"El hecho de que, hasta ahora, no hayamos intervenido en el cine escribía Trotski en 1923-prueba hasta qué punto somos torpes e incultos, por no decir estúpidos. El cine es un instrumento que se impone por sí solo, es el mejor instrumento de propaganda"."Apoderarse del cine", "controlarlo" , "intervenir en el cine" son expresiones que no cesan de repetirse en Trotski, en Lenin, en Lunacharski y en general en cualquier dirigente socialista, aunque el mismo Vladimir Ilich no llegó a interesarse mucho por el cine, y, según cuenta Krupskaia, se salía a media película y se volvía a sus queridos escritos. También los dirigentes de China Popular han tenido tales opiniones muy en cuenta, lo cual se podrá confirmar fácilmente si se va a ver "La Guerra del Opio", que actualmente se proyecta en el Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán. Esta película, en su afán de reconstruir un hecho histórico en un tono edificante, cae en la simplificación excesiva y la propaganda cruda disfrazada con un aire de alta moralidad: las masas populares son incorruptibles.El argumento de la película gira alrededor de los acontecimientos de 1840, cuando los ingleses atacaron a China con el pretexto de defender sus intereses comerciales. Estos eran, nada menos, que las fabulosas ganancias obtenidas por Inglaterra debido al tráfico de opio que sus comerciantes habían implantado en el territorio chino. En la última mitad del siglo XVIII, los ingleses se dieron cuenta de que el opio era una mercancía altamente rentable. Producido en la India, en ese entonces colonia inglesa, su rendimiento y exportación fue incrementado mediante la presión a los campesinos hindúes para aumentar los cultivos y construir laboratorios en Calculta con el fin de procesarlo en grandes cantidades y satisfacer los gustos de los opiómamos en China.Muchos de los comerciantes ingleses amasaron grandes fortunas. Algunos lograron ser elegidos al parlamento y otros fueron condecorados. Tal es el caso de William Jardine, el mayor de los traficantes ingleses de opio, quien se abrió camino hasta llegar a la Cámara de Comunes sin mucha dificultad en 1941. Otro traficante, James Matheson, a su regreso a Inglaterra desde China en 1941, compró una isla más allá de la costa occidental de Scotland y luego fue condecorado por la reina Victoria.Como se ve, el tema de la película es muy rico y son muy variadas las perspectivas desde las cuales se le puede abordar. Sin embargo, el resultado final obtenido por los directores Huang Shao-fen y Tsa Wei-yeh es tan pobre que "La Guerra del Opio" raya en lo caricaturesco. Más preocupados por idealizar el papel de las masas populares en el conflicto que por el hecho histórico real, crean una atmósfera épica totalmente artificial, lo cual tiene connotaciones desastrosas en un arte tan ligado a una sensación de realidad como lo es el cine.En la película, el pescador chino y su compañero, "hombres sencillos del pueblo" que encarnan la colectividad, pertenecen a un mundo ilusorio de clichés. Tienen tan poca realidad como el "super-héroe individual" de cualquier película media producida en Hollywood. De ahí que la atmósfera épica que envuelve la cinta de principio a fin no tenga ninguna fuerza. En realidad, no existe un intento por separar el drama de Lin Tse-su (el noble que se opone a los ingleses) de las circunstancias que le daban su verdad, cayendo con ello en esquemas teóricos: pueblo glorioso-invasor sanguinario.Sin embargo, "La Guerra del Opio" tiene su encanto. Si tenemos en cuenta que una película siempre acaba desbordada por su contenido, podemos afirmar que en esta cinta se conoce un poco más sobre la China actual que sobre la del siglo pasado. Al sobrepasar la realidad representada la China de 1840), la película nos permite alcanzar una zona de la historia aparentemente oculta, inasimilable, no visible: la China posterior a la "Revolución Cultural", época en la que la preocupación principal fue colocar al pueblo en un pedestal romántico.Aunque debemos confesar que este tipo de afirmación nos incomoda desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, no pudiendo menos que notar en ella cierto tono condescendiente. -Rafael Parra Grondona -