Las manos de Carlos Salas están manchadas con pintura, cuando habla las mueve imitando el movimiento que seguro da vida a cada trazo. Las manos de Carlos son inquietas. Chocolatina, una linda perra que una de las hijas de Carlos adoptó, saluda en la entrada del taller: un espacio amplio, lleno de luz y con paredes rayadas en el que el pintor ha estado 25 años creando constantemente obras que han cruzado el continente, que han llegado al otro lado del mundo.Al fondo, y amplificado por el eco del lugar, suena una canción de electrónica ambiental y experimental. Como pocos artistas, Carlos dice sin titubear sus posturas políticas, poco vistas o escuchadas en el mundo del arte.