La escritora irlandesa Sally Rooney vuelve a los temas que le interesan en su nueva novela Intermezzo. En ella, Peter e Ivan Koubek, que acaban de perder a su padre, intentan forjar una vida a través de la intimidad que establecen con otras personas.
Peter, abogado treintañero, se ve envuelto en una relación semisecreta con Naomi, una estudiante universitaria mucho más joven y antigua trabajadora sexual. Además, mantiene una relación casta desde hace tiempo con Sylvia, su antigua novia.
Mientras tanto, Ivan, una década más joven y eones menos zalamero que su hermano mayor, se ha liado con Margaret, una mujer de 36 años a la que conoce jugando al ajedrez en Leitrim, un condado del noroeste de Irlanda.
Hasta aquí, todo familiar. Cualquiera que busque en Rooney una novela de ficción sin tintes románticos debería saber a estas alturas que ese no es su estilo.
Las pequeñas diferencias estilísticas entre Intermezzo y sus otros libros que han sido señaladas por los críticos se ven moderadas por la manifiesta continuidad de las preocupaciones de Rooney como autora.
Leemos a Rooney porque es una escritora inusual cuyos personajes se plantean cuestiones serias y duraderas sobre los momentos históricos, sociales y económicos concretos en los que viven, y consiguen hacerlo siendo individuos plenamente desarrollados y psicológicamente complejos.
En Conversaciones con amigos y Gente normal, los tropiezos de las relaciones de juventud y el primer amor ponían a prueba las ideologías de los personajes frente a sus comportamientos, su política frente a su moral. En ¿Dónde estás, mundo bello?, los correos electrónicos daban a Alice y Eileen, las protagonistas, el espacio para describir lo que se siente al vivir en un momento de crisis histórica, aunque la vida (en los capítulos alternos) continuase sin cambios.
En Intermezzo, esta tensión, muy al estilo de Rooney, se convierte en una lucha entre hermanos, en la que Peter denuesta las diversas creencias de Ivan e Ivan acusa a Peter de poner los principios por delante de la conducta.
Ivan piensa que “Peter es el tipo de persona que pasa suavemente por la superficie de la vida”. Esto, que conste, no se refleja en absoluto en el monólogo interior de Peter, que se desarrolla entre fragmentos de frases truncadas y está salpicado de deseos de estar muerto.
La vida, para Peter, parece estar cerrándose, y es aún más claustrofóbica dada la aparentemente total claridad con la que la recuerda “cuando era perfecta”. Envidia y a la vez siente una gran compasión por aquellos cuyas vidas se ven constantemente sacudidas por las fuerzas materiales de las que le protege su bien remunerado trabajo.
En varias ocasiones, Ivn se ha sentido fuera de la vida. Puede explicar elocuentemente sus opiniones sobre la economía del capitalismo tardío, tiene una licenciatura en física, una formidable reputación compitiendo en ajedrez y un historial de suscripción a cuestionables canales de YouTube de marcado sabor incel. Sin embargo, en Ivan vemos el gran optimismo de Rooney hacia las personas y hacia cómo podrían redimirse.
Ivan se enfrenta con frecuencia a la dificultad de pagar el alquiler, de vivir en un mundo en el que una persona no puede hacer algo tan prosaico como tener un perro. Pero estos problemas se ven atenuados por la sensación de que, a pesar de todo, el mundo empieza a abrirse para él. Como reflexiona, es mejor enfrentarse a estas “luchas interminables” con optimismo que desgastarse por ellas. Cuando conoce a Margaret, se siente cada vez más seguro de que en el mundo “hay sitio para la bondad y la decencia”.
Este nuevo libro es quizá la reflexión más madura de Rooney sobre cómo las relaciones funcionan como ejercicios de optimismo, tanto hacia la otra persona como hacia el mundo. Intermezzo ofrece una visión notable y estimulante del intercambio de promesas que se produce en las relaciones, la esperanza en la que se basan y las deudas emocionales mutuas y voluntarias que crean. Estas deudas, por supuesto, no siempre se pagan, y eso es parte de la cuestión: hay mucho en juego en el amor, y corremos el riesgo de decepcionar y de que nos decepcionen.
Sin embargo, para Rooney, siempre merece la pena correr ese riesgo. Debe valer la pena, porque es todo lo que tenemos. El de Rooney es un mundo en el que las relaciones nos sostienen y en el que los pequeños milagros cotidianos hacen que la vida parezca más soportable. Puede tratarse de algo tan sencillo como el cuidado irreflexivo que representa una tarea tan cotidiana como “preparar un almuerzo para llevar, sándwiches de Nutella, una manzana envuelta en papel de cocina” para otra persona, o el amor irracional que un perro muestra a su dueño después de una ausencia.
Como en cada una de sus novelas anteriores, el poder de Rooney como escritora consiste en centrar la atención en la loca esperanza que depositamos en la capacidad de otras personas para sostenernos y en la ansiedad que sentimos sobre lo que podríamos ofrecer a cambio. Y, contra toda sugerencia de partida, éste es el principal punto de continuidad en la obra de Rooney.
La escritora parece compartir los puntos de vista de muchos de sus personajes. Como Frances en Conversaciones con amigos, que dice “vives ciertas cosas antes de comprenderlas. No siempre puedes adoptar una postura analítica”. Como Marianne en Gente normal, que cree que “las personas pueden cambiar de verdad”. Como Eileen en ¿Dónde estás, mundo bello?, que espera que “lo más ordinario de los seres humanos no sea la violencia o la codicia, sino el amor y el cuidado”. Y, como Ivan en Intermezzo, es optimista.
*Postdoctoral Fellow, Contemporary English Literature and Critical Theory, University College Dublin
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