: Lo primero que diría es que está absolutamente viva y vigorosa, y eso quiere decir que hay una producción importante, porque aquí salen dramaturgos de debajo de las piedras, de verdad. La gente tiene una necesidad enorme de hablar, de escribir, ¡hay 320 inscritos de todo el país para este encuentro! Y este año, considerando que no todo el mundo puede venir a Bogotá, incluí cinco ciudades en las que los maestros van. Este proyecto no tendría sentido si no hubiera un sector considerable de dramaturgos y dramaturgas, en realidad de teatristas, porque son ellos los que van transitando de la actuación y la dirección hacia la dramaturgia. Desde luego, hay dramaturgos de oficio, que no actúan ni dirigen, pero es un sector más pequeño. Y el que este encuentro tenga que ser cada vez más grande, no por megalomanía, sino para responder a las necesidades del sector, lo demuestra.
Y además, nuestra dramaturgia está viva porque es diversa, en cuanto a sus formas, a los recursos, a las técnicas y a los procedimientos. Ahora, en un país como el nuestro, donde tenemos de manera tan inmediata, todos los días, un bombardeo de sucesos que están al límite de lo incomprensible, que uno se pregunta cómo pueden suceder, eso nos exige a los artistas y dramaturgos encontrar los lenguajes que nos permitan dar cuenta de esas realidades casi que obscenas, dar cuenta de ellas desde la poesía, desde la orilla del arte. Porque no podemos cerrar los ojos frente a la oscuridad. Yo siento que lo que hace la dramaturgia colombiana es mirar esas zonas donde al establecimiento no le conviene que pongamos los ojos. Y eso tiene que ver con muchos aspectos del ser humano, no solo con problemas abiertamente sociales, sino también con lo íntimo. La dramaturgia colombiana se atreve a mirar a muchas zonas de su realidad y a encontrar los lenguajes para hacerlo. Es rica, viva, pertinente y merece este apoyo e impulso que está recibiendo.
SEMANA: ¿Se puede hablar de evolución en esta dramaturgia?
C.V.: Pasa que las realidades van cambiando, y, por lo tanto, tiene uno que ir buscando los lenguajes que le permitan dar cuenta de las nuevas realidades. Sin embargo, así como las realidades van cambiando, hay aspectos de la realidad que desafortunadamente perduran. Algún día me dijo alguien: “¿Por qué sigue hablando de la pobreza, si eso pasó de moda?”. Le dije: “¡Quizá habrá pasado de moda hablar de la pobreza, lo que no ha pasado de moda es la pobreza! Ojalá pasara de moda”.
Pero la dramaturgia colombiana no mira solamente los aspectos que tienen que ver con la guerra o con las luchas sociales. Hay cambios en nuestra dramaturgia, porque es natural que todo cambie, pero no diría que es evolución, como si estuviéramos mal antes y ahora estemos bien. Pero sí es necesario mirar a todos los aspectos de la realidad, y todas las miradas son importantes. Hay importantes apuestas a mirar desde lo íntimo, a mirar detrás de la puerta, a mirar asuntos que no son reconocibles o no se refieren a hechos históricos, pero pueden aludir a ellos... Ha habido un cambio, y estaríamos muy mal si no hubiéramos encontrado nuevas maneras y formas artísticas para tocar las realidades que nos interesa investigar.
SEMANA: Desde los años ochenta hasta hoy, ¿se ha mejorado en espacios de teatro?
C.V.: Colombia tiene un fenómeno envidiable, el programa de ‘Salas concertadas’. De hecho, en la administración de la maestra Patricia Ariza se abre la línea de salas concertadas a una gran cantidad de espacios que había en el país, pero en las zonas rurales. Entonces, en este momento, hay espacios donde hacer nuestras investigaciones, donde presentar nuestro trabajo, espacios independientes que son referentes de encuentros y trabajo comunitario, tanto en el campo como en la ciudad. Ese es uno de los rasgos más importantes que sobreviven en el teatro en Colombia, y la ley del espectáculo público ha permitido dotar muy bien esos teatros. Y esto tan positivo hay que reconocerlo y defenderlo.
SEMANA: ¿Qué hace del teatro un arte único?
C.V.: En primer lugar, está hecho de nosotros mismos. Entonces, frente al peligro, así lo veo; perdón, jóvenes, soy viejita, de que el mundo nos entre por una pantalla, perdiendo la posibilidad del abrazo; el peligro de tener que dictar un curso de dramaturgia escrita con memes o con emoticones, que es hacia donde vamos en la reducción del lenguaje, el teatro se hace necesario y único. Siempre digo que este es un arte hecho de sangre, carne y hueso, pero, además, es un hecho social importantísimo, porque supone la presencialidad, supone el encuentro. Y hay de ritual en el teatro, y recuperar ese aspecto ritual en una sociedad víctima de la virtualidad (me perdonan las palabras tan fuertes) y víctima de una saturación de imágenes, es esencial. En ese contexto, la imagen artística y la imagen teatral, el encuentro, el convivio, como se le llama, es importantísimo y no lo va a poder reemplazar absolutamente nada.
