El pasado martes 10 de octubre, parado en el teatro Santander de Bucaramanga, batuta en mano, frente a los 80 músicos de la Orquesta Sinfónica de Colombia, Yeruham Scharovsky no pudo contener el llanto. Sus pupilos, resignados, lo observaban a la distancia. Sabían de sobra que el maestro argentino de origen israelí vivía horas difíciles. Horas de dolor. Hacía solo tres días el mundo se había estremecido con la noticia del ataque a varias ciudades de ese país por cuenta del grupo terrorista Hamás.
Entre las víctimas, contaría Scharovsky luego, había varios amigos y conocidos.“Esos muchachos de la orquesta se encargaron de salvar ese concierto. Muchos creyeron ese día que yo lloraba de la emoción, de lo feliz que se había sentido el público. Pero la verdad es que aún seguía en shock, con mi corazón y mi mente puestos en Israel”, asegura este músico que desde marzo pasado se convirtió en el director artístico de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Su historia con Colombia es mucho más vieja. Y al país llegó después de dirigir orquestas en casi toda América. En Venezuela, en Argentina, en México y en Brasil. “Fue amor a primera vista”, confiesa, pese a que antes de terminar en este rincón de los Andes suramericanos había dirigido unas 60 orquestas sinfónicas, en más de 30 países, varias de ellas consideradas las más importantes del mundo. Y también en escenarios de ensueño, como la Capilla Sixtina, en Ciudad del Vaticano.
A Colombia llegó por primera vez en 2004. Comenzó dirigiendo algunos conciertos, que después se fueron convirtiendo en nuevas excusas para “regresar a un país donde la gente entrega amor de manera muy generosa. En 2008 me llevé la Orquesta Sinfónica a Israel, donde dimos unos siete conciertos. Hasta los llevé a mi casa, donde como buen argentino los invité a su asadito. Y sucedió que, de repente, uno de los músicos sacó un violín y empezó a tocar cumbia. Todos a bailar... Eso solo te pasa cuando compartes con colombianos”, cuenta Yeruham. Acá, en Bogotá, comparte escenario con cerca de un centenar de músicos, muchos de ellos jóvenes tan entusiastas como él lo fue un día.
Con 17 años, salió del barrio Flores, de su natal Buenos Aires, hacia Israel, tierra de sus ancestros, decidido no solo a convertirse en músico, sino a prestar servicio militar. Ya desde entonces, cuenta Scharovsky en SEMANA, la música lo “acompañaba en el camino”. De niño, dice, se paraba frente al espejo y se imaginaba dirigiendo la Quinta sinfonía de Beethoven y se enamoró, además, “sin saber muy bien por qué, de la novena sinfonía de Chaikovski, que se llama Sueño de invierno”.
Sus padres no estaban muy convencidos de que la música pudiera ser un oficio. Por lo menos, no al comienzo. “Cuando eres judío, los hijos tienen que ser abogados o médicos. Ser músico no es una opción. Pero cuando me fui a Israel me inscribí en una academia de música excelente, en Jerusalén, donde recibí clases magistrales de grandes maestros, como Leonard Bernstein”, relata el músico de 60 años.
Estudiaba flauta y contrabajo. Y su sueño era ser músico y compositor. Pero dos cosas torcieron ese destino: una lesión en el brazo que lo alejó de la flauta y la terquedad de asistir sin falta, todas las tardes durante seis años, a escuchar los ensayos de la Orquesta Sinfónica de Jerusalén, por la que pasaban los más grandes directores de orquesta del mundo. “Después de eso, entendí que ese era también el camino que deseaba seguir”. Su carrera como director comenzó cuando tenía 26 años.
Lo invitaron de varias ciudades de Estados Unidos y al cabo de un tiempo terminó dirigiendo por ocho años a un grupo de muchachos, tan talentosos como humildes, en una favela en Río de Janeiro. “Allí fundé una orquesta de músicos muy jóvenes y con muchas necesidades. Muchos de ellos viajaban hasta tres horas para llegar a ensayar. Y yo les conseguía becas para que estudiaran. Eran 130 chicos que, de repente, comenzaron a grabar música y a viajar por todo Brasil. Años después, cuando volví a Río, supe que muchos de esos muchachos, ya padres de familia, fundaron un conservatorio en mi honor en esa misma favela donde yo los había apoyado cuando solo eran unos chicos. Se llama Escuela Scharovsky”.
El modelo lo replicó luego en España, Francia, Rusia y varios países de Suramérica, a donde llega para dictar clases magistrales, movido siempre por la convicción de que “la música transforma vidas”. En ese camino se convirtió en el primer director de Israel invitado a dirigir la Filarmónica de Moscú, en los tiempos de la extinta Unión Soviética. La idea de ser director artístico de la Orquesta Sinfónica de Colombia comenzó a rondar en noviembre de 2022, cuando se abrió un concurso para ese cargo en el que votan todos los músicos.
“Y felizmente gané por amplia mayoría. Al día siguiente, comencé a trabajar con esos extraordinarios músicos de la orquesta”, dice Yeruham. Como director se ha propuesto democratizar el disfrute de la música clásica. “La idea es compartir escenario con orquestas locales. Acompañarlos en un proceso de formación musical con nuestros músicos. Y realizar conciertos masivos para que cada vez más y más personas conozcan este arte”. Y así, haciendo música en Colombia, fue que lo sorprendió la noticia del ataque de Hamás del pasado sábado 7 de octubre.
“Mataron, degollaron, quemaron vivos a miles. Más de 1.500 civiles en un solo día. Muchos otros siguen secuestrados. Un festival de música de jóvenes que acabó convertido en un escenario de sangre y terror. Cortaban cabezas y se grababan videos, festejando. Algo que se escapa a cualquier entendimiento. Y no solo atacan israelíes. Matan también a su propia gente”. “La pasé muy mal”, relata Scharovsky. “Sin saber muy bien qué había pasado con mi hijo, con mi propia familia. Una de las peores épocas de mi vida. Me agarró una depresión muy fuerte”.
Cuenta que precisamente lo que lo ha salvado del dolor ha sido la música. Sus músicos. “El apoyo de la orquesta me ha ayudado en todo este tiempo, pues el dolor no se ha ido. Pero creo firmemente en el poder sanador de la música. En que la música no destruye. Ojalá aquellos que destinan tantos millones a comprar armas los invirtieran en comprar instrumentos. Un niño con un violín siempre será más feliz que un niño con un rifle”.