Después de la pandemia la gente se volcó a las salas de una manera increíble. Vivo satisfecha porque nuestras salas, nuestros pequeños territorios de libertad y encuentro, donde ejercemos finalmente la paz, están abiertos y con público.
SEMANA: ¿Algún montaje le ha llamado la atención en Colombia o el mundo?
C.V.: Estuve seis meses fuera del país. Después del encuentro pasado, agotada, salí. Y estuve dirigiendo un montaje en Portugal, luego fui a Estados Unidos, y ahora regreso. En Portugal me encerré en un pueblito que se llama Vila do Bispo, y vi un montaje de teatro rural, de títeres, lindísimo, en un teatro de objetos, chiquitico. Y ahí, en la época de la dictadura en Portugal, armaron un montón de escuelas, todas igualitas. Y ahora esas escuelas no tienen estudiantes, se las han dado a los artistas.
Y, en dos días que estuve en Madrid, cometí la locura de ir a ver ‘Camargo’, de Johan Velandia. Hice la ‘colombianada’, y disfruté enormemente de sentir cómo el trabajo de un autor joven tan representativo de nuestra dramaturgia como el de Johan era excelentemente recibido por el público, porque lo presencié en esa función en España.
SEMANA: ¿Está escribiendo en el momento? ¿Cuánto aborda el proceso?
C.V.: En este momento estoy trabajando... Lo que pasa es que soy lenta como ninguna, y me encanta trabajar sin ningún afán. No escribo por encargo, no escribo para nadie, entonces mis materiales se toman muchísimo tiempo madurando.
Le he dado vueltas durante siete años y medio a un material que se llama ‘El descuido del ángel’. Y como Bellas Artes (el Instituto Departamental de Bellas Artes) de Cali me pidió un texto para publicar, pensé que después de siete años y medio, era hora de ponerle punto final. Y es que todo material podría seguir decantándose, pero ¿hasta satisfacer qué? Así que, finalmente, la terminé. Era como un noviazgo largo, en el que uno todavía lo quiere, pero no vas a nada si sigue. Y me pasó una cosa bonita. Me llamaron de Bellas Artes, y yo le había contado a la editora que no le tenía mucha confianza al texto, porque yo nunca le tengo mucha confianza a nada, y creo que en el fondo es mejor no enamorarse de lo que uno hace. Pero me llamó y me dijo que la correctora de estilo estaba feliz, que de todos los textos este le había fascinado. Y he empezado a recibir comentarios, porque este era un trabajo tan íntimo que nadie lo había visto.
Entonces, terminé El descuido del ángel, y estoy trabajando un texto que se llama El vuelo de Leonor, en lenguaje nasa yuwe, que es un texto de autoficción, un homenaje a mi madre. Y también estoy haciendo un experimento de escritura, rarísimo, en el cual el soporte no es el personaje teatral. Es una dramaturgia sin personaje, y eso ya es lo suficientemente raro. Estoy trabajando en eso, veremos qué sale, y tengo su estreno en la Julio Mario Santo Domingo, el 23 de febrero de 2025. Es otro de esos textos que llevo manejando en simultánea, en los que me demoro años. Con este es peor, llevo 11 años con él, hasta que encontré su forma final, y ahora lo estoy montando. Teatralmente hablando, viene el estreno de Ay, Carmela en el marco del encuentro.
SEMANA: ¿Algo que quisiera añadir?
C.V.: Agradezco mucho este espacio porque, en general, eventos muy importantes y de mucha contundencia como este no tienen la posibilidad de visibilizarse. Y si bien la importancia está en lo que le queda a la gente que participó, el poder visibilizar estas iniciativas, exitosas, de diálogo, de alianza estratégica entre teatristas y el Estado, para el desarrollo del país, es clave.
Quisiera cerrar diciendo que creo que es legítimo que los artistas busquen sus recursos compartiendo el conocimiento, pero este es un proyecto en el que nunca, nadie, jamás, durante todos estos años, tuvo que pagar dinero. Se han creado las condiciones desde Umbral Teatro (su grupo) y desde nuestros aportantes en el Estado y en la Academia, que han permitido que todas las personas que han pasado por aquí, más de 1.000, hayan estudiado dramaturgia becadas